miércoles, 27 de febrero de 2013

Mundos Paralelos. Su tío Alberto


Esa noche, como todos los días, el niño esperaba a su tío.
Hacían largas tertulias, donde el místico señor narraba historias relacionadas con naves que viajaban tan rápido como la luz, gemelos que jugaban a la máquina del tiempo y de hadas madrinas que convertían a horribles “enanas blancas” en hermosas supernovas con sólo usar su varita nuclear.
—¿Qué día es hoy Tío? —preguntó el niño.
—Hoy es un día especial, muy especial sobrino. Hoy es el Equinoccio de Marzo, día en que la Tierra muestra al sol su Ecuador y cuando la noche y el día tienen la misma duración —contestó el anciano en el tono cariñoso que siempre usaba al dirigirse al niño. Se alisó su emblanquecido cabello, se apoyó sobre el marco de la grisácea ventana y abrió el empañado vidrio para que entrase un poco de aire fresco con olor a la recia lluvia que aún caía.
—Tío, siempre he pensado que fuiste el mejor.
El anciano dejó asomar una irónica sonrisa. «Si él supiera que a los 15 años, abandoné la escuela debido a mis malas calificaciones en varias materias, como historia y lenguaje. Y que poco después se descubrió que yo era disléxico». Pensaba mientras una vez más ese lado humano del anciano salía a la vista.
—Bueno hoy te voy a contar una anécdota que se habla mucho pero que nadie a ciencia cierta sabe si es verdad o no —le dijo el anciano—, pero que creíble o no, no deja de ser divertida.
El niño emocionado se acomodó en su cama para escucharlo.
El anciano aclaró su voz y comenzó.
 —Se cuenta que por allá de los años 20 cuando yo empezaba a darme a conocer por la introducción de numerosos avances en el campo de la ciencia, y por una ley muy famosa que descubrí…, en 19…, Bueno, las fechas no importan mucho, lo que interesa fue, que todo eso hizo que con frecuencia fuera solicitado por muchas universidades para que diera conferencias y les hiciera entender a todos, lo que nadie por si solo entendía leyendo mis escritos. Un día y dado a que a mí no me gustaba conducir, contraté los servicios de un chofer con el cual hice una muy buena relación de amistad e incluso de complicidad. Después de varios días de viajes de ida y regreso, le comenté a mi chofer lo aburrido que era repetir lo mismo una y otra vez y éste al escucharme enseguida me propuso: «— Si quiere, lo puedo sustituir por una noche. He oído su conferencia tantas veces que la puedo recitar palabra por palabra.» Y ¿Qué crees que hice? —preguntó el anciano al sobrino, sin la intención de esperar respuesta—, pues le tomé la palabra y antes de llegar a la siguiente conferencia, intercambiamos nuestras ropas y nuestros lugares. El chofer se sentó en el asiento trasero y yo tomé el volante. Llegamos a la sala magna y como ninguno de los académicos presentes me conocía físicamente, no se descubrió el engaño y el chofer expuso la conferencia que había oído repetir tantas veces. Al final, un profesor en la audiencia le hizo una pregunta. El chofer no tenía ni idea de cuál podía ser la respuesta, sin embargo tuvo un golpe de inspiración y le contestó: «La pregunta que me hace es tan sencilla que dejaré que mi chofer, que se encuentra al final de la sala, se la responda» —dijo señalando para mí. Y fue entonces cuando tuve que tomar la palabra —volvió a reír, ahora con escandalosas carcajadas, que contuvo de inmediato al ver que el niño se había quedado dormido.
Lo miró con ternura y le dio un beso en la frente. Se puso de pie mientras lo cubría bien con el cobertor azul que hacía juego con la lámpara de pececitos, para que no sintiese frío.
A la mañana siguiente, el niño despertó muy temprano y se paró frente al póster grande que colgaba junto a su escritorio.
Una picara sonrisa se dibujó en su rostro mientras leía lo que estaba escrito debajo de la foto: Albert Einstein. 2018: 139 aniversario de su natalicio.

lunes, 25 de febrero de 2013

Mundos Paralelos. Prefiero estar loca.


―No sabes que se siente que el día de tu boda te dejen plantada y el muy cabrón decida casarse con otra. Así que me di a la tarea, no sé si por despecho o porque a pesar de la traición seguía enamorada, de proclamar a viva voz que yo era la única y legitima esposa, con tal furia y apasionamiento que llegué  incluso a convencer de ello al Ayuntamiento de Ciudad, el cual emitió un documento reconociéndome el derecho a un subsidio de guerra como esposa de un soldado. 
― ¿Hiciste eso?
― No sólo eso. Yo estaba dispuesta a todo. El 11 de enero de 1916, sólo dos meses después del nacimiento de mi hijo, conseguí que él reconociera la paternidad ante un notario público. Él, cuya posición económica había mejorado notablemente, se compromete incluso a hacerse cargo del sustento económico del niño y ahí fue cuando inscribí al crío en el registro público con el mismo apellido de su padre. Sin embargo, tras haber reconocido al niño, el muy cabrón trata de quitármelo y el caso llega hasta los tribunales, donde los jueces acaban concediéndome la guardia y custodia del pequeño y condenando al padre a pagarme $12,000 pesos mensuales para colaborar en la manutención de mi bebé.
― ¡Qué bueno que pudiste hacer justicia!
―Qué justicia ni ocho cuartos… Más bien ahí fue cuando empezó la guerra entre él y yo. Su aún incipiente carrera se ve amenazada por mis acusaciones que aseguran que Francia lo había ayudado económicamente a poner en marcha su nuevo periódico, a cambio de que éste presionara desde las páginas del diario para que nuestro país entrara en la guerra apoyando a los Galos. El Ministerio del Interior de mi país llega a abrir una investigación sobre el asunto, al que, sin embargo, termina dando carpetazo. El tiempo acabaría demostrando que mis acusaciones eran ciertas pero, nada ni nadie fue capaz de detener su ascenso al poder al convertirse en el primer ministro más joven de la historia de nuestra patria. En ese momento, me encierran en este manicomio y…
― ¿Y tu hijo?
― ¿Mi hijo? ¿Cuál hijo? No sé de qué me hablas…


