jueves, 17 de abril de 2014

El Eterno Retorno


Todavía recuerdo aquel día del año 79, como si fuera hoy. Cursaba el último año de la carrera de física y el Dr. Roberto Bocaza, al que burlonamente apodábamos “Nietzsche” por sus constantes referencias al filósofo alemán, comenzaba a impartir su magistral conferencia.
―Hoy vamos a hablar de la teoría del Retorno Eterno―dijo carraspeando la garganta como era característico en él.

Todos nos miramos esperando lo que venía después del carraspeo. El enigmático doctor señalaba a un alumno al azar y lo paraba frente a los demás estudiantes. Ese día me tocó a mí.
―Usted, póngase de píe… ¿Usted es al que le apodan El Guajiro?
—Yo, claro. Todos, de cariño me dicen El Guajiro, ya sabe nací en La Sierra del Escambray… en El Nicho. ¿Si me entiende?
―No le pregunté tanto… solo quería saber si era usted el famoso Guajiro—me dijo en un tono poco amigable―. He oído muchas quejas sobre usted, como por ejemplo, que se dedica a poner apodos a sus profesores. Espero que su brillantez no sea sólo para burlarse de los demás y sea capaz de contestar a mi pregunta a la altura de un buen estudiante de física.
Mis compañeros estallaron en una risa tan contagiosa que hasta el propio doctor tuvo que sonreír. Luego volvió a carraspear la garganta y en tono retador y con ganas de humillarme, volvió a la carga:
―¿Puede usted explicarme en qué se basa la teoría del Retorno Eterno?
—Profe, allá en el campo eso no se conoce —dijo uno de mis compañeros de clases en tono burlón.
—Mejor no se ría usted de su compañero porque puede ser el próximo en tener que responder sea usted —le señaló con tono amenazador.
Todos volvieron a sonreír sin imaginar que yo empezaría a contestar con tanta seguridad, que se hizo un profundo silencio en el salón.
―Doctor, el Retorno Eterno es algo complicado. Usted… ¿Me entiende? Es una forma de concebir el tiempo de manera circular. No sé si me explico bien, pero… ―hice una pausa algo asustado cuando vi que en el rostro del Dr. Bocaza se dibujaba una mueca de contrariedad, al ver que lo estaba respondiendo como él no lo esperaba―es algo así como que todo se repetirá de igual forma a como ya ocurrió, en el mismo orden, en la misma sucesión... ¿Si me explico? Y usted, yo, y toda esta bola de incrédulos que están aquí a mí alrededor, estaremos una y otra vez y hasta ese mismísimo hoyo que tiene usted en su pantalón. ¿Usted me entiende?
Me detuve creyendo que me iba a regañar, pero para mi sorpresa, su rostro iluminó toda la sala de conferencias con un gesto de satisfacción.
―Claro que lo entiendo y además estoy muy sorprendido. Tengo que confesar que ni por un segundo imaginé que supiera usted algo acerca de esta complicada teoría del Retorno Eterno. Lo felicito, pero, ¿me puede decir donde ha leído sobre este tema?―inquirió el Dr. Bocaza en su tono inquisidor.
―Yo, yo no he leído nada al respecto―le respondí tembloroso―. Yo simplemente lo recuerdo como si fuera hoy, doctor… hace millones de años, después del Big Bang anterior, mientras el universo todavía se expandía, estábamos justamente aquí. Usted daba esta misma conferencia y como lo ha hecho ahora, me seleccionó a mí para humillarme y restregarme en la cara que no sabía nada. Pero por enésima vez se ha llevado una gran sorpresa.
El doctor Roberto Bocaza se puso como una olla exprés. Contrajo el rostro y su piel cuarteada y llena de pecas, cambió a un color rojizo oscuro. Parecía que del mal genio, su presión arterial había sobrepasado los límites permisibles.
―Estimado campesino de La Sierra del Escambray, sin dudas, su negro sentido del humor sobrepasa mi tolerancia y mi escasa paciencia parece llegar al umbral de lo permisible. Pero voy a demostrarle que ni su falta de respeto, ni su insolencia, harán flaquear mi inteligencia y le prometo ante todos, que si usted no demuestra con hechos lo que acaba de decirme, dese por reprobado en mi materia y créame que no le será fácil graduarse en esta universidad—exclamó con una sonrisa sarcástica y carraspeando su garganta, atacó con todas las fuerzas posibles para hacerme quedar en ridículo.
―En el supuesto de que todo lo que dices, sea cierto, ¿me puede decir que va a suceder ahora?
Sus palabras no me impresionaron y creo que internamente eso le molestaba más que mi insolencia.
―Ahora… ―cerré los ojos y mi mente voló a velocidades inigualables. Moví mi cabeza y después de sentir una sacudida que recorrió todo mi cuerpo abrí mis ojos y lo miré fijamente―, creo que trae usted un fragmento de un texto que si mal no recuerdo se llama «La carga más pesada» en donde Nietzsche en un diálogo consigo mismo, se auto declama algo que pone al descubierto su eterno capricho al retorno.
Como un autómata, el Dr. Bocaza sacó de entre sus tantos papeles el escrito que le había mencionado y empezó a leer…
―Vamos a suponer que cierto día o cierta noche un demonio se introdujera furtivamente en la soledad más profunda y te dijera: Esta vida tal como tú la vives y la has vivido tendrás que vivirla todavía otra vez y aún innumerables veces; y se te repetirá cada dolor, cada placer y cada pensamiento, cada suspiro y todo lo indeciblemente grande y pequeño de la vida―se detuvo bruscamente y abrió su enorme boca en señal de asombro, pero haciendo gala de su gran inteligencia reaccionó apaciblemente―. Esto tampoco me convence. Usted pudo haber visto mis apuntes y saber que yo leería esta cita.
―Es cierto, pero no pude haber planeado…―miré mi reloj y con gran serenidad señalé―… que dentro de treinta segundos, se asomará por esa puerta su esposa, saludará y le pedirá que salga un momento porque necesita hablarle. Usted regresará preocupado y dirá que debe retirase porque tiene un problema en la familia.
Todos mis compañeros e incluso el Dr. Bocaza quedaron perplejos y boquiabiertos. Pero lo más sorprendente fue, cuando al mirarnos a los ojos, ambos exclamamos a coro: «Si lo que usted dice es verdad, entonces me comprometo a que no entre más a mi curso y dese ya por aprobado en Filosofía.»
Nadie chistó. La espera pareció eterna. Llegado el tiempo señalado, la puerta de la sala de conferencias se entreabrió dejando asomar el rostro de una mujer, quien por su hermosura no merecía ser la esposa de tan horrendo personaje. Todo lo que había predicho estaba reproduciéndose al pie de la letra e inexplicablemente. Un murmullo rompió el profundo silencio en el que nos habíamos sumergidos. En breve el Dr. Bocaza regresó y todos, como esperando una hecatombe, volvimos a quedar petrificados. Yo no pude aguantar la extraña sensación que volvió a sacudirme por segunda vez. Mi osamenta perdió toda la resistencia para soportar el peso de mi cuerpo y esta vez caí desplomado.
Unos días más tardes me contaron lo que sucedió cuando perdí el sentido. El Dr. Bocaza después de ayudar a unos compañeros de clases a trasladarme hasta el auto que me llevó al hospital, regresó con el resto del grupo y dijo en un tono muy solemne:
―Les pido que me disculpen, debo retirarme porque tengo un problema en la familia.
Todavía hay muchas cosas que aún no puedo explicarme, salvo que en mi boleta de calificaciones aparece una flamante A en la carrera de filosofía. Lo único que sé, es que desde ese día―hace ya más de treinta años―me convertí en un pulcro estudioso de Nietzsche y me aferré a la firme convicción de que su increíble teoría, es totalmente cierta.

