sábado, 18 de agosto de 2018

CONFESIONES DEL LOBO DE CAPERUCITA.


Pues sí, yo soy el Lobo, el villano de ese cuento tan popular que ha recorrido el mundo y al que lo hacen ver tan malo y feroz, al extremo que nadie me quiere. Algo así como el D.J. Trump de los cuentos infantiles. Pero ¿qué creen? Pues, sí, todos ustedes han sido manipulados y engañados por los medios de comunicación, porque estoy seguro, que ninguno o muy pocos de ustedes conocen la verdadera historia de este cuento. Y den las gracias a Carlos, porque por él es que he accedido a dar esta declaración a los medios que nunca antes había hecho. Empiezo pues…

No fue Perrault el primero en la idea de escribir este cuento, aunque si fue el primero que recogió la historia y la incluyó en un volumen de cuentos para niños por allá del año 1697, en el que destacaba sobre los otros por ser, más que un cuento, una leyenda bastante cruel, destinada a prevenir a las niñas de encuentros con desconocidos —Así que fíjense desde cuando viene esto del abuso infantil—, y cuyo ámbito territorial no iba más allá de la región del Loira, la mitad norte de los Alpes y el Tirol. (pa’que vean que soy un ducho en geografía politica)

La idea original fue de un tipo con menos escrúpulo que me vio fortachón y además negro y me dijo —: Tú eres el gallo—. Bueno, más bien el lobo y escribió esta historia con elementos más perturbadores. Yo, ya disfrazado de abuelita invito a Caperucita a comer carne y sangre, pertenecientes a la anciana a la que acababa de descuartizar, y después de habérnosla comido completa, la obligué a acostarse conmigo desnuda —después de hacerle quemar toda su ropa.

Como ven esta versión me hacía ver como un asesino sin escrúpulos, como un caníbal, y además tenía toques pornográficos con escenas de sexo muy candente —me recuerdo que tenía una leyenda que decía: Lenguaje de adulto, escenas de sexo y no apta para menores de 18 años)

Perrault  suprimió estos elementos de la primera versión e hizo una versión más «ligth» queriendo dar una lección moral a los jóvenes que entablaban relaciones con desconocidos, añadiendo una moraleja explícita, inexistente hasta entonces en la historia aunque, al contrario de la versión posterior que hicieron los hermanos Grimm, la de Perrault no tenía un final feliz. Ahí me jamé a la abuelita y la caperucita, pero sin tener nada de sexo. ¡Pinche Perrault!

Fue en 1812, que los hermanos Grimm, dieron otra vuelta de tuerca a la historia. Retomaron el cuento, y escribieron una nueva versión, que fue la que hizo que Caperucita fuera conocida casi universalmente, y que, aun hoy en día, es la más leída. Es en esta versión donde aparece la figura del leñador, que salva a la niña y a su abuelita y me empieza a disparar hasta que me jodió. Me dio un tiro en una pata y fue entonces que empecé mi incansable lucha por el control de armas, y como fracasé en todos los países por lo que pasé, fue entonces cuando por allá de los 60’s cuando El Cenicero, declaró el carácter socialista de la revolución cubana y le quitó las armas al pueblo, me dije —: Lobo, de ahí somos—, y me fui a vivir para Cuba.

¡Qué maravilla! Ñooo. Ahí se podía vivir sin trabajar y vivir del invento. Me compré una guitarra y me puse a cantar por las calles del pueblo al que me fui a vivir —No sé si ustedes lo conocen. Se llama Cienfuegos—, y ahí para embarajar la talla —para ese tiempo ya había aprendido hablar cubano, así que de aquí pa’lante ya se lo traduciré textual—, me metí al movimiento de la nueva trova y pues fue un vacilón. Por el día, me sentaba en un banco del prado, cantaba par de canciones que escribía usando temas de actualidad revolucionaria, me regalaban unas monedas y me paraba y me iba a sentarme a otro lugar. Por las noches iba a tocar a cualquier galería de arte, o a algún evento que organizaban, en algo que llamaban CTC, y así me ganaba mis kilitos pa’comprar lo que me daban por la libreta. ¡Qué buena idea esa de la libreta! Nunca antes había visto nada parecido. A todo el mundo le daban una ración controlada de comida que tenía que durarte todo el mes. Eso, la verdad que me ayudó mucho a bajar de peso y me puse en talla. Ñooo, todas las jevitas me decían —: Negro, llévame contigo a la oscuridad, donde no se vea no sea ná… Y fue ahí donde empezó mi vida de galán. Bonito y cantante, pues ya podrán imaginarse a cuantas jevitas me pasé por la chaguara… a todas les decía —: Bianca, el día que me dejes vas sufrir como nadie.  
Bueno, vuelvo a la historia. Todo iba muy bien hasta que llegó el año 1970. Ahí empezaron mis desgracias. Me dijeron en la casa de la nueva trova —: Oye mi negro, tienes que irte pa’la caña—. No sé si ustedes se acuerdan pero en esa época a loco se le ocurrió decir que «los 10 millones van» y todo el mundo tenía que dejar lo que estaba haciendo e irse pal’corte.  Y si a eso le suman que en Cienfuegos había un jefe del partido al que le decían Canuto o Cañita por eso de que tenía un pedazo de caña atravesao en la cabeza, pues podrán imaginarse como se puso la cosa de fea. Ahí me sublevé y dije —: Ni pinga. Yo no vive pa’Cuba pa’estar cortando caña y además yo no quiero ser millonario ni esa fana—, y que me agarró la ley esa de recogida de los vagos y me mandaron pa’la UMAP.