Ida Dalser, muere en el manicomio de Venecia el 3 de diciembre de 1937 de una hemorragia cerebral. Es enterrada en una fosa común. Benito Mussolini fue su peor verdugo.

viernes, 22 de febrero de 2013

Mundos Paralelos. Confesión.


Dos jóvenes, uno abogado y el otro soldado,  sentados desde lo alto de un monte blanco, húmedo y de maleza acolchonada, observaban el espacio, esperando que le asignaran su próxima misión.
―¿Tuviste hijos? ―preguntó el abogado al soldado.
El joven se rasco su angosto y cuadrado bigote y respondió en un alemán casi perfecto.
―Sí. Me recuerdo que en marzo de 1918, Charlotte ―así se llamaba una adolescente francesa de 16 años que conocí mientras serví como soldado en Francia durante la Primera Guerra Mundial―, dio a luz a un niño que después dejaría en adopción. El chaval, marginado por ser «hijo de un boche» se crió posteriormente en el seno de una familia francesa de clase media. Es increíble, cada vez que cuento esta anécdota se me retuercen las tripas… Me recuerdo, que en 1939, tras graduarse como abogado, mi hijo, combatió al régimen nazi durante la Segunda Guerra Mundial.
―¡Qué ironía! ―exclamó el abogado con su marcado acento parisino―. En mi anterior vida me llamé Jean-Marie Loret y mi padre fue un gran Hijo de Puta. 

miércoles, 20 de febrero de 2013

Mundos Paralelos. El Sanatorio.



―¿Te consideras un despilfarrador?
― Ufff ―exclamó―. En mis despilfarros superé la extravagancia de los más pródigos. Fui el creador de una nueva especie de baños, de manjares extraordinarios y de banquetes monstruosos; me enjuagaba con esencias unas veces calientes y otras frías, tragué perlas de muy alto precio disueltas en vinagre; hice servir a mis invitados, panes y manjares condimentados con oro. Durante muchos días arrojé a la muchedumbre, desde lo alto de la basílica, enormes cantidades de monedas pequeñas. Hice construir naves de diez filas de remos, con velas de diferentes colores y con la popa guarnecida con piedras preciosas. Para la edificación de mis palacios y casas de campo, no tuve en cuenta ninguna de las reglas, y nada ambicionaba tanto como ejecutar lo que se consideraba irrealizable; construía diques en mar profundo y agitado; hice dividir las rocas más duras; elevé llanuras a la altura de las montañas y rebajé los montes a nivel de los llanos. Hice todo esto con increíble rapidez, y castigando la lentitud con pena de muerte. Para decirlo de una vez, en menos de un año disipé los inmensos tesoros de mi antecesor.
En ese instante entró uno de los cuidadores del sanatorio con un perrito chihuahua en sus brazos. El paciente entró en pánico al ver al perro. Se puso de pie y empezó a gritar que lo sacaran de la habitación o se llevaran al perro. Temblaba, sudaba, lloraba. Entre tres guardias de seguridad no podían controlarlo.
―Es todo por hoy―dijo el doctor y dirigiéndose a un custodio le ordenó―: ya pueden llevar al paciente a su celda.
El doctor se quedó pensativo y después de releer todos sus apuntes exclamó:
―No tengo la menor duda… en realidad es Calígula.

martes, 19 de febrero de 2013

Mundos Paralelos: Felicidades Nicolás.


―Felicidades, Nicolás ―gritaron todos los compañeros del laboratorio al tiempo que alzaban sus vasos con refresco.
Era un 19 de febrero y todavía se vivía la efervescencia por el reciente paso del asteroide 2012 DA14 que cruzaba el cielo nocturno sobre Sumatra (Indonesia), a tan sólo 27,860 kilómetros de la Tierra, y continuó su travesía cósmica a unos 28,100 kilómetros por hora. Nicolás lo había observado todo y estaba realmente emocionado y si a eso le sumamos la sorpresa que le habían  dado sus compañeros; no tenía palabras para expresar tanta gratitud.
― ¿Qué edad cumples, Nicolás? ―gritó Smith, un joven recién graduado de la carrera de Astronomía y quien se entrenaba para operar el más potente de los telescopios que recientemente había comprado unos de los laboratorios más especializados de la NASA.
El anciano se dejó caer en su silla y ocurrió algo inesperado. Cerró los ojos y empezó a hablar en un prusiano casi perfecto.
―Si cuando tenía tu edad, yo hubiera tenido ese telescopio... ¿Quien sabe cuantas cosas más hubiera descubierto? Fueron casi 25 años haciendo un modelo heliocéntrico del universo. En aquel entonces, muy pocos la aceptaron, aunque fue una verdadera revolución en la astronomía.
― ¿De qué hablas Nicolás?
El anciano se mostró enojado y casi rojo de la ira gritó:
―¡No me digas más Nicolás, carajo! Mi nombre es Copérnico y hoy cumplo 540 años.



Revisado y re-editado en enero 2018.
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