miércoles, 31 de marzo de 2021

CAPÍTULO 2. HISTORIA DE UN CANALLA

 CAPÍTULO 2.

HISTORIA DE UN CANALLA




1
Ante el umbral del túnel. Noviembre 2 del 2016. 8 a.m.
Pepe sintió como una mano le apretaba con firmeza para que se despertara.
—Ya el comandante te espera —le dijo—. Así que apúrate.
—¿Y aquí no se desayuna? —preguntó.
El guardia no respondió y Pepe fue al baño a lavarse la boca y la cara.
Al llegar a la habitación donde estaba el comandante vio que junto a la cama de hospital dónde se encontraba ya aseado el anciano, había una mesa servida con un apetitoso desayuno. Una tortilla española rellena con papas, jamón y queso. Un vaso de jugo de naranja mezclada con zanahorias y una Malta Hatuey en botella color ámbar que no había visto Pepe desde que salió de Cuba en 1994. Había además un termo con café para que se sirviera cada vez que quisiera.
—¿Sabes cuántos cubanos quisieran un desayuno como ese, Pepe? —preguntó Fidel con cierta ironía en sus palabras. Pepe se dio cuenta que lo decía para provocarlo, pero no hizo caso. Su misión era sacarle toda la información que fuera posible y no defender a un pueblo que se había conformado con migajas durante casi 58 años y que sí tenía lo que tenía era porque se lo merecía.
—Gracias Fidel. De verdad me importa un carajo lo que desayune tu pueblo allá afuera —exclamó Pepe mientras se llevaba a la boca el primer pedazo de aquella deliciosa tortilla de huevos.
Fidel esperó a que terminara de desayunar y como si tuviera en extremo ensayado su libreto empezó a hablar muy despacio. Su hablar tembloroso no daba mucha claridad a sus palabras, pero Pepe sabia prestar atención y guardar toda la prudencia para poder entenderlo todo con claridad.
—Pepe en todas las biografías oficiales sobre mí que he autorizado publicar, se dice que la primera vez que salí al extranjero, sucedió en 1948. Fue un viaje a Caracas, Panamá y Bogotá, patrocinado por el general Juan Domingo Perón. Digamos que esa fue mi entrada delictiva en mi historia internacional. ¿Conoces lo que fue el Bogotazo?
Pepe asintió con la cabeza y Fidel continuó...
—Si en realidad prestas atención a esas biografías, todos coinciden en que, desde septiembre de 1945, fecha en la que entré a la Facultad de Derecho, hasta 1948, mi vida académica se caracterizó por mi ausencia total a clases. Fue justamente mi etapa de pistolero, gatillero y pandillero. Como quieras llamarle. En esa época tuve mucho tiempo libre. Ya había hecho algunas cosas importantes en La Habana, pero la CIA quería verme en acciones mayores. Quería comprobar cómo me comportaba ante la muerte en acontecimientos de mayor connotación. Fue allá en Colombia mi prueba de fuego. Justo en abril de 1948 cuando ocurrieron algunos eventos que dieron lugar a «El Bogotazo».
—Pero me gustaría que primero me contaras esa historia de pandillero o gatillero. Eso es algo que estoy seguro les gustará saber a esas generaciones de aduladores que formaste después del 1959. Me encantaría ver la cara que ponen al conocer la otra cara del mesías o, mejor dicho, la verdadera cara del mesías y la real personalidad que se escondía detrás de esa imagen carismática y aguerrida del guía de América que estaba destinado a dejar un legado histórico, en el que convertiría a todo el continente americano en socialista, destruyendo por completo sus economías. A los ricos los haría pobres y a los pobres los convertiría en miserables.
—Por eso me caes bien, Pepe. Tienes muchos huevos. Ni mi hermano «La China» se ha atrevido a hablarme así.
Pepe sonrió y prendió un cigarro después de tomarse el ultimo sorbo de café que quedaba en la taza. Aprovechó y se sirvió otro poco para ir tomando mientras fumaba.
