sábado, 19 de mayo de 2018

COMO CAMBIAN LOS TIEMPOS.



Quien le iba a decir a Edward Albert Christian George Andrew Patrick David, después conocido como duque de Windsor,  quien a sólo unos meses de iniciar su reinado, causó una crisis constitucional cuando le propuso matrimonio a la celebridad estadounidense y dos veces divorciada Wallis Simpson que hoy el hijo de la hija de su hermano, el principe Harry, se casaría con una actriz, cuando en su tiempo, los miembros de la dinastía Windsor, los primeros ministros del Reino Unido y sus dominios se opusieron a su matrimonio, argumentando que el pueblo nunca la aceptaría como reina. Eduardo sabía que el gobierno encabezado por el primer ministro británico Stanley Baldwin renunciaría si los planes de matrimonio seguían adelante, lo que obligaría a convocar nuevas elecciones generales y podría arruinar irremediablemente su condición de monarca constitucional, políticamente neutral. En lugar de renunciar a su amor por la señora Simpson, Eduardo decidió abdicar. Fue sucedido por su hermano menor, Alberto, que eligió usar el nombre de Jorge VI. Con un reinado de sólo 325 días, Eduardo fue uno de los monarcas de más corta duración en el trono en la historia del Reino Unido y nunca llegó a ser coronado.
Por eso hoy después de presenciar la boda le llamé por teléfono y esto fue lo que hablamos…
—Coño Carlito, que bueno que me hablaste, a ver si me ayudas a que se me baje este empingue que tengo… ¿Has visto cómo cambian los tiempos?
—No te enojes Lalo, es la evolución de la vida. Si ‘La Gaviota’ es la primera dama de México, ¿qué te asombra?
—Es verdad Charlie…pero pienso en mi pobre Wallis, no la bajaron de cabaretera y mira… a esta ni en su casa la conocen… pero bueno, me queda el consuelo que con dos o tres jaladas de pies que le demos en las noches, la nueva princesa se asuste, le pida el divorcio y se regrese para Yunaistes, se ponga a cantar reggaetón y nos deje en paz… porque si esto sigue como va, dentro de poco la familia de Camila va a querer un hueso en el reinado y eso, eso sí que no lo permitiré mi Charlie…
Y diciendo esto me colgó el teléfono… Unos minutos después me envió un whatsApps donde me decía —: Disculpa Charlie, pero me entró una llamada de Winston…, también anda empingao.

domingo, 13 de mayo de 2018

La Cabaña. Un mágico realismo.