Lo único bueno de recuerdo que tengo de esos campos de concentración, fue que conocí a gente muy linda. Pero coño, nos trataban a patá por el culo a todos. Bueno ustedes saben todo lo que se vivió en esas Unidades Militares de Ayuda a la Producción. Fue un infierno. La veldá. Son cosas de las que no quiero acordarme. Me levantaban a las 5 de la mañana y a cortar caña hasta que se fuera el sol. De Pinga… pa’qué les cuento.

Ya para cuando salí de ese infierno, volví con mi guitarra y a mis andanzas hasta que llegó el famoso periodo especial en tiempo de paz y apareció la nueva y última versión de la caperucita que circula por el mundo. Debo confesarle que desde ahí me fue más mal “entodavía”. Que he estado loco por salir echando de aquí, pero no he podido encontrar a nadie que me reclame y salirme de esta mierda. Debo también confesar que he sido víctima de abuso, de acoso sexual y hasta he sido bulleado por esa niña a las que todo creen una santa. Pero la realidad es otra… Si me permiten, les cuento también esta historia.

¿Dónde me quedé? Ah… ya me acordé. Estaba en esa época donde todos nos volvimos especiales. Ñooo caballero, ese Periodo Especial fue un tormento. Imaginen por un momento como puede sobrevivir un lobo, con picadillo sin carne. Es algo así como comer un flan sin leche. Definitivamente tuve que ponerme pa’las cosas. Yo, que ya tenía un master en invento, aquí sí logré mi doctorado.

Fue entonces que me dije—: A ver Lobito, tienes que ponerte a hacer lo que tú sabes hacer bien—.Y fue entonces que después de mucho tiempo volví a ser el Lobo de Caperucita Hablé con un amigo —que por allá de los 80’s protagonizó una serie de televisión en la que los Policías eran los buenos, y nosotros los del invento, éramos los malos—, que además de la actuación le entraba a eso hacer guiones para teatro y le dije:
—Acere. Necesito que me escribas la nueva versión de La Caperucita Roja, pero que no tenga nada que ver con esas historias que escribieron Perrault y los hermanos Grimm.

—Coño Negro, ¡Qué buena idea! Creo que estos tiempos que vivimos, hay que mostrarle al mundo que el Lobo no es tan feroz como lo pintan. Es hora de empoderar a la Caperucita y así quedamos bien con el sistema. Una mujer es arrinconada a hacer cosas inmorales por culpa de un sistema inepto y corrupto que es incapaz de salvaguardar la vida de su gente.

—Acere ¿y si nos meten en Cana…? Ya yo no quiero estar allá adentro man. Si aquí afuera pasamos hambre, imagínate en Ariza. No, no me gusta esa idea.

—Negro, entiende. La Gestapo verá esto como un alineamiento nuestro a alcanzar el igualitarismo pleno. Ya basta que la mujer sea usada por el hombre. Hagamos que ella sea la que nos use. Hagamos ver al hombre como un pendejo, un trajín, un mequetrefe… Convirtamos a Caperucita en una reina de la noche.

Les confieso que no me gustó mucho la idea. Y ustedes saben por qué. Hoy día en las redes sociales, hay que andar bien contenido. Como dice mi amigo el Machín —no porque sea machista sino porque así se apellida—. Y es muy cierto. Si dices negro, te tildan de racista. Cuando en Cuba siempre hemos usado esa palabra de cariño y como expresión de la cubanidad —oye mi negra, oye mi negro—. Si mencionas la palabra Jinetera, no lo ven como estás hablando de las que se prostituyeron, y se creen que uno está generalizando que por salirte  de Cuba y casarte con un extranjero ya tienes la etiqueta. No señores, ni señoras, cubanos y cubanas, cienfuegueros y cienfuegueras —imitando ese nuevo estilo de abolir el gentilicio y de entrar en la moda de lo políticamente correcto—. ¡No! La cosa no va por ahí. Cuando uno habla de jineteras, no pretende ofender a esas chicas que tuvieron que prostituirse para vivir y sobrevivir. Al contrario, se trata de criticar a un sistema que abandona a ese pueblo al que tiene esclavizado. No es para etiquetar a todo aquel que se empató con una gringa o con un Pepe —así les decían a los españoles— para poder salirse de Cuba. Sean coherentes y lean para divertirse y no para verse reflejado.