Con frecuencia se me han repetido hechos parecidos, pero después que suceden, nunca me acuerdo de nada y siempre, antes de desmayarme, aparece la misma voz, que estoy seguro es la de Nietzsche, quien, convencido de que su teoría del Retorno Eterno tendría un día, un gran amanecer, me repite al oído «Lo que puede ser pensado, tiene que ser con seguridad, una ficción.»
Treinta años después…
Hace unos días vino a verme a mi casa a mi casa de Punta Gorda, el Dr. Bocaza. Hizo un viaje desde Villa Clara, invitado por la Universidad de Cienfuegos a dar un ciclo de conferencias sobre el Eterno Retorno.
Ya muy entrado en años, completamente canoso y ayudado por un equipo de enfermeras que lo acompaña a todas partes. Su aspecto ya no era el de un inquisidor que demostraba al resto de los mortales que su mente había sido perfectamente diseñada para no dar cabida a la más ínfima estupidez humana.
Después de un rato de conversación donde sacamos a flote un sinfín de anécdotas del pasado, y de cómo había terminado viviendo en el reparto más lujoso de Cienfuegos, un guajiro de la Sierra del Escambray, Bocaza pidió a su equipo que nos dejaran solos.
―Voy a ir al grano, porque bien sabes que no me gusta darle muchas vueltas a las cosas.
―¿En qué puedo servirle doctor? ―pregunté con cierta dulzura al ver que de aquel hombre fuerte y testarudo no quedaba más que el asomo de algún gesto perdido.
―No tienes que servirme en nada. Este viejo está ya cansado y listo para cuando llegue el momento del viaje sin regreso. Sólo quiero que me escuches porque no quiero irme sin haber hablado con la única persona que puede entender lo que siento. ¿Cómo puedo explicarle al mundo que llevo mi vida consagrada a la enseñanza y que entre las tantas cosas que enseño, hay una en la que realmente no creo?
―Entiendo. Usted no creé en el Retorno Eterno… ―balbuceé en un tono muy bajo.
―En efecto. No has perdido ese don de leerme la mente, pero contéstame algo que eternamente me ha dado vueltas en mi cabeza. ¿Por qué tenemos que irnos, si el hombre eternamente regresa? ¿No es mejor quedarnos de una vez?
―Entiendo sus dudas doctor, y eso me hace tener que desmentir su flamante terquedad. Usted ha venido a verme, no porque sea un incrédulo del Eterno Retorno, sino porque tiene miedo, porque no se acuerda que pasó en realidad la otra vez que vino a mí y que saliendo de esta misma casa se subiría a lo que usted llama «Su viaje sin regreso». Pero permítame decirle que Dios no quiere que una mente tan brillante como la suya se vaya todavía. No. Usted vivirá muchos años más. Todavía tiene que cumplir su encomienda en este mundo: Convencer a la gente que piensa, que esta teoría es a largo plazo y que el destino del hombre está regido por el perpetuo oscilar del Eterno Retorno. Y créame Doctor que hoy usted lo va a comprobar.
Bocaza se puso de pie e hizo señas a una de sus enfermeras para que lo ayudaran a levantarse del sillón. Esta a su vez le indicó al chofer que acercara la camioneta de la Universidad Central en la cual se movía el doctor. Su caminar era lento, pero firme. Antes de subirse al auto me lanzó una suplicante mirada. Yo sólo le regalé una sonrisa…
…Y justo en el momento cuando el chofer iba a arrancar la camioneta, un policía de tránsito le indicó que no lo hiciera.
―Me muestra sus documentos por favor. Está usted mal estacionado ―dijo el emblemático policía mientras saludaba con un ademán de manos al resto de los presentes.
Treinta segundos era el tiempo que necesitaban para llegar a la esquina donde estaba el crucero que conducía a La laguna del Cura, tiempo justo que empleó un coche naranja que pasaba al momento en que el policía los detuvo.