Celebrando el día de las madres, se me ocurrió decirle a mi esposa de ir a un restaurante de comida cubana que acaban de inaugurar en la ciudad de México.  
Amor, desde que fuimos a Miami hace ya casi dos años, no pruebo una auténtica comida cubana. ¿Te animas y celebramos el día de las madres comiendo cubano?
Vi como volteó un poco su rostro para que no me diera cuenta de las dos o tres muecas que se le escaparon y hasta pude interpretar lo que estaba pensando —: Oye se supone que es mi día, al menos déjame escoger a donde ir ¿No? —pero se quedó callada y dibujó una sonrisa medio fingida en sus hermosos labios al tiempo que me respondía: —Sí mi amor, no tienes una idea de cuánto añoro comerme unos tostones.
Sin pensarlo dos veces le tomé la palabra antes de que se arrepintiera y nos fuimos al dichoso restaurante.
La primera sorpresa que me llevé al llegar frente al restaurante fue un enorme cartel que abarcaba la fachada completa del local que decía: «Bienvenidos a la Cabaña. A partir de este momento, usted es nuestro prisionero». Y en letras más chicas: «No saldrá rehabilitado, pero si satisfecho».
Caminamos hacia la puerta y allí nos esperaban cuatro hombres vestidos con uniforme idéntico al de los policías de Cuba. Las siglas de PNR, camisa azul tirando a gris y pantalón azul oscuro. De inmediato nos catearon y cuando fuimos a protestar uno de ellos nos entregó una tarjeta doblada que simulaba un pasaporte de la República de Cuba. Al abrirlo decía: A partir de este momento usted es ciudadano cubano, por lo que si no está de acuerdo con obedecer las leyes de nuestro país, le recomendamos no entrar. Solté una carcajada, como broma me parecía excelente, pero ninguno de aquellos cuatro hombres chistó. El que parecía el jefe del escuadrón le dijo al capitán del salón:
—Están limpios. Pueden pasar.
El capitán vestía un uniforme idéntico al que usaban las tropas especiales. Boina negra y uniforme de camuflaje. Tenía grados de General. Solo se limitó a decirnos:
—Síganme.
Debo confesar que todo en aquel lugar me sorprendió enormemente. Era una autentica réplica a las cárceles del régimen castrista. Estaba construido en una casona colonial que habían remodelado de forma tal que las mesas para 4 personas estaban en habitaciones que simulaban celdas de 2 metros de largo por 2 de ancho. Las de 6 personas en celdas de 3.5 de largo por 3.5 de ancho y las de 8 o más personas en una celda de 5 metros de largo por 5 de ancho. Todo perfectamente simulado y adaptado a las condiciones que debe tener un restaurante. En la entrada de cada celda decía: Cuba es para los revolucionarios.
Al llegar a nuestra celda había un mesero que nos esperaba dentro vestido con uniforme igual al de los reclutas que pasaban el Servicio Militar Obligatorio. Pullover verde olivo y pantalón igual al que usa el ejército. Unos bolsillos cuadrados y por fuera del pantalón, botas altas de punta boluda y hasta con un casquillo metálico por dentro. Me imaginé que la usarían en caso que tuvieran que sacarnos a patadas por las nalgas del lugar.
El capitán del salón, o más bien el General, nos dejó en nuestra celda, se despidió y antes de  retirarse cerró la reja al tiempo que le decía al recluta: «Son todo tuyos».
—Bienvenidos a La Cabaña —nos dijo el mesero—, mi nombre es Soldado Pérez, y los atenderé mientras dure su condena.
Mi esposa me miraba con cara de «explícame que está pasando» y yo no dejaba de reírme. Todo aquello me parecía muy creativo. Solo me preguntaba si aquellos chavos iban a soportar tanto tiempo aquellos uniformes tan calurosos y aquellas botas tan pesadas.
El recluta nos entregó la carta y para mi sorpresa era algo muy parecido a la libreta de productos industriales. Los platillos que se seleccionaran se arrancaban como un cupón. Otra gran sorpresa fue que la carta de mi esposa no era igual a la mía. Mis cupones se identificaban por ejemplo como H1: Arroz con gris, H2: Potaje de frijoles negros… y así sucesivamente y los de mi esposa con la letra M1, M2 hasta llegar al último platillo. Imaginé que las de niños tenían una N. La verdad, no paraba de reírme.
Después de un rato decidimos que íbamos a ordenar. Llamamos para eso al recluta.
—Nos puede traer una cerveza, por favor.
—Si claro, pero les recuerdo que están en Cuba, tienen derecho a dos cervezas solo si consumen un plato fuerte. Si no, no les puedo vender cerveza.
—¿A que le llaman plato fuerte? —preguntó mi esposa—, es que acaso ¿tienen algún plato más musculoso que otros?
—Se ve que usted no es cubana. En Cuba se le llama plato fuerte a lo que ustedes llaman aquí guisados. Todo lo que sea carne de cualquier tipo entra en la categoría de platos fuertes.
—¿Y si quisiera tomarme una cerveza más?
—Es muy fácil, usted verá — y diciendo esto tomó el micrófono y llamó por alta voz —: La cliente de la celda 4001 quiere tomarse una cerveza de más.
Y terminando llegó una señora vestida de jueza.
—Buenas tarde, soy la Licenciada Libertad, si desean tomar más cervezas de las que están establecidas, tengo que casarlos. Con esto tendrán derecho a tomarse hasta 10 cajas de cervezas.
Mi esposa estaba a punto de explotar, pero le pedí paciencia, que todo se trataba de una broma para simular la situación de Cuba.
Para no hacerles este cuento tan largo, la simulación fue perfecta. Mientras comíamos, se nos fue la luz dos veces, en el baño no había papel sanitario; al lado de cada WC colgaban unos ganchos con pedazos de periódicos Granma y Juventud Rebelde (estaban hechos con el mismo papel de las servilletas pero simulando que eran recortes de periódicos). Tampoco había jabón a la vista. Y si te quejabas por algo, el mesero te decía: «Perdonen, pero es que estamos en periodo especial»
Al entregarnos la cuenta era como si fuera un talón de multa que decía en el lugar donde venía el precio final que debías pagar: «Usted ha comido en exceso, sin pensar que en Cuba la gente está pasando hambre, por lo que tiene que pagar una multa de… » y ponían el valor de la cuenta.
Cuando pagamos y ya nos íbamos a retirar, el mesero anunció por el micrófono: «Los prisioneros de la celda 4001 han pagado su condena» Y acto seguido llegó de nuevo el general de tropas especiales y nos escoltó hasta la salida. Allí, mientras sellaba el pasaporte que nos habían dado a la entrada, nos dijo:
—Gracias por su visita. Ya saben que por haber estado en Cuba, no podrán viajar a los Estados Unidos.


viernes, 11 de mayo de 2018

Las esperanzas no mueren


Hoy hace un año que Karla Pérez, escribió un Epitafio, pero no fue para un sueño truncado, aunque fue expulsada de la carrera de periodismo; Karla escribió un Epitafio para otros...

Justo hoy, hace un año, Karla llenó una maleta de recuerdos y sueños y tuvo que emprender vuelo hacia otras tierras del mundo con apenas 18 años. Atrás dejó a su parque Martí, su añorado malecón, sus playas preferidas, a sus padres y a sus amigos. Justo hoy, hacen 365 días que una madre añora, ríe y también llora, sufre y se juzga, pero también está convencida que aunque lejos y sola, ya su hija es libre y que los verdaderos culpables, más temprano que tarde, serán juzgados por la historia.

Karla soñaba con ser periodista. Tal vez, por su corta edad, no imaginó nunca que en Cuba se estudie un periodismo diferente al del resto del mundo. Un periodismo amordazado. Un periodismo al servicio de la dictadura. Un periodismo que es libre solo para decir lo que el gobierno señala. Un periodismo que solo tiene ojos para ver los errores y las tragedias que ocurren fueran de Cuba, pero no para ver las propias. Y fue entonces cuando Karla chocó con una simbólica “Gran Piedra” que censura a todo el que honestamente quiere decir la verdad y que truncó sus sueños como los muchos sueños que esa revolución ha truncado.

Pero Karla se negó a renunciar a sus sueños y abrió sus alas y voló sobre el Mar Caribe. Karla se negó a que sus compañeros de estudio hicieran de ella su Moncada, o su Girón y al dejarlo todo atrás escribió un Epitafio, pero no para su sueño de ser periodista, sino para sus compañeros de aula: «Aquí en Cuba dejo a esos que me enjuiciaron por pensar diferente. Aquí yacen los que sueñan escribir verdades llenas de mentiras».

Hoy Karla tiene 19 años, vive alejada de sus seres queridos, pero sabe que no está sola. Los que se empeñaron en destruirla ni se imaginan que está llena de esperanzas, de nuevos sueños y muy firme porque está convencida que desde su trinchera periodística seguirá luchando y defendiendo lo que ama; La libertad de Cuba.

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