Y bueno después de esta catarsis políticamente incorrecta, les digo que fue así como surgió la nueva versión de la historia, titulada:

La Caperputita roja, el Lobo Mandilón.
(Narrado por el lobo en primera persona)

Érase una vez en una pequeña pero hermosa ciudad, situada al centro sur de Cuba, había una tremenda jeva, de la que todo el mundo enamoraba a primera vista por lo buena y bonita que estaba. Siempre andaba con una minifalda roja, una blusa roja bien escotada y unos zapatos de tacones, también rojos. Como se veía tan bien,  y atraía a muchos clientes, todos los días se vestía así —no porque tuviera una sola muda de ropa, sino que todas sus mudas eran iguales; por esa razón, todos la conocían como LA CAPERPUTITA ROJA.

Un buen día la madre le dijo:
—Mira Caperputita Roja, aquí tienes un poco de picadillo de soya, un trozo de pan viejo y una botella de vino casero que hizo tu papá  para que se la lleves a tu abuela, anda malita y necesita reanimarse. Arréglate antes de que te agarre la noche, y no te vayas a tomar el vino por favor.
—Sí, mamá —asintió La Caperputita con cara de fastidio—. Mamá, yo tomo mejores cosas que ese vino casero que hace Papá.

La abuela vivía en Reina, y la casa de la Caperucita estaba en la Juanita. Así que para llegar a casa de su abuela tenía que atravesar casi toda la ciudad.

Yo, a esa hora siempre andaba sentado en un banco del prado, con mi guitarra en mano y al verla pasar caminando meneando su cinturita le dije:

—¡Buenos días, Caperputita Roja! ¿A dónde vas tan bonita? —pregunté.
—¡Qué bolá, acere! Ya sabes, lo de siempre. Ahora voy a casa de mi abuelita a llevarle esta jabita que le manda mi mamá y después a darle duro. Tu sabes que hace falta el fula, y la cosa está dura.
—Ñooo amiga, si quieres te acompaño y después te invito a mi gao, está ahí en reina, en un biplanta que me dieron por el sindicato. Dame chance, yo te puedo pagar lo mismo que te paga un tío de esos.
—Acere, desmaya esa talla. Tú tendrás fulas, pero no eres yuma. Me acuesto contigo y me pagas, sí, pero contigo no me puedo salir de esta mierda.
—Coño Caperputita, no seas igual que este gobierno que discrimina al cubano por el turista. A mí con fula no me dejan entrar a un hotel por no ser extranjero. Ya estás cayendo en lo mismo. Mis dólares valen lo mismo. No seas mala, anda, déjame echarte un polvo.
—Te dije que ni pinga. Entiéndeme negro, yo lo que quiero es largarme de este país, y tú no me puedes dar eso. Pero mira, para que veas que no soy tan mala gente. Déjame hacer mi luchita y si no consigo nada entonces te caigo en tu gao. ¿Te parece?
No saben qué clase de sonrisa dibujé en mi boca de lobo.  La Caperputita se fue a hacer lo que tenía que hacer en casa de su abuelita y como a las 7 de la noche se fue a buscar a un punto por allá del muelle real. Yo me fui pa’l gao y como a las 11 de la noche tocaron a mi puerta.

No tienen una idea de la cara que puse cuando abrí y ante mis ojos vi a la mismísima Caperputita.

—No lo puedo creer —dije casi temblando.
—Bueno qué… ¿Me dejas pasar o te vas a quedar ahí pasmado? No vine a que me cantes ninguna canción, vine a trabajar. Son $40 fulas y por adelantado.
—Ñoooo amiga, hazme una rebajita. Imagina que yo fuera tu padrote, al que le pasas $10 fulas por buscarte al punto y después pagas $5 fulas por un cuarto… descuéntame $15 y te prometo que si te gusta el trabajito que te voy a hacer, podemos hasta hacer negocios juntos.  
—Fíjate que no es mala idea. Ya la pura me está haciendo la vida imposible. Así que convénceme y hasta me vengo a vivir contigo.
El reto era divino. Así que entramos y sin mucho preámbulo nos fuimos a mi cuarto, me desnude y me acosté en mi cama. Al verme Caperputita exclamó:
—Oh, Lobito, ¡qué orejas tan grandes tienes!
—Para así, poder oír mejor tus ayes y gemidos —le comenté.
—Oh, Lobito, ¡qué ojos tan grandes tienes!
—Para así, poder ver mejor tu escultural figura —dije mientras abría más mis ojos.
— Oh, Lobito, ¡qué manos tan grandes tienes!
— Para acariciarte mejor —respondí ya casi excitado.
—Oh, lobito, ¡qué boca tan grande tienes!
—Para besarte mejor —susurré.

