martes, 25 de febrero de 2014

Entre el miedo y el dolor.

Fotograma del documental: Soldados cubanos en Angola.
Caminaba lentamente envuelto en mis miedos. Era una noche del mes de noviembre de 1975. Comenzaba La Operación Carlota y con ello el traslado del primer contingente de tropas cubanas a Angola. Ahí empezó mi calvario. ¿Quién no tuvo miedo en esa guerra? Me pregunto una y otra vez. Debe ser normal porque el miedo suele ser una emoción excitada por la proximidad de un peligro, que para nosotros era real y no imaginario. Sentir como te silbaban las balas, a menos de un centímetro de tu oreja, caminar esquivando aquellas minas que podías ver o imaginar, evitando caer prisionero de aquellos enemigos que ni tan siquiera conocíamos. Todo se confabulaba para que ahí estuviera ese instinto común de todos los seres humano del que nadie está completamente libre y que aparece en formas tan diversas que van desde la simple timidez hasta el pánico desatado, pasando por la alarma, el miedo y el terror. Había que disimularlo y muy bien. Y esa era mi forma de vencerlo para que mi compañero del MPLA no cayera en pánico, aunque yo me estuviera cagando por dentro. Respiras profundo, caminas, corres, te haces dueño de una posición que te libere de la muerte. Disparas a no sabes dónde y piensas que frente a ti hay un enemigo que también siente lo mismo. Cargas la AK, acaricias las granadas, vuelves a disparar y avanzas. A una señal, él me sigue y escucho lo que no quería escuchar. Una bala penetra en su abdomen al mismo tiempo que una mina terrestre destruye sus dos piernas. No lo puedo dejar. Regreso y siento que el dolor lo aniquila. A mí también. Sus ojos me imploran algo, un sálvame y no me dejes aquí o un termina pronto con esto. Me hinco de rodillas y me olvido del silbido de las balas que armonizan el entorno. Su mirada se clava en mis ojos. Balbuceo… amigo… y un grito desgarrador inunda su garganta. El dolor que siente me conmueve. Respiro profundo y empiezo a hablar lentamente. Solo él me escuchaba: Amigo, hay dos tipos de dolor. El primero, es ese dolor que nos hace fuerte y el segundo es aquel que solo nos hace sufrir. Este último es un dolor inútil que solo es aceptado por aquellos que tienen paciencia para las cosas inútiles. Yo no puedo aceptarlo y estoy seguro que tú tampoco puedes. Son momentos en los que se requiere de valor para hacer lo desagradable. Lo que es justo y necesario. Y sin pensarlo dos veces le apunto al centro de su frente y disparo mi arma. No sentí miedo y nunca más lo he vuelto a sentir… 
Aunque confieso que hoy, 35 años después, el dolor me mata y cuando en las noches cierro los ojos tratando de conciliar el sueño, aún veo aquel rostro de aquel amigo angolano del MPLA que me imploraba algo; un sálvame y no me dejes aquí o un termina pronto con esto. ¿Será esto que siento un dolor inútil? Todavía no encuentro las respuestas. Solo sé que más fuerte no me ha hecho. 

Este relato (de ficción) lo dedico a un estudiante que tuve hace muchos años en Cuba. A los 19 años, fue reclutado para ir a la guerra de Angola. Allí perdió su corta vida como decenas de miles de cubanos que entre el miedo y el dolor, cayeron en combate. 

viernes, 21 de febrero de 2014

Insomnio.


