viernes, 28 de marzo de 2014

Confesiones de un Presidiario


Lo vi llegar y dejarme la comida por debajo de la puerta. Creo que era su primer día de trabajo y debe haberse extrañado mucho de ver que yo era vegetariano. ―Increíble ― dijo en voz alta. Y sí, me volví vegetariano después que...

***
La conocí un día en el bosque y no puedo quejarme porque desde ese día me volví famoso. Pasé del anonimato a ser un despiadado personaje y hoy cumplo cadena perpetua porque nadie ha querido escuchar mi versión de los hechos.
Es cierto que me encantaba la carne y sobre todo la humana. Pero de ahí a decir la cantidad de cosas que se han dicho de mí, sin darme ni tan siquiera el beneficio de la duda, creo que no es justo.
Soy una víctima más de todo un mecanismo legal y despiadado que se dice justo, pero que no ha tenido ni piedad ni justeza conmigo. Ni un abogado, ni derecho a réplica, ni tan siquiera el mejor de los tratos. Todos le creyeron más a Charles… Pinche Charles se dedicó a contar a su manera la historia. Y Yo, ni la engañé, ni le di falsas pistas, ni abusé de ella. Todo fue lo contrario.
Ella llegó a mí, mientras yo disfrutaba de una buena siesta recostado a ese viejo roble. Sin yo decirle nada, ella empezó a coquetearme.
― ¿Qué haces aquí solito guapo?
― Descansando. ¿Es que acaso no ves bien?
―Es que todos dicen que eres muy malo. Yo no te tengo miedo. ―Y diciendo esto se acercó a mí y empezó a acariciarme el pelo y no les cuento más porque no quiero gastar energías en convertir esta confesión en algo erótico. Pero solo les diré que fue tanta mi excitación, y por supuesto la de ella que… Para que describir lo que hicimos en la alfombra de pasto, si basta con resumir que le bese hasta la sombra, y un poco más... (Perdón Arjona pero se me hizo muy adecuada esta poética) Y desde ahí me enamoré perdidamente de ella.
Y así todos los días llegaba a la misma hora y repetíamos nuestras escenas de sexo, unas veces tierno, unas más pasionales y otras casi brutales… hasta que un día salió embarazada y armó un pancho que me desconcertó por completo.
Corrí bosque adentro y llegué a aquella casa del bosque y les juro que fue mi último instinto por comer carne humana. Fue cuando me comí a la madre de su madre. No sé si por venganza, por miedo, por instinto… pero me la comí. Me acosté en aquella vieja cama y la esperé…
Y ya ustedes saben lo demás. Es su versión, es su historia y su palabra contra la mía. Y hasta los días de hoy sigo encerrado en una jaula, mal oliente, mal atendido y con la desgracia infinita que Perrault murió en 1703 y nadie se ha animado a escribir mi verdad.

Soy un lobo feroz, pero no abusé de Caperucita Roja… Y sí, me volví vegetariano después que me enamoré perdidamente de ella. 

miércoles, 26 de marzo de 2014

Confesiones intimas.


Era de noche, muy tarde, quizás las once o las doce. No recuerdo con exactitud, pero además no importa. Estaba solo, pero rodeado de algunos cuantos bodrios de bar, que como yo, andaban al asecho de alguna aventura. Aunque me considero un bodrio especial. Lo mío era diferente. No buscaba un simple ligue. No. No soy de los que busca una aventura por el único y exclusivo placer del sexo. Es más, y esto puede resultar extraño, pero no es el sexo lo que me interesa realmente.
Esa noche y como en todas las anteriores que he salido de pesca, yo buscaba algo diferente. Algo que me garantizara el inminente vacío que estaba a punto de dejar mi aventura anterior. Podía estar hasta tres meses, y hasta más, sin sexo. Tal vez no me entiendan o traten de esforzarse por hacerlo. Pero así crecí. Para mí el sexo real estaba en la post imaginación después de lo carnal, en el delirio íntimo de pensarlas, de visualizarlas, de soñarlas, y por qué no de hasta degustarlas haciendo uso de cada uno de mis sentidos.
Era de noche, muy tarde y ella se acercó después de escanear a los demás bodrios que como yo estaban al asecho.
― ¿Me invitas algo?  
― ¿Por qué yo entre tantos?
― Eres el único que observa y no se precipita… eso me da confianza. ―hizo una pausa y después de escanearme nuevamente, soltó con impaciencia. ― ¿Me invitas o no?
―Tengo mucha hambre. No sé si quieras que te invite a cenar.
― ¿Solo a cenar? ¿Acaso eres extraterrestre? ¿No te apetece un buen sexo?
―Me apetece un buen sexo y después cenar. ¿Vamos a mi casa?
La seducción es una de mis virtudes más refinadas. Debo confesar que una mirada segura, una voz bien entonada, varonil y firme, junto a una sonrisa espontanea, es el mejor anzuelo que nunca me ha fallado. Así que sin reparos, dijo que sí.
Era ya de madrugada cuando terminamos lo que puede llamarse un sexo descomunal. Y no quiero usar adjetivos más potentes, porque nunca suelo hacerlo bien y reparo ante la duda si en ese momento me convierto en un pobre hombre avasallado por el sexo, o en un hombre pobre que busca adjetivar lo que para mí no es importante. Entiéndase el sexo.
―Puedo imaginar que eres escritor. ― me dijo después de un largo suspiro post orgásmico.―Tus manos han dibujado con un técnica muy refinada, lo que solo puede decir alguien que se dedique a las artes. Tus caricias son los adjetivos que buscas en tu mente, tu sexo es una especie de simbiosis entre lo normal y lo extraordinario. ¿Me equivoco?
―Soy escritor, o tal vez, aprendiz de escritor. Pero debo confesarte que no es mi fuerte. Lo mío, lo mío, es otra cosa…
―Pero aún así, ¿Escribirás mi historia algún día?
―No lo dudes. Te lo prometo, pero antes de contestar una pregunta más de tu excitada imaginación, debo confesar que si no cenamos, caeré en un coma muy profundo.