Y cuando la vista de la Caperputita bajó hasta mi entrepiernas grito:
—Oh, Lobito ¡qué cosota tan grande que tienes!... pero para que hagamos algo, primero bañate lobito que apestas a rayo…

Primer ataque… me fui a bañar. Me di una ducha de casi media hora y Salí del baño dispuesto a todo. El agua helada me había relajado y me había hecho recuperar también mi confianza.  «No es fácil hacer un papelazo en un primer encuentro amoroso. Y más con una mujer como ella» Pensé.

Mientras secaba mi cuerpo me acerqué a los pies de la cama. Ella me esperaba acostada. Su mirada tierna pero penetrante, me lo decía todo. Sonrió mostrando su dentadura que a pesar de no ser perfectamente pareja la hacía lucir en extremo sensual.
Con un movimiento muy estudiado descorrió las sábanas blancas y mostró su apetecible figura.

Su cabello castaño reposaba sobre su piel blanca salpicada de una multitud de pecas que cubrían parte de sus hombros y el torso, simulando al firmamento lleno de disímiles estrellas. Un firmamento por el que justamente me disponía a navegar.
Todo en ella brillaba y armonizaba a la justa medida. Pecas sin pecado, piel de terciopelo, senos magistralmente operados pero hermosos y convencidos a no ceder bajo el influjo de las leyes gravitacionales. Pezones que irradiaban la misma sensualidad que esos que solo había visto en películas, abdomen liso y firme, piernas perfectamente talladas y unos brazos que sostenían lo que más me había impresionado de ella. Sus manos.

¡Qué manos! Hechas para hablar con su finura y transmitir energía a lo que tocan. Manos hechas para inundar de ternura sus caricias y dibujar en el aire el don divino que poseían.

― Quiero que beses el interior de mi vientre. ― me dijo mientras deslizaba sus pies sobre la cama elevando sus rodillas al tiempo que abría lentamente sus piernas. ― ¿Crees que puedas hacerlo?

― Trataré ― respondí sonriente aunque por dentro mi osamenta temblaba.
Me incliné y apoyando mis rodillas en la cama fui a gatas hasta acercar mi bocota a su entrepierna. Su cuerpo temblaba, pero el olor a hembra provocó el clic perfecto para que cerebro y sexo se interconectaran. Me miré hacia dentro implorándole a los dioses permitirme realizar un exitoso desempeño.

El reto era ambicioso. Besar el interior de su vientre implicaba… NO MAMEN, me pasé, esto parece una película erótica y no el cuento de la Caperucita Roja… Así que no se crean que les voy a contar lo que le hice. No, los hombres lobos no tenemos memoria. Basta con resumir que le besé hasta la sombra…Y un poco más —a caray, creo que eso es de Arjona.

Bueno para no hacerles el cuento tan largo… hasta nos casamos y a partir de ese momento me convertí en su chulo. No más que no imaginé lo que se venía después.
Noche por noche, salíamos y yo le buscaba sus puntos, nos íbamos p’al gao y lo único que podía hacer era mirar hueco. Eso del poliamor no se los aconsejo. Cuando tu dejas que pasen esas cosas de compartir tu pareja, si aparece uno que le haga un trabajito mejor que el que tú hacías, valiste madre.

Y así fue. Caperputita se enamoró de un Italiano, se piró y me dejó como un perro callejero, porque hasta me chivatearon los del comité, me metieron cana 6 meses por jinetero y hasta perdí el gao.

Y aquí me tienen, haciendo las crónicas de mi fracaso y contándoles la historia de un Lobo, que de feroz, pasó a ser trajín, bulleado y hasta menospreciado por aquella bella dama me cambió por un puñado de fulas.

Ah, se me olvidaba, por favor… si alguien puede ayudarme a conseguir una visa para la Yuma, ayúdenme… yo canto, actúo, recito, y hasta cuento cuentos. Lo único que no se hacer es trabajar… pero sáquenme de aquí. Igual los ayudo a organizar manifestaciones contra el control de armas, o protestar cualquier cosa que diga el 45 o hasta desfilar en pro de los derechos de los animales o de cualquier cosa que quieran. Soy muy bueno pal’invento y pa’todo en lo que no haya que pinchar. Eso sí, les garantizo que no tengo nada que ver con el Hombre nuevo y que no me iré pal Yuma como político ni nada por estilo.

Los veo en el próximo post. Si Dios quiere.

miércoles, 15 de agosto de 2018

BLANCAMUEVE Y SUS 7 MARIDOS.