Cada vez que pienso en el amor, me pega este horrible insomnio. Son las tres de la madrugada y decido salir de la casa y caminar por el jardín. Subo por el empedrado que conduce a la palapa y desde lo alto contemplo el mágico paisaje de puntos multicolores que se impone ante mí ojos. Las luces interiores de la alberca reflejan su esplendor. Sus aguas parecen erizarse por el paso de la fría brisa de la noche que llega también a mi rostro, humectándolo con su rocío.
Estremecido frente al barandal de hierro forjado soy atrapado en mi clásico black hole y me transporto inesperadamente veintisiete años atrás…
…Caí desempolvándome en el centro del parque Ampere. Así le llamábamos a una pequeña glorieta con bancas de concreto, ubicada frente a la cafetería de la universidad y a un lado de la facultad de física, donde yo estudiaba. Ahí nos íbamos en cada receso a comernos un pastel de guayaba y un yogurt. Y mientras comíamos presenciábamos el desfile. Sin duda era la mejor pasarela del mundo. ¡Qué Naomi Campbell ni Claudia Shiffer! Aquello sí era una pasarela. Nada de top ten. No… aquello era el top thousand. Por eso Ampere se sonríe desde su magistral monumento imaginario. Por ahí pasaba, no un Coulomb por segundo, sino miles de “culones” por segundo. Eso sí era una corriente, no eléctrica, pero sí de mujeres. ¡Qué mujeres! Y nada de operadas, ni exageradamente maquilladas. ¡En Cuba no existía eso! Eran “naturalitas”.
¡Coño…! Las más feas eran las que estudiaban física. Mucha física, pero nada de físico. Ahí ni para escoger. Recuerdo cuando un “cerebrito” de mi clase, enunció una ley que pasó a la historia de nuestra generación, como la ley física que probaba la autenticidad del refrán “en casa del herrero, cuchillo de palo”.
Pero qué decir de las de filología, las de arquitectura, las de historia del arte, las de derecho, las de ingeniería. Todas tenían que pasar frente a nosotros para ir a sus facultades. Y ahí estábamos, cual más experto jurado detallando la belleza femenina y como fieras esperando la presa para lanzarnos a la conquista.
¡Qué tiempos aquellos! Corrían los últimos años de los setentas. Años gloriosos de mi historia y de las de mis amigos. Esa época crucial, donde el presente es lo único que importa y se vive bajo la consigna de que el mañana no ha llegado, y será mejor mientras mejor se viva el presente.
¡Qué iba a pensar uno en el Amor! Es más el amor en aquellos tiempos, y para nuestros conceptos, era una mala palabra. Recuerdo a otro amigo que decía que el amor es una palabra de cuatro letras, que encierra todo lo contrario a lo que supuestamente significa… Una palabra que empieza con la A, letra amarga con la que terminan los amores. Con A de angustia, de arrepentimiento, de ausencias. Después sigue la M, mugrosa letra que trae consigo, melancolías, mentadas de madres y la muerte de un sentimiento. Continúa la O, ojerosa vocal que en el mejor de los casos trae olvidos, pero la realidad se ostenta en el odio y la ofensa. Y por último la R, ruidosa consonante que al término de una relación te regala renuncias, rabia, rencores. ― Y después de dar su definición exclamaba ― ¡Y qué lastima que no tiene una H intermedia!, porque además de todo lo que digo es “Horrible”.
Claro que yo no pensaba así, pero de alguna manera sus palabras siempre influenciaron en mí, al extremo de huirle al sentimiento. Uno se sentía sin ataduras, sin complicaciones. ― Bueno esto de sin complicaciones se mantenía mientras no se te ajuntaban tres novias al mismo tiempo en el mismo lugar ― ¿Qué hubiera dicho Heisenberg de la validez de su principio de incertidumbre? En esto de la conquista y la fidelidad, estaba cañón aplicarlo. Aunque yo sí podía determinar con exactitud qué cantidad de movimiento tenía al salir corriendo y hacia dónde iba al mismo tiempo.
¡Esos tiempos serán inolvidables! A esa edad no se perdona. Y mal afortunado quien no haya sabido aprovecharla. Porque después que viene lo serio, la vida cambia.
Pero el sentir que ya piqué el medio siglo y un poco más, desde esta palapa a las tres de la madrugada, me hace ver todo diferente. Ya a nuestra edad uno se creé el ridículo hombre maduro, se cree responsable, y quiere ver en el amor… ese Amor de cuatro letras lo que no vio cuando se casó por primera vez, una A que encierra la astucia, para saber sobrellevarlo todo, la amabilidad, el andar tranquilo, el anidarse a una vida sin locuras sin que deje de ser loca. Esa M que te envuelve en la moral, en el matrimonio, en mantener a una familia, a mimarte y a mimar al que te rodea y a desprenderte del terrible matriarcado que en nuestra vida de solteros querían imponernos en nuestras casas. Bendita la O de la osadía para tratar de hacerlo todo aparentemente bien para que una esposa siempre esté feliz, O de orgullo, de esa mística orgía en la que nos adentramos en pareja, una orgía de sentimientos, detalles, inteligencias, es una O más redonda, más reformada, más perfecta. Y que decir de la R, ¡Alabado sea el señor…! responsabilidad, reconocer los defectos y las virtudes, tuyos y de tu pareja, replantearte una actitud ante la vida, resistir los embates del destino, rectificar si es necesario. Qué malo que no tiene H intermedia porque yo le agregaría que el amor es como un “Homenaje” a la mujer, sin las que jamás, podríamos amar a nadie...