***
Hoy, tres meses después, amanece y cumplo mis promesas. Aquí estoy, sentado frente a mi compu, pensando en ella por última vez y escribiendo su historia.
Después que terminamos de coger, me levanté para preparar la cena, abrí una botella de mi mejor vino y me dirigí a la nevera en la que guardaba la carne. Solo quedaban dos piezas de mi anterior víctima. Había tiempo para degustarlas con ella y después convertirla en una más que ha saciado mis delirios una y otra vez.
Ya estoy listo para olvidarla. Solo me quedan dos piezas de su cuerpo y debo ir en busca de la siguiente. Respiro profundo porque sé que de seguro habrá sexo. Ese sexo que solo me sirve para darles confianza, para seducirlas, disfrutarlas, matarlas y después saborearlas lentamente.



lunes, 24 de marzo de 2014

Ausencias


Es increíble lo rápido que pasa el tiempo. Ya está a punto de ser tu cumpleaños y en este anochecer en la que el calor es agobiante, me acuesto, cierro los ojos y vienes a mi mente. Sabes, es inevitable no pensar en ti después de haber vivido unos días maravillosos con tus nenas queridas, ni recordar que han pasado ya cuatro años desde que recibí tu último beso y tu último abrazo. Tus ojos dijeron lo que tus palabras ya no podían. Tú lo sabías mejor que yo.  Sabías que aún no yéndote en ese instante, sería la última vez. No había tiempo para otro encuentro ni para seguir dilatando tu agonía.
Ese día, te dejé en la espera de un descanso necesario. Tus fuerzas se agotaban y tu cuerpo no podía soportar tanto dolor. Tu aliento perdía por segundos la frecuencia precisa. Tu mirada se extinguía. Tu risa se apagaba. Pero algo brillaba desde tu interior, porque el tiempo ― ese que corre cada vez más rápido ― había sido piadoso y justo con nosotros y aletargó su curso para darnos la oportunidad de ese último encuentro que duró lo necesario para remendar nuestras culpas.
Hoy extraño tu ausencia. Parece ilógico, pero el saber que ya no estás ahí en donde contestabas mis llamadas y me soltabas el más nuevo concierto de tus quejas y reclamos, me hace sentir un nudo en la garganta. Debí ser más disciplinado y constante, pero la vida nos envuelve y sin darnos cuenta descuidamos las cosas que no debemos descuidar. Una simple llamada semanal y un te quiero bien sonado escaseó en los últimos meses de tu vida. Debiste pensar que ya te había olvidado ― con justa razón― pero no fue así.
Sabes de sobra que expresar mis sentimientos, no estaba incluido en el índice que describe mis mejores virtudes. Incluso hoy que intento hacerlo, no me sale como querría que fuera. Podría decirse que es un lastre permanente en ese repertorio de defectos. Tal vez, lo aprendí de ti y créeme que está muy lejos de ser una queja. Simplemente que debiste conocerme demasiado para no darte el lujo de dudar por instante la profundidad de mis sentimientos. Somos casi proyección de lo que fueron ustedes en sus tiempos, incluso de lo que no fueron ni dijeron.
Hoy extraño tus gritos, tus mimos despegados, tus celos incoherentes. ¿Te acuerdas como solías alejar de mí todo aquello que amenazara con desplazar tu lugar en preferencias y atención? Ahí te desdoblabas en una autentica Agripina y tu ingenio volaba hasta el Olimpo de los dioses. Zeus se volvía pequeño.
Hoy extraño tu comida, tus postres y tu envidiable café. Ese arte con tintes de gourmet sin saber que era en realidad el gourmet. Sólo te costaba encontrar el punto exacto del arroz para satisfacer mis gustos. Como odiaba ese que te quedaba amazacotado y bajo de sal. De lo demás, no tengo quejas.
Hoy extraño tus extraños gustos y tu maniática dedicación por la limpieza. Tu intransigencia desmedida cuando concentrada en tu costura, no dejabas que nadie se acercara.
Hoy en medio de este intenso calor, extraño todo lo que de ti venía. Supongo que en parte se deba a tu ausencia. Hoy no hay sol en los hijos de tu hijo, porque no hay luna en una noche sin tu estrella. Hoy no habrá sueños para verte en tu apogeo, ni tragos que lleven tus regaños. Hoy no habrá música alta que te agobie, ni un día largo sin olvidos. Hoy no dirás 10 nombres hasta pronunciar el mio ni pensarás en aquellas amantes de mi padre. 
Irremediablemente te extraño toda madre mía y feliz cumpleaños.
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