ANDAR CIENFUEGOS CON UN POCO DE HUMOR Y SARCASMO CON EL CUENTO: BLANCAMUEVE Y SUS 7 MARIDOS.
(Cualquier parecido con la realidad es pura realidad)

Hay personas que nacen con la música en la sangre. Y como sucede con casi todos los cubanos, así era Blancanieves. Cuenta su padre, que desde niña era así y que recuerda con mucho cariño que el primer día que la niña fue a la escuela primaria William Soler (Antiguo Elisa Bowman), ese día se buscó su primer reporte por mala conducta. Y sí, transcurría el primer matutino al que asistía la niña y después que la directora pidió a todos ponerse en atención para escuchar las notas del Himno Nacional y esté empezó a sonar en todas las bocinas de la escuela, Blancanieves comenzó a bailar moviendo la cintura sin parar. Desde ese día, todos la apodaron Blancamueve.
Con los años, Blancamueve fue creciendo y convirtiéndose en eso que hoy llamamos el mejor invento surgido de la mezcla del español con africano. Sin dudas, una autentica mulata guapachosa y sandunguera a la que no le faltaba nada. Todo en ella encajaba con singular alegría. Cara linda, buenos pechos, exuberantes nalgas, y un zalamero andar que cualquier hombre o mujer que pasaba por su lado, tenía que seguirla con la vista y dejar escapar un incontenible ¡Wuao!
Siendo aún muy pequeña su madre se anotó como escoria y después de recibir un detestable “acto de repudio” —organizado por su propio marido— se piró por El Mariel hacía Miami, cuidad en la que hoy vive la señora. Poco tiempo después, su padre volvió a rehacer su vida al lado de otra mujer. La madrasta de Blancamueve era una terrible chivatona, presidente del Comité de Defensa de la Revolución, quien por razones muy obvias, la envidiaba muchísimo a causa de su belleza. Cuentan en el barrio de San Lázaro que La madrasta de Blancamueve poseía un espejo mágico que era capaz de decirle, además de quien era la mujer más guapa del barrio, quien hacía negocios ilícitos, quien vendía carne de res, y quien hablaba mal de la revolución. Sin dudas, la señora era una verdadera pesadilla para los «bisneros» del barrio.
Cuentan también las malas lenguas que la Madrastra siempre muy confiada le preguntaba a su espejo:
— Ohhh espejito mágico, ¿podrías decirme tú, quién es jeva más buenota de Cienfuegos?
—Eres tú mi señora, la más bella de todas —el espejo respondía ante la petición de su ama.
Hasta que un día, con el paso de los años la respuesta del espejo no fue la que ella acostumbraba a escuchar sino que en su lugar dijo:
—Mi señora todavía tú sigues estando muy buenota y linda pero, siento decirle que ya Blancamueve te ganó.
Al escuchar aquella respuesta la mujer enfureció muchísimo pues no entendía que Blancamueve fuese la más hermosa.
Debido a esto reunió a todos los miembros del comité de la cuadra, que como ya les he dicho ella presidía y les dijo:
—A ver, cabrones. Hace unos instantes el espejo mágico me ha revelado que ahora Blancamueve está más buena que yo. Es por esto que les ordeno que la capturen, la lleven para el manglar de la doble vía, la hagan pedacitos y la echan al río y para estar segura de que cumplieron la orden, me traen su teléfono celular.
Todos los vecinos, ante tal orden, fueron en busca de la joven y al encontrarla le propusieron ir a dar un paseo hasta el final de la calle Gloria, ya casi junto al manglar. Mientras daban el paseo, todos los tipos —que estaban todos enamorados de Blancamueve— le contaron los planes macabros de su madrastra y le pidieron que huyera y le pidieron a la hermosa mulata que les diera su celular, pasaron por Etecsa, le pusieron una recarga de 20 CUC y se lo llevaron a la chivatona madrastra que al ver el celular exclamó:
—¡Qué maravilla! Con este iPhone de $900 dólares si podré estar conectada con el mundo y con mi agente del G2, además de que vuelvo a ser la jeva más buenota de Cienfuegos.
La pobre Blancamueve empezó a caminar por la doble vía, rumbo a Pastorita, hasta que encontró una pequeña casita y entró. En el interior todo era muy pequeño, había una mesa muy chiquitica, 7 sillitas y 7 camitas. De momento pensó que había entrado a un círculo infantil, pero no. Recordó con agrado que el círculo estaba justo en la entrada de Cienfuegos. Muy cansada y desconsolada, Blancamueve tenía mucha hambre así que se comió todo lo que había en los siete platitos y después se acostó sobre las siete camitas… y se quedó dormida.
Para no hacerles el cuento muy largo, la casita a la que Blancamueve había llegado tenía dueños, y no eran nada más y nada menos que siete enanitos. Al llegar estos a la casa se percataron como la hermosa mulata dormía tan placenteramente sobre sus camas. Uno de ellos exclamó:
—¡Ñoooo acere, está buenisima! Miren que clase de c….
—Sí, está descomunal —respondió otro de los enanos—. Podría quedarse a vivir con nosotros. Quien quita y nos…
No terminó de decir lo que estaba pensando porque en eso, Blancamueve se despertó.
—Hola, perdón por haber invadido su casa. 
—No hay problema mulata, te puedes quedar a vivir con nosotros, sin lio. A fin de cuenta somos unos niños.
Y diciendo esto, los 7 enanitos empezaron a quitarse a la ropa (como eran niños) para irse a bañar.
Cuando Blancamueve los vio en cuero exclamó sin pensarlo dos veces:
—Wuao, ustedes serán ñiños y serán lampiños, pero esos penes y esos huevos no son de niños. Así que de aquí soy…
Y así sucedieron las cosas. Blancamueve se casó con los 7 enanitos y fueron muy felices los 8 y desde ese día en aquella humilde casita (ya remodelada y agrandada) los enanos cantan:
Y si con otro te mueves «sabrocho…» 
Vamos a ser feliz, vamos a ser feliz 
Felices los 8 
Te agrandamos el chocho…
Y vamos a ser felices los 8.
Y a mí no me crean mucho, porque no estoy yo ni para contarlo ni ustedes para creerlo, pero dicen las malas lenguas que esta historia fue la que inspiró a Maluma para componer su asqueroso reggaetón…que hoy bailan los niños en las escuelas primaria, y que por suerte ya no gritan “seremos como el Ché” pero Ppara desgracia, si mueven sus cinturas de una manera grotesca al compás de “seremos felices los 4”. Válgame Dios. ¿Educación gratuita...para esto?
Dicen también, que la mamá de Blancamueve los reclamó a los 8, y se los llevó pal Yuma donde hoy vive la familia completa. Y para que comprueben que tan buen corazón tiene Blancamueve, dos años después de haber llegado a los Estados Unidos, reclamó a su papa y hasta a su madrastra, quien después de chivatear a tanta gente y de haber intentado matar a Blancamueve, hoy se encarga de promover el intercambio cultural y de llevar a todos los grandes «esclavos reggetoneros» a ganarse unos dólares a Miami, para después gastárselos en la Isla y seguir llenando las arcas de la dictadura.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado, pero el reggaetón… ese sí que nos ha contaminado.