Sólo Bocaza entendió por qué salí corriendo a abrazar al policía mientras le gritaba:
― ¡¡Usted es un enviado de Nietzsche!!
Un estrepitoso ruido desvió la vista de todos hacía la esquina.
Una guagua de la ruta 1 que bajaba por la avenida perpendicular a la que nosotros estábamos se quedó sin freno, impactándose contra un auto naranja y haciendo que este volara por los aires. Ningún pasajero sobrevivió.

Bocaza se bajó de la camioneta, esta vez sin la ayuda de sus enfermeras. Sonrió y me preguntó:
― Creo que me quedo un rato más... ¿Podrás regalarme un trago doble de Havana añejo


lunes, 14 de abril de 2014

En el Manicomio.


Vestido de camisón blanco y la barba casi blanca sin arreglar, camina lentamente mientras repite una y otra vez «Vida, Sufrimiento, Círculo». Tiene una idea fija. Y solo él sabe que se pertenecen mutuamente, que son una misma cosa y que si fuéramos capaces de pensar correctamente esta triplicidad como uno y lo mismo, estaríamos en situación de presentir de quién es portavoz su sostenido pensamiento.
Se para sobre el banco de un viejo mármol y espera a que los que están más cerca empiecen a juntarse a su alrededor. Pasea su vista por todo el patio hasta posarse en la misma ventana. Sonríe y empieza entonces su discurso.
¿Por qué nadie me cree? ¿Por qué nadie me entiende? ― grita mientras exige la atención de la tenue multitud que le rodea. ― ¿Por qué nadie quiere tomarme en serio? Esto no se vale. No tienen una idea del error que están cometiendo. Si por un momento dejaran ese necio orgullo y se permitieran deslizar mis palabras por sus oídos, comprenderán quien soy en realidad. ─ Mira de nuevo hacia la ventana, carraspea su garganta y continúa en un tono más solemne ─ Yo soy el portavoz de que todo ente es voluntad de poder, que como voluntad creadora que choca, sufre, y de este modo se quiere a sí misma en el eterno retorno de lo igual. Yo soy Zaratustra. ¿Acaso, no lo ven?
El sonido de una sirena viaja nítidamente con la brisa. El sol se esconde lentamente tras un velo de nubes naranjas. Las golondrinas buscan su refugio en lo alto de las viejas cornisas de ladrillo, un viejo murciélago empieza a prepararse para su ronda nocturna y mientras un bando de enfermeros, aparecen como molinos de viento disfrazados de gigantes, el director del hospital psiquiátrico observa desde la ventana de su oficina, como los enfermos mentales se retiran lentamente a sus respectivos pabellones.