—Continúo. Te iba a decir que no es cierto que en 1948 fuera ésta mi primera salida de Cuba, puesto que ya había estado dos veces en los Estados Unidos; una aun siendo estudiante de Belén en 1944, y otra como estudiante universitario en 1946, en ambos casos por una rara obsesión que me entró por ser actor de Hollywood.
—Hubieras sido muy bueno. No lo dudaría ni un instante —apuntó Pepe con cierto tono sarcástico.
—Aclarado el punto de mi primera salida paso a detallarte mi historia gansteril, si así lo quieres llamar. Corría el mes de diciembre de 1946, y siendo todavía estudiante de la Universidad de La Habana, fui detenido y acusado de atentar contra la vida de Leonel Gómez, un excompañero de estudios y mi mayor oponente para las elecciones por la presidencia de la Federación Estudiantil Universitaria en la Escuela de Derecho de la Universidad de La Habana. Dirás que la suerte siempre me acompañaba, pero en realidad estaba bien protegido, y para sorpresa de muchos un juez decidió que no había suficientes evidencias para detenerme y me pusieron en libertad.
—Digamos que desde aquellos tiempos ya tenías a un buen padrino en La Habana. No es fácil para un guajiro de Birán haber entrado a estudiar Derecho a la Universidad de La Habana. Es algo así como que un ilegal en Estados Unidos pretenda entrar a estudiar a Harvard. ¿No lo has pensado?
—Elemental compañero. Solo te falta adivinar quien me pagó los estudios. Pero mejor lo dejamos para más adelante. En esa época, en Cuba como en estados Unidos, también existían becas para pobres inteligentes —exclamó al tiempo que esbozaba una irónica sonrisa—. Pepe... ¡ya no me interrumpas chico!
—Okey... —soltó Pepe dejando escapar un suspiro para aflojar las tensiones que sentía en su cuerpo.
—Después entre los meses de junio o julio de 1947, me incorporé con unos amigos cubanos y un grupo de dominicanos para recibir entrenamiento militar con la finalidad de irnos a derrocar al dictador Trujillo, quién era en ese entonces presidente de la hermana República Dominicana. Todo aquello fue una mierda y fracasamos. Por suerte, una vez más pude escapar sin ser detenido, aunque debo confesarte una anécdota que nunca se cuenta en profundidad; la Invasión de Cayo Confites y el momento en que somos interceptado en alta mar, en la bahía de Nipe, mientras intentábamos llegar a República Dominicana. Te decía que pude escapar, pero la realidad fue otra, fui obligado a tirarme al mar, y casi me ahogo braceando antes de llegar al holguinero Cayo Saetía. ¿Me creerás si te digo que es la primera vez que cuento esta historia? —preguntó, pero Pepe no respondió—. Pocos meses después, participé en un atentado, que también fue un fracaso, contra la vida de Rolando Masferrer, quién lideró la fracasada expedición a dominicana. Y, por último, en febrero de 1948, fue asesinado un joven en La Habana. Según recuerdo se llamaba Manolo Castro, y era expresidente de la FEU. Dos días después, me volvieron a detener, acusándome de haber sido yo uno de los que le quitó la vida. Pero, al igual que en las veces anteriores que fui detenido, no hubo evidencias necesarias para probarme el delito y volví a salir en libertad.
—Sin dudas debes haberle costado muy caro a tu padrino para que siempre quedaras en libertad.
—La suerte no es casualidad, Pepe. La suerte es un «Don» que algunas veces se compra, unas se hereda y otras..., pues se nace con ella, chico. Yo nací con suerte —exclamó intentando gritar, pero lo único que alcanzó fue un ataque de tos. Después de unos minutos de una tos continua se recuperó y prosiguió con su desnuda narrativa—. Todo esto hizo que la CIA supiera de mí a través de oficiales que radicaban en la embajada norteamericana en La Habana. Solo bastó un mensaje confidencial fechado el 26 de abril de 1948, enviado al departamento de Estado y firmado por el consejero de la Embajada, donde se daban a conocer en las altas esferas de la gran nación, todas mis actividades delictivas, pandilleras o gansteriles. Por ahí debo tener guardado esos documentos que fueron desclasificados en el año 2002... Y así realicé mis primeros pininos hasta que entré a formar parte de la Unión Insurreccional Revolucionaria (UIR), donde sin remordimientos puedo decirte que combinaba la política con acciones gansteriles. Sabes bien que eso de combinar cosas siempre ha sido mi fascinación. Política-gansterismo, estudio-trabajo, guerras-internacionalismo, espionaje-ayudas médicas, justicia-fusilamientos.