domingo, 12 de agosto de 2018

LA CENICIENTA. VERSIÓN CUBANA



ANDAR CIENFUEGOS CON UN POCO DE HUMOR Y SARCASMO CON EL CUENTO: LA CENICIENTA.
(Cualquier parecido con la realidad es pura realidad)

Hubo una vez, hace mucho, pero mucho tiempo, por allá por Cienfuegos una chica muy linda, tan linda que no tengo las palabras, ni los adjetivos apropiados para poder describirla. En el barrio, todos la llamaban Cenicienta, por su gran parecido con la protagonista del famoso cuento infantil.

Cenicienta era pobre (como todo el mundo lo era en Cienfuegos después que triunfó otro cuento, este de terror, al que llamaron Revolución), no tenía padres (porque en el año 94 intentaron fugarse en una balsa para la Yuma, pero desgraciadamente nadie supo nada de ellos) y desde entonces, vivía con su ahora Tía-Madrastra, una mujer viuda muy cascarrabias que siempre estaba enfadada y dando órdenes y gritos a todo el mundo. Cuentan las malas lenguas que la señora poseía un síndrome llamado ESPORNOSI, un mal caracterizado por brotes continuos de histeria que pueden poseer, tanto hombres como mujeres, cuando llevan mucho tiempo sin tener sexo y por supuesto, sin sentir un orgasmo. En el lenguaje callejero este síndrome era conocido como “Es por no singar”

Se dice también que esta Tía-Madrastra era presidente de una organización de masas (que nada tenía que ver con masas comestibles) denominada C.D.R. que se dedicaba a vigilar y chivatear a todo el que vivía en la cuadra.

Con la Tía-Madrastra también vivían sus dos hijas, que eran muy feas e insoportables. Además de poseer distinguidas cualidades típicas del hombre nuevo (Chivatas, breteras, chismosas, enredadoras, envidiosas y por supuesto, al servicio de la tiranía). Lo mismo chivateaban en la cuadra donde vivían que en las escuelas donde habían estudiado. Su afán de hacer daño, era un mal congénito. A tal extremo que se dedicaron a difamar a la Cenicienta, diciéndoles a todo el mundo que era una chica fácil y que a todo el que llegaba a la casa se le sentaba en las piernas. Su principal objetivo era opcara la belleza y la reputación de Cenicienta y que los galanes machistas no se fijaran en ella…, de ahí que la apodaron “La Setesienta”. Y así regaron la bola por todo la cuadra, y la bola fue creciendo y creciendo hasta que todos la llamaban La Setecienta.

Cuentan que esta hermosa chica, era la que hacía los trabajos más duros de la casa, como por ejemplo limpiar los baños, la cocina, el patio y hasta mantener impecable el jardín. Planchaba, lavaba y se la trataban como a una autentica criada. Tampoco tenía amigos, solo a dos amigos imaginarios, muy simpáticos a los cuales les contaba todos sus sufrimientos y a los maltratos a la que era sometida por parte de su familia adoptiva.