… Pero coño, en realidad ya todo es diferente. Si al menos tuviera esta inteligencia de ahora con quince años menos, ¡cuántas cosas podría hacer!… qué diablos Brad Pitt ni Richard Gere… No haría falta ser bonitos. Simplemente lo que se necesita es tener ese verbo poderoso, acompañado de esa lucidez que te permita hacer cosas sensatas y saber hasta donde entregar los sentimientos. Si yo tuviera quince años menos de seguro no perdería tiempo soñando a tenerla, ni dejaría que se fuera sola a una fiesta y de seguro, ahora mismo saldría y sin que lo esperara, le tocaría a su puerta y le gritara: “Aquí estoy” y mandaríamos las dudas al carajo porque a pesar de mis cincuenta para mi el amor, es hoy, esa hermosa palabra de cuatro letras en la que la A representa la aventura, un alivio de pasiones, es alimentar el alma y ahuyentar la rutina, es agradecer que gracias Dios estamos vivos. Ahora la M es la madurez con la que sabemos valorar a quien nos quiere, es momificar las miserias, esas miserias diferentes que reducen tanto el alma que puede llegar a caber en un grano de arroz, es conservar la memoria, matar al egoísmo, y no mendigar un cariño, sino saber cuando se entrega con sinceridad. La O, ya pierde el glamour y se convierte en orgasmos, esos orgasmos que nos hacen flotar y saborear cada cosa que se hace como si fuera la última vez, es una O que llama al orden (pero sin reglamentos), es O ser O no ser si quieres olvidar lo que fuiste tratando de reivindicar las hazañas, O simplemente, seguir siendo quien eres pero dando más. Y qué decir de la R, es la revolución del amor sin condiciones, sin límites, sin dogmas, sin requisitos, es el respetarse a uno mismo haciendo lo que se desea hacer, es renacer ante lo nuevo, revivir ante lo muerto, reírle a la vida porque nos demuestra que ella está hecha para eso, para vivirla. Y aquí me niego a que haya H intermedia, porque no suena y no hace falta para saber que el amor a estas alturas de la vida es algo más que decir un simple “Hermoso”, es más que eso, es el éxtasis, el saber que existo, siento y después preguntarme, ¿como podré quitarme este horrible insomnio…? 

lunes, 17 de febrero de 2014

Mundos Paralelos XIII. "...tu más fiel adicción"

Desperté sobresaltado. No podía creer lo que acababa de vivir. Él estaba ahí, sentado frente a mí. Hablaba en un tono muy pausado, así como lo hacía mientras nos contaba aquellas historias que aún no escribía…