—Y ahora muerte-confesión —remató Pepe—. Sin dudas, hiciste todo lo que nos negaste. Si en mi época de estudiante universitario hubiéramos podido portar un arma calibre 45 y manifestarnos en tu contra, dudo mucho que hubieras durado tanto tiempo en el poder.
El anciano intentó soltar una carcajada y de nuevo la tos se apoderó de él. Una enfermera muy jovencita entró y le dio una cucharada de un jarabe, le tomó presión arterial y esperó hasta que la respiración del comandante volviera a su estado normal. Luego pidió permiso y se retiró.
Está muy bien adiestrada. Seguro debe ser estudiante de los Camilitos o ser una obediente «Hija de la Revolución» —pensó Pepe para sí.
—En tus tiempos de universitario ya yo tenía dividido a todo el pueblo cubano. Cualquiera que intentara sacar la mano, de inmediato se la cortaban. Son cosas que los líderes nuevos de América deben aprenderse bien. Si no polarizas a las masas, no triunfas. Si no polarizas a tus seguidores, nunca podrás saber quién está de tu lado y en tu contra. Y te digo esto con mucha propiedad, Pepe. Llevo muchos años en esto —se detuvo por unos segundos tratando de organizar sus ideas. El anciano se dio cuenta que ya no poseía esa mente ágil que lo había caracterizado hasta hacía solo unos años—. Desde que empecé a asistir al Colegio de Belén en La Habana, organicé una banda con cuatro o cinco de mis compinches y la utilizaba para acosar a mis compañeros de clase. No se me olvida que los padres jesuitas estaban escandalizados y aterrorizados. Nunca habían tenido un alumno como yo, decían. Debo confesarte Pepe que ahí me di gusto. Es muy divertido hacer bouling cuando todos saben que escondes una pistola bajo tu saco. ¿Te cuento una anécdota? —preguntó.
—Sí —respondió Pepe.
—Me recuerdo que un día uno de mis maestros del Colegio de Belén me expulsó del aula por pelearme con un compañero del salón de clases. Fue tanto el encabronamiento que me dio que sin pensarlo dos veces le dije al desgraciado casi a gritos—: Voy a traer mi pistola y te voy a matar—, y salí corriendo como un bólido. Creo que nadie pensó que lo haría de verdad. Todavía tengo en la mente la cara que pusieron todos cuando unos minutos más tarde regresé pistola en mano y apuntaba a la cabeza del maestro con mi 45.
Pepe dibujó una sonrisa irónica en sus labios y luego balbuceó en voz alta para que Fidel lo escuchara.
—Qué lástima que esa imagen suya no la pensaron cuando diseñaron al hombre nuevo cubano. Hubiéramos sido menos carneros. ¿No crees? Pero bueno, entremos en «El Bogotazo». ¿Te parece?
—Han pasado muchos años. Trataré de recrearte las cosas tal y como las vaya recordando. Todo empezó un día en una casa al Oeste de la Habana...

2
El Bogotazo. Abril del 1948.

Dos hombres bien acomodados y evitando ser vistos, observaban desde de auto estacionado en una calle de un barrio residencial de La Habana. Conversaban animosamente cuando se percataron que dos jóvenes se aproximaban a pie por la calle Baltimore.
—Son ellos —señaló uno de los vigilas llamado Ramón B. Conte, quien era uno de los mejores amigos de Fidel que colaboraba con la CIA en aquel entonces—. El de la izquierda es Fidel, el otro es Rafael del Pino Siero. También es colaborador de la CIA y participó con el ejército norteamericano en la Segunda Guerra Mundial.