Un buen día, sucedió algo inesperado; el Delegado de la Circunscripción del barrio de Punta Gorda, hizo saber a todos los habitantes que invitaba a todas las chicas jóvenes a un gran baile que se celebraría en Palacio de Valle, para seleccionar a la chica más hermosa de la Circunscripción y de paso, encontrar una esposa para el hijo del Primer Secretario del Partido de la provincia de Cienfuegos; para casarse con ella y convertirla en la princesa de Punta Gorda. La noticia llego a los oídos de La Setesienta, y se puso muy contenta. «Al fin podré librarme de esta familia tan castrante». Pensó.

Por unos instantes soñó con lo que implicaba ser la futura esposa del hijo del Primer Secretario del Partido:

«Coño, ahora podré pasear en un lada 2107, podré ir a varadero en Vacaciones y visitar los mejores hoteles de Cuba al cual solo pueden ir los extranjeros, podré ir a las casas de visitas en las mejores playas de Cuba, no pasaré hambre, tendré chofer que para que me lleve a todas partes y sobre todo poder irme a estudiar una carrera al extranjero en países capitalistas y vivir como toda una primera dama, usando el dinero del gobierno. ¡Eso sí que es vida!» pensaba y comentaba La Setesienta con sus dos amigos imaginarios. Pero ella sabía que no le sería fácil poder asistir al gran baile, porque ya su Tía-Madrastra le había dicho—: Tú, Setesienta, no irás al baile del Delegado, porque te quedarás aquí en casa haciendo lo que siempre haces, limpiando, lavando y cocinando para cuando nosotras volvamos podamos comer esa rica comida que es lo único bueno que sabes hacer bien.

Esa noche, nuestra hermosa Setesienta lloró en su habitación desconsoladamente. Estaba muy triste porque ella quería ir al baile y conocer al hijo del primer secretario del PCC.

Al cabo de unos días llegó la esperada fecha. La Setesienta veía como sus primas-hermanastras se arreglaban y se intentaban poner guapas y bonitas, pero era imposible, porque eran tan feas que en realidad le metían miedo al susto. «Ñooo, parecen brujas», pensaba La Setesienta mientras las ayudaba a vestirse.

Al llegar la noche, su Tía-Madrastra y hermanastras partieron hacia el palacio de Valle, y La Setesienta, sola en casa, una vez más se puso a llorar de tristeza. Entre llanto y llanto, dijo en voz alta—: ¿Por qué seré tan desgraciada? Por favor, si hay algún ser mágico que pueda ayudarme…—decía La Setesienta con desesperación.

De pronto, sucedió algo increíble; se le aparecieron sus amigos imaginarios acompañados de un grupo numeroso de amigos que acababan de pasar por la shoping y traían ropa y zapatos para la Setesienta. Uno de ellos se dirigió a ella con voz muy ronca.

—Mira Setesienta, nojotros nos dedicamos al bisne del tráfico de divisas y estamos muy bien conectados, así que no tienes de qué preocuparte. Aquí tienes este vestido —dijo mientras señalaba a uno de sus amigos que portaba una bolsa con el vestido. Al ver la cara de la chica como se trasformaba en alegría, dibujó en su rostro una sonrisa de oreja a oreja que permitía mostrar su horrible diente de oro.

—Este es un vestido de $40 dólares, con esto vas a dejar ciego a toda esa bola de muertos de hambres que van a estar en ese baile, sobre todo al hijo de quien tú sabes…—le dijo el chico que traía el vestido.

—Y aquí tienes el mejor par de tacones que se va a lucir esta noche en ese baile —volvió a hablar el del diente de oro al tiempo que hacía señas a otro joven de unos 20 años que venía en el grupo.

El joven se los entregó y cuando Setesienta los sacó de la caja quedó pasmada del asombro. Unos zapatos espectaculares con unos tacones de casi 15 cms de alto y una belleza inigualable.

El del diente de oro les hizo señas a dos muchachas que venían en el grupo para que se llevaran a La Setesienta y la ayudaran a vestirse y maquillarse mientras ellos, el resto de la pandilla, se iban hacía donde habían dejado estacionado un Moskovish color rojo muy maltratado.

No hubo uno de ellos que no hiciera una señal de asombro cuando vieron ante sus ojos a La Setesienta. Se veía reluciente, espectacularmente hermosa. Todos incluyendo a las chicas mostraron una sonrisa de satisfacción y alegría.