***

―A comienzos de agosto de 1966, acompañé a mi esposa a la oficina de correos porque quería mandar a Buenos Aires el manuscrito terminado de esta novela. ― Me dijo mientras me entregaba un ejemplar del libro que me parecía muy familiar y que amablemente me había autografiado. ―Me recuerdo que el paquete contenía cuatrocientas noventa páginas mecanografiadas y no me imagino la cara que puse, pero cuando el empleado de la estafeta me anunció: «Son Ochenta y dos pesos»,  me volteé a mi esposa y la vi buscar en su monedero. Su rostro debió ser un espejo que reflejaba al mío. Solo cincuenta pesos, de manera que indiqué al empleado que fuese quitando hojas, como si se tratara de lonjas de jamón, hasta que los 50 pesos cubrieran el envío. Regresamos a la casa y empeñamos la estufa, el secador y la licuadora y con lo que recaudamos fuimos de nuevo a la oficina de correos y enviamos el segundo bloque. Al salir, mi esposa Mercedes, se detuvo y se volvió hacia mí: «Oye…, ahora lo único que nos falta es que la novela sea mala».

***

Sonreí mientras acariciaba el libro que reposaba abierto sobre mi abdomen. "Cien Años de soledad". Era la cuarta vez que lo leía. Fue el primer libro que me había regalado mi padre cuando apenas tenía yo 10 años y que aún conservo como un gran tesoro. Leí una vez más la dedicatoria que me había escrito: "Para mi hijo. Ojalá y la lectura sea en un futuro, tu más fiel adicción". Tu papá". 
Lo cerré y volví a sonreír. Ahora pensaba en Gabo y en la anécdota que acababa de contarme en mi sueño. De inmediato me vino a la mente una frase suya que había leído hace algún tiempo. “En todo momento de mi vida hay una mujer que me lleva de la mano en las tinieblas de una realidad que las mujeres conocen mejor que los hombres y en las cuales se orientan mejor con menos luces.” No cabe dudas que se refería a Mercedes.

lunes, 10 de febrero de 2014

Mundos Paralelos XII. El Miserable.


― Estimado Diego, ya no sé qué decirte. Llevamos más de un año en terapia, he consultado a tus padres, a tus abuelos, a tu hermano… No encuentro nada en tu ambiente familiar que sea la causa de que te comportes como lo haces, que maltrates a tus compañeros, a tu hermano, que uses tanta ira, rencor, violencia hacia los demás… Creo que cambiaré de estrategia, claro, si tú estás de acuerdo.
― ¿De qué se trata?
―Quiero que hagamos una regresión para buscar en tus vidas pasadas.
― ¿Qué es eso?
El Doctor Ramos, le explicó detalladamente lo que quería hacer. Después de unos quince minutos de plática lo convenció y empezó el procedimiento. Su armónica voz fue llevando lentamente a Diego a viajar en el tiempo…

***

― Quiero que te concentres y vayas al día en que naciste…
― Es Diciembre, pero no veo el día… 1892, España… sí, no cabe dudas.
― Trata de visualizarte como niño…
Diego empezó a sudar… su rostro reflejó una angustia desmedida. Sus palabras brotaban temblorosas.
― Papá me está agarrando el pito, me lo pellizca, se ríe. Le dice a mi hermano: “¿Pero tú ves algo aquí?” Nico, mi hermano mayor se ríe y remata: “Bobalicón, cerillita” Corro hacia mi madre. Me refugio en sus piernas. Ella me cobija y dice: “Merelillo mío”.
―Sal de ahí. ―dice el doctor. Pero Diego parece no escucharlo.
― El infierno no estaba sólo en mi casa. Veo veteranos de la guerra de Cuba. Me voltean a ver como asombrados y me burlan de mi enorme cabeza.  Es una infancia miserable. Mi padre me llama Paquita. Se ríen de mi voz afeminada. No entiendo nada pero me siento horrible. Son demasiados complejos y obsesiones… ―Hace una pausa. Llora. Tiembla. Su respiración se agita. ― Ahora veo una academia militar. ―Vuelve a  angustiarse. ― Un nombramiento. Soy comandante.
― ¿Dónde estás?
― Oviedo. Estoy confundido. Veo a un hombre por el cual creo que siento algo más que admiración… amor a primera vista. No… es algo así como el hijo que nunca tuve. Es muy raro. Me intimida el sexo. Soy un hombre reprimido y humillado. Veo el poder. Un país. Pero la sombra de mi padre no deja de perseguirme. Lo escucho decir: “Ese caudillo es un cabrón y un chulo. ¡Si lo sabré yo, que soy su padre!” Aparece una mujer. Sí, es la esposa del presidente de Argentina.
― ¿Quién eres Diego?
― Fui un miserable que se convirtió en Caudillo. Fui un dictador que gobernó a España entre 1939 y 1975.
Diego despierta sobresaltado. Se sienta en el diván. Suda. El doctor contrae su entrecejo. Tose ligeramente.
―Ya entiendo el porqué eres tan abusivo y violento.