Ambos caminaban tratando de no llamar mucho la atención hasta que se detuvieron frente a una casa identificada con el número 1035 y propiedad de Mario Lazo, un joven abogado que representaba los intereses de muchos negocios de norteamericanos en Cuba.
Conte sacó su arma y la puso sobre sus muslos. El otro oficial de la CIA que lo acompañaba lo imitó.
—Fidel es un tipo de un temperamento muy explosivo. Tenemos que estar listos por si arma algún escándalo. Lo más probable es que venga armado —señaló Conte.
—Y ya sabes que tenemos que hacer si rechaza la oferta —comentó el otro hombre levantando su pistola y colocándola en su sien—. La orden es disparar a matar.
Conte asintió con la cabeza, aunque no pudo evitar reflejar la contrariedad que provocaba en él la idea de tener que matar a uno de sus mejores amigos.
Fidel por su parte caminaba lentamente desde la acera hasta la puerta de la casa. Era un pasillo de unos quince metros. A la mitad del camino tocó a su acompañante con el brazo izquierdo y balbuceó casi sin mover los labios...
—Hay un auto en la calle detrás de nosotros. Hay dos hombres y deben estar armados. Si hay que salir corriendo serán los primeros objetivos que eliminar.
—Sí. Los vi. ¿No conoces a ninguno? —preguntó Rafael con el objetivo de comprobar si Fidel no se había dado cuenta de quien era. Él había reconocido de inmediato a Conte.
Llegaron a la puerta y Fidel muy decidido tocó a la puerta. Fue el propio Mario Lazo quien les abrió. Después de un saludo cordial y un buen apretón de manos, los hizo pasar a la sala. Tal parecía que no había nadie y que eran los primeros en llegar cuando de inmediato empezaron a salir uno a uno todos los invitados.
—Mi nombre es Richard Salvatierra —dijo el primero. Ni Fidel ni Rafael lo conocían.
—Y yo Isabel Siero —exclamó la segunda en salir. Fidel miró a Rafael como evaluando su reacción al escuchar que la mujer tenía como primer apellido, el segundo de su compañero.
Richard e Isabel eran oficiales de la CIA adjuntos a la embajada Norteamérica en La Habana. Luego y para sorpresa de Fidel, salió el exembajador de Estados Unidos en la Isla.
—Creo que no necesito presentación, pero siguiendo el protocolo, soy Willard Beaulac, mucho gusto —dijo al tiempo que estrechaba la mano de Fidel.
Los últimos en aparecer fueron dos norteamericanos.
—My Name is Roberts —dijo el primero.
—And I am Mr. Davies —soltó el segundo.
Ninguno de los dos se acercó a saludar de manos a los recién llegados.
Cuando todos estuvieron sentados Mario tomó la palabra.
—Antes de empezar esta reunión debo presentarles a quien la ha convocado. Sea bienvenido el Sr. William D. Pawley —exclamó al tiempo que todos los presentes se ponían de pie. Pawley era un hombre de negocios y muy amigo cercano tanto del presidente Eisenhower como de Allen Dulles. En ese momento era el embajador norteamericano en Brasil.
—Gracias a todos por asistir a esta reunión que pedí al Sr. Lazo organizara —empezó hablando en español. No lo hablaba rápido, pero se entendía muy bien—. Para muchos de los presentes no es un secreto que desde los tiempos de la Oficina de Servicios Especiales (OSS) durante la Segunda Guerra Mundial, he estado estrechamente ligado a los servicios de inteligencia norteamericanos y los he convocado porque quiero comunicarles que también he sido seleccionado como uno de los organizadores de la Novena Conferencia Panamericana de Cancilleres que tendrá lugar el próximo mes de abril en la Ciudad de Bogotá.
En ese momento Fidel se dio cuenta del nivel de conspiración que se iba a desenmascarar en esa reunión. Sintió que empezaba a correrle el sudor por todo el cuerpo y que algo iba a cambiar en su vida después de ese momento.
—¿Y acaso nos van a invitar? —preguntó Fidel.
—No solo te vamos a invitar. La agencia quiere probar si de verdad eres bueno para armar revueltas y alborotos. Queremos armar algo grande en Bogotá. Algo que no se le olvide a nadie por mucho tiempo, pero sobre todo queremos hacer ver al mundo que los organizadores de esta revuelta fueron los comunistas. Y ahí es donde entras usted joven Castro. Necesitamos que selecciones a varios de tus mejores hombres y muy pronto se van a ir a Colombia.
Fidel miró a Rafael y este asintió con la cabeza como afirmándole que podía contar con él.
Por su parte el Sr. Pawley empezó a caminar lentamente mientras organizaba sus ideas hasta que dijo a los presentes.
—Yo debo irme, porque no es conveniente que nadie se entere que me he reunido con ustedes. Después que Roberts y Davies les expliquen bien todo lo que tenemos pensando hacer en Colombia, el joven Fidel y su acompañante deberán quedarse y reunirse a solas con Richard Salvatierra. Él tiene la misión específica de ustedes dos, sus contratos, sus honorarios y además tendrá la misión especial de ser el controlador de nuestra futura nueva adquisición —dijo al tiempo que señalaba con el dedo índice de su mano derecha a Fidel Castro.
Fidel no salía de su asombro. Iba a decirle algo a Pawley, pero éste inmediatamente después de pronunciar la última palabra se volteó y empezó a caminar hasta que desapareció por la misma puerta por la que había aparecido.
Dos horas después aquella misteriosa reunión terminaba. Solo Fidel, Rafael y Salvatierra se quedaron.
—Tu misión de tu grupo en concreto será viajar a Bogotá y, fieles al papel de pandilleros provocadores, participarán en el asesinato de Gaitán, el cual será el pretexto perfecto para desatar el caos —apuntó Salvatierras y mirando fijamente a Fidel a los aojos le dijo directamente—. Una parte importante de esta misión será plantar pistas falsas para inculpar a los comunistas colombianos por estos disturbios. Y ahí es cuando entra el gobierno de los Estados Unidos; El Secretario de Estado norteamericano George Marshall usará los disturbios para difundir el miedo al comunismo y para convencer a los delegados que asistirán a la IX Conferencia de que la amenaza del comunismo es real y muy peligrosa ¿Alguna duda?
—No —respondieron casi a coro Fidel y Rafael.
Estuvieron una media hora más ultimando todos los detalles de la misión. Cunado todo estuvo dispuesto Salvatierras preguntó a Fidel.
—Necesito un nombre con el cual te identificaremos. ¿Tienes alguna propuesta?
—Alejandro —respondió Fidel casi sin pensar.
El 9 de abril de 1948, recién llegado de una audición para actor al que se presentó en los Estados Unidos, y a punto de casarse con Mirta Díaz-Balart, Fidel viaja a Bogotá como delegado de la FEU a la Primera Conferencia Interamericana de Estudiantes. Pero en realidad iba allí, básicamente para reventar la IX Conferencia Panamericana de líderes de la región.
En Bogotá se cita con el candidato a presidente Jorge Eliécer Gaitán y lo acompaña a la revuelta armada por la izquierda en las calles de la capital colombiana, para boicotear la Conferencia. Fidel fue parte activa de aquellas turbas enardecidas que quemaron todos los negocios y almacenes comerciales que encontraban a su paso. Esa misma tarde a las 13:30 horas Eliécer Gaitán encontró la muerte en medio de la revuelta. Cuando Gaitán fue asesinado, Castro y del Pino se hallaban muy cerca del lugar donde ocurrieron los hechos.
Las cosas se complicaron para Fidel y tuvo que esconderse con otros agitadores hasta poder encontrar el modo de salir del país. El 11 de abril, el recién estrenado como provocador internacional junto a dos de sus compinches, se fueron al aeropuerto bogotano, y aprovechando el descontrol que había en la terminal aérea, se colaron en un avión que volaba rumbo a La Habana.
El asesinato de candidato a la presidencia de Colombia desató una frenética orgía de muertes, destrucción y saqueos que destruyó la mayor parte del centro la capital colombiana. Los disturbios causaron la muerte de más de mil personas y alrededor de 150 edificios importantes fueron totalmente quemados o parcialmente destruidos por los provocadores.
Sin dudas estos disturbios marcaron el comienzo de un período sangriento en la historia de Colombia que se conoce como «La Violencia», que ha costado la vida a más de 200,000 personas y ha continuado casi hasta los días de hoy.
«El Bogotazo» fue la operación en la que la CIA usa por primera vez a su nuevo agente que habían reclutado pocos días antes en La Habana: un joven estudiante de la Escuela de derecho de la UH llamado Fidel Castro, cuyo nombre operativo sería Alejandro, mismo que usaría en los días de la Sierra Maestra.

3
Ante el umbral del túnel. Noviembre 2 del 2016. 8:45 a.m.

El anciano tomó un poco de agua y se aclaró la voz.
—¿Qué te pareció, Pepe? ¿Parece increíble?
—Sin dudas. Tal y como me dijiste hace un ratico... A quién le cuente esta historia dirá que estoy loco o simplemente me llamará mentiroso.
—Así está pensado, Pepe. Por un lado, los de adentro, dignos hijos de la Revolución, soldados del hambre, de los apagones, del sacrificio de estos casi 58 años de lucha, podrían hacerte un «acto de repudio». Los del exilio duro, como tú, pensarán de inmediato que les estás tomando el pelo. ¿Te imaginas lo que representa para un cubano que lleva en Estados Unidos, el tiempo de vida de esta revolución? ¿Qué pensarían aquellos que salieron siendo niños en aquella humanitaria operación «Peter Pan»? Puedo imaginar sus reacciones. Los estás echando a pelear contra el país que ofreció protección y ciudadanía. Pepe debes conocer un poco más la psiquis del cubano. Es complicado convencer a alguien que ha sido engañado toda la vida pero que no acepta ser engañado. El cubano que emigró en los años 60's y 80's son migrantes que en su gran mayoría se consideran cubanos por equivocación. Ellos nacieron en el país equivocado, pero son gringos de corazón.
Algunos suelen ser más hasta más gringos que los propios gringos.
—¡Qué macabros han sido! —exclamó Pepe.
—Desde el principio, Pepe. Cuba llevaba años bajo la lupa y el cubano el objeto de experimentación.
—Es por eso por lo que te atreves a contármelo todo. Sabes que nadie me va a creer.
—Todos quienes se han dedicado a tratar de investigar lo que pareciera obvio en mi historia y en la de Cuba, se ha encontrado la gran barrera de la incredulidad. Por lo general cuando se cuentan verdades incompletas y se repiten una y otra vez, terminan siendo las mentiras mejores contadas que culminaran siendo verdades históricas.
—Eso es justamente «La Revolución Cubana»; la mentira mejor contada.
—Creo que vas entendiendo perfectamente, Pepe. El Bogotazo sentó las bases para la consolidación del NWO y yo seré sin dudas una pieza más en ese diabólico mecanismo que controla los hilos de este mundo. Un mundo que es el gran escenario donde cada uno de nosotros es una marioneta perfectamente controlada.
—Significa que... —El anciano lo interrumpió.
—Exactamente así, mi querido Pepe. Es posible que sean tú y tu gran amigo Nelson quienes estén destinados a contar la «Gran Verdad». Muy pronto el mundo cambiará por completo. No lo olvides. Serán otras las relaciones de producción, las relaciones personales, incluso las relaciones familiares. ¡No lo olvides, Pepe! —exclamó mientras dejaba caer su cabeza sobre la almohada—. Ahora déjame solo. Quiero dormir un par de horas.
Pepe se puso de pie con la intención de retirarse, pero algo se lo impedía. Llegando a la puerta se volteó y se dirigió al anciano...
—¿Por qué yo? —preguntó.
—Eso mismo me pregunté muchas veces aquel día de 1948 sentado entre tantos agentes de la CIA. ¿Por qué yo? Y hasta hoy me lo sigo preguntando.
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