Fue entonces que el tipo del diente de oro se acercó a la Setecienta y le dijo:

—Setesienta, ten en cuenta una cosa muy importante: A las 12 de la noche, tienes que salir corriendo de la fiesta. Nojotros te vamos a estar esperando afuera, porque a las 12:15 es el cambio de turno en la shopping y tenemos que entregarle estas ropas a un amigo que trabaja ahí para que al hacer el inventario de fin de turno, no lo vayan a meter preso porque tenga algún faltante. ¿Tú me entiendes?

—Entendido —dijo la Setecienta, al tiempo que se subía en la parte trasera del Moskovish y el nagüe del diente de oro se la llevaba a toda velocidad para el baile.

Cuando La Setesienta llegó al palacio de Valle, causo mucha impresión a todos los asistentes, no había ninguna de las concursantes que mostrara tanta belleza, La Setesienta estaba preciosa e incomparable a ninguna.

El hijo del primer secretario del PCC, no tardó en darse cuenta de la presencia de esa joven tan bonita. Se dirigió hacia ella y le preguntó si quería bailar. La Setesienta, le dijo —: si!, claro que sí!—, y estuvieron bailando durante casi dos horas, ante las miradas de envidia del resto de las chicas aspirantes a novia, que el chico ni, sin tan siquiera, miró.

Las hermanastras de La Setesienta no la reconocieron, debido a que ella siempre estaba sucia y mal vestida, incluso se preguntaban quién sería aquella chica tan preciosa.

Pero de repente cuando la Setesienta se dio cuenta que eran casi las 12 exclamó:

— ¡Oh, Virgen del miembro! ¡Tengo que irme! —le dijo a su príncipe azul y salió a toda prisa del salón de baile, bajó la escalinata del chalet de Valle perdiendo en su huida uno de sus zapatos, que el chico encontró mientras corría detrás de ella. Lo agarró en sus manos, los olió y exclamó:

—Búsquenla.

A partir de ese momento, el hijo del primer secretario ya sabía quién iba a ser la futura esposa que lo acompañaría a disfrutar de todas los beneficios que le daba la revolución a sus dirigentes y sus familiares. El problema estaba en cómo encontrarla.

Fue entonces, que para encontrar a esa bella joven que parecía que se la había tragado la tierra, el hijo del Primer secretario del PCC ideó un plan. Se casaría con aquella chica que pudiera calzarse el zapato que había encontrado y celosamente guardado.

Envió a sus sirvientes, perdón, a los escoltas de su papá a recorrer todo el barrio de Punta Gorda, movilizó además al jefe de sector de Playa Alegre y se buscó como apoyo —fuera de la logística del gobierno provincial— a un grupo de malas cabezas que vivían en El Barrio de Reina y les dijo:

—Les juro que si no encuentran a esa tipa, les voy a echar detrás a toda la PNR de Cienfuegos, para que desarticular toda esa red que ustedes tienen del juego de la Bolita… así que tienes dos opciones; o me apoyan o me apoyan.

Pues ya podrán imaginar el alboroto que se armó entre todas las jóvenes y no tan jóvenes del Barrio de Punta Gorda.

Chicas y mujeres se probaban el el elegante zapato, pero el zapato era único en su estilo y también la única talla que había llegado al Shoping de Cienfuegos. No había ni una a la que le sirviera el dichoso zapato.

Al cabo de unas semanas, los sirvientes, perdón siempre me confundo, los escoltas y tracatates del Primer secretario del PCC de la provincia de Cienfuegos llegaron a casa de La Setesienta, un chalet muy bonito, muy cerca de los caballitos que estaban en Playa Alegre, a la entrada de lo que todos conocían como La Laguna del Cura.

La Tía-Madrastra llamó a sus feas y horrorosas hijas para que probasen el zapato, pero evidentemente aquél estilizado zapato no cabía en sus gordos y maltratados pies.

Uno de los sirvientes, perdón otra vez, uno de los escoltas del Primer Secretario vio a La Setesienta, sentada y por razones obvias, en un rincón de la casa, y exclamó:

—Eh!, ¡Tú también tienes que probarte el zapato!

La madrastra dijo casi gritando:

—Oye tú, esa cochina ni fue a la fiesta. ¿Cómo creé tú que La Setesienta sea la chica que busca el hijo del Primer secretario?, ella es pobre, y además sus padres fueron de las escorias que abandonaron al país cuando lo de los balseros. Y esa niña que usted ve ahí es una gusana anticastrista, que siempre está hablando peste de nuestro comandante en jefe. Aquí las únicas que son militantes son mis hermosas hijas que son capaces de dar la vida si fuera necesario por defender a nuestra revolución.

El sir…, perdón el escolta, hizo caso omiso a los gritos de la Tía-Madrastra y fue a probarle el zapato… Cuál fue su sorpresa cuando La Setesienta se puso el zapato y le encajo a la perfección, todos los presentes se quedaron boquiabiertos.

—¡Oooh!, es ella! la futura esposa del hijo del primer secretario del PCC!

Inmediatamente la llevaron al Partido Provincial y a los pocos días se casó con el hijo