Dedicado a mis fieles lectores españoles. Ustedes tienen la palabra. 





jueves, 6 de febrero de 2014

Mundos Paralelos XI. Mi nombre fue...

Nací un 4 de enero y mi nombre fue… Bueno, mejor lo adivinan.
Podría decir que me vida fue muy aburrida y así lo afirmaran los que no piensan o los que no les gusta pensar y sobre todo aquellos que me hacen responsable de sus incontables desvelos. Créanme, que desde muy lejos, en tiempo, en espacio e incluso en dimensión, he sentido el mentar de mi madre, el quejumbroso eco de: ¿para qué me sirve esta madre? Y alguno que otro que aborrece mis escritos. Pero no me quejo, son más los que me admiran y los que hubiesen querido ser como yo.
Durante mi infancia, mientras los demás niños se dedicaban a jugar, yo construía objetos de madera, sobre todo maquetas raras. Me acuerdo que una vez reproduje en una maqueta un molino de viento que funcionó a la perfección cuando la coloqué sobre el tejado.
También, en mi infancia fabriqué una original linterna de papel arrugado que usaba de camino a la escuela en las oscuras mañanas de invierno. ¡Era plegable y podía doblarla y meterla en mi bolsillo!
Ya de joven, me obsesioné con los relojes de sol, que representaban para mí un reto intelectual. Llegué hasta llenar mi recámara con puntas para marcar las horas, las medias e incluso los cuartos. Esto me ayudó a distinguir los equinoccios y los solsticios.
Después vino lo grave… Mejor no le cuento ahora la gravedad de los sucesos. Dejé hasta mis estudios universitarios, por culpa de esa peste a la que muchos llamaron “La gran Plaga”. Me regresé entonces a mi casa de Woolsthorpe y de tan aburrido que estaba construí un telescopio de… ¡¡¡ ufff ya no me acuerdo si era de reflexión!!! Perdón por mi Alzheimer pero hace tanto tiempo!!!
Y no bastándome con todo el trabajo que tenía, y dicho sea de paso, lo que tenía que pensar, se me ocurrió meterme a la política y me hicieron inspector de la Casa de la Moneda, donde logré suprimir las falsificaciones y estabilizar la moneda, al establecer una reforma monetaria radical que resolvió la crisis financiera que existía por esa época en el país.
Muchos, pero muchos años después, un excelente colega, al cual por razones obvias no tuve el privilegio de conocer y que si mal no recuerdo se llamó Alberto, dijo que para mí la naturaleza era un libro abierto, cuyas palabras yo podía leer sin esfuerzo alguno… Hoy me pregunto ¿por qué lo habrá dicho? Tal vez por intuición o por lo que dijo Alexander Pope, quien escribió para mí un famoso epitafio: La naturaleza y sus leyes yacían ocultas en la noche. Dios dijo "Sea Newton", y todo fue luz.

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