― Pobre hombre, por momentos pienso que en realidad no está loco. ― balbucea el director mientras, cierra la ventana, corre las cortinas y se dirige a su escritorio sobre el cual reposa un viejo libro en cuyas letras doradas podía leerse: “¿Quién es el Zaratustra de Nietzsche?”― Si él supiera que el Zaratustra soy yo…

lunes, 7 de abril de 2014

El Monólogo de Bartolo.


Mi nombre es Bartolo soy muy inteligente... aunque muchos dicen que no soy normal. Así que como no soy muy bueno en eso de expresar mis sentimientos, mejor me siento, escribo y aquí les dejo esto… Hoy cumplo 5,110 días, o 122,640 horas, o 7,358,400 minutos o para hacer más exactos, 441 millones 504,000 segundos. O sea, 14 años. Y como les decía, todos dicen que no soy normal. Pero para mí es todo lo contrario. No creo que haya un adolescente de mi edad que pueda saber lo que yo sé y a lo largo de mi vida siempre me hecho la misma pregunta: ¿Será qué los que no son normales son ustedes los que dicen ser normales? Veamos… En este justo momento, acabo de llegar a la escuela y ninguno de mis amigos se ha acordado que hoy es mi cumpleaños y sin embargo yo sé el día que cada uno de mis 10 compañeros de clases cumple el suyo. Por ejemplo, Maite que es la mayor de todos nosotros, nació un 25 de abril del año 2000, a las 11 horas con 45 minutos y 57 segundos, demoró en llorar 30 segundos y su grupo sanguíneo es (O+) y que cuando el doctor la levantó en brazos para enseñársela a su madre soltó su primer chorro de orina. Y esto lo puedo decir de cada uno de ellos. Creo que si fueran normales, supieran que hoy hace 14 años que yo nací, pero dudo que así sea. Otro ejemplo es que dudo mucho que cualquiera de ellos durante el viaje de la casa a la escuela, hagan lo que yo hago. Hoy por ejemplo, durante el trayecto, el auto de mi madre recorrió 12 kms y medio y consumió 1.09090 litros de gasolina, nos cruzamos con 25 autos de los cuales 10 eran blanco, 3 negros, 5 azules, 2 grises oscuro, 2 rojos y los demás no los menciono porque eran amarillos. (No soporto ese color). En esos autos viajaban 75 personas de las cuales el 32.5 % eran mujeres, el 23% era niños (incluidos ambos sexos), el 18.3% eran adolescentes y el 35% restante, hombres. También sé que 8 de los 25 autos pasaron a exceso de velocidad porque el límite permisible en esa vía es de 60 km/h y que 2 de ellos iban contaminando en demasía el ambiente (cosa que no deberían permitir las autoridades de tránsito en una ciudad tan contaminada como la nuestra. Y lo peor, es que 4 de los autos llevaban placas con terminación 5 y que no circulan los lunes, o sea hoy (otro tache para la policía vial)… Como ven, mi mente trabaja desde que abro los ojos. Es en ese momento en el que empiezo mí día a día y cuento los cuadros, los adornos y checo que no solo estén todos, sino que estén en la posición y orientación que los dejo. Abro mi closet y cuentos mis camisas, mis pantalones, mis calzones, mis calcetines y pobre de Doña Celeste (mi nana), si ha cambiado algo de sitio. Es entonces cuando me dirijo a la ventana y doy los buenos días al sol que empieza asomarse. Ese sol que no sé si ustedes sepan que es una estrella del tipo espectral G2 que se encuentra en el centro del Sistema Solar y constituye la mayor fuente de radiación electromagnética de este sistema planetario y que la Tierra y otros cuerpos (incluidos otros planetas, asteroides, meteoroides, cometas y polvo) orbitan alrededor del Sol y que por sí solo, representa alrededor del 99,86% de la masa del Sistema Solar.
Luego, voy a lavarme los dientes con ese fabuloso cepillo eléctrico que elegí entre tantas opciones, pero que seguía al pie de la letra las instrucciones de mi dentista Ceferino. El mejor cepillo dental es el que se ajusta a su boca y te permite llegar fácilmente a todos los dientes. Yo uso el eléctrico porque he estudiado y calculado que es el más eficiente porque tengo más dientes que una cabeza de ajo y porque mis encías sangran mucho. Creo que cada día pierdo 2 mililitros de sangre aunque la recupero con mucha facilidad.
Después me visto. Siempre tengo un color preferido de camisa para cada día y así me es más fácil recordar que materias me tocan porque en cada una de ellas guardo el horario de clases que corresponde a ese día. Mis amigos ya saben que es viernes al verme de camisa roja y que además ese día salimos más temprano y que además no nos dejan tareas porque la maestra Canuta (así le decimos) es adventista del séptimo día y dice que los sábados deben ser sagrados porque “El bondadoso Creador”, después de los seis días de la Creación, descansó el séptimo día e instituyó el Sábado para todo el mundo como recordativo de la Creación. ― Deberían saber ― Así nos dice, que el cuarto mandamiento de la inmutable Ley de Dios requiere la observancia de este séptimo día sábado como día de descanso, es por eso que el sábado es un día de agradable comunión con el Señor y de unos con otros. Es por eso que yo no entiendo nada, porque los sábados yo me lo paso jugando en el XBOX y Dios nunca ha venido a hacer ninguna comunión  conmigo. ¿Será porque todos dicen que no soy normal? No se me hace justo Dios. Yo aún te sigo esperando a ver qué chingado día te apareces.
Una vez vestido, bajo las escaleras contando cada uno de los 20 escalones que tiene. Si me equivocara (cosa que no es normal) subo y empiezo a bajar de nuevo. Puedo decirles que cada escalón tiene 4 medias losas lo que hacen un subtotal de 80, que a su vez dan un gran total de 40 losas completas. Específicamente el día de hoy me crucé con dos hormigas y como sé que esta especie no pica, me dije como otros días: “Amor y paz” (Aunque no sepa que es el amor...) Si no pican y no causan otras molestias, puede ser útil dejarlas ahí. Ellas harán una limpieza profunda de la casa que ni la mejor trabajadora doméstica (Doña Celeste mi nana) podría hacer. Cuando terminan su trabajo, no quedará ni la basurita más pequeña.
Al llegar a la cocina mi madre ya me espera con mi lunch preparado. Abro la lonchera y cuento que haya 16 uvas y que ninguna esté manchada y que todas estén unidas en ramillete, y además reviso que a mi emparedado de jamón y queso no le hayan embarrado mayonesa. Odio la mayonesa, porque engorda y porque yo soy un tipo sano y porque desde chico mi madre me metió la mentira más infantil que yo haya escuchado en mi vida: Bartolo, el que come mayonesa con el tiempo se vuelve mentiroso. Tal vez por eso será que yo no digo mentiras o que mi mamá comió mucha mayonesa cuando era chica.
Subo al auto, me pongo mi cinturón de seguridad, anoto el kilometraje que marca, cuanta gasolina hay y mi madre no arranca hasta que mi padre no haya checado la presión de aire de cada llanta. Una vez listo todo, nos ponemos en marcha con la restricción de que no se puede poner el radio para no entorpecer mis cálculos mentales.
Y como ya deben estar un poco agotados con mi extenso monologo, mejor me despido, no sin antes recordarles que mi nombre es Bartolo y soy un adolescente de 14 años o lo que es lo mismo 5,110 días, o 122,640 horas, o 7,358,400 minutos o para hacer más exactos, 441 millones 504,000 segundos (no olviden de sumar los 20 minutos que me he demorado en explicarle todo esto) y que lo único que me hace diferente a los demás es que tengo síndrome de Asperger.



PD: de seguro que como no son tan cuidadosos como yo, no se dieron cuenta mientras leían que cuando daba el porcentaje de personas que iban en los autos, que el porcentaje correcto de hombres era el 26.2% y no 35%. ¡¡¡Ay, y después dicen que yo no soy normal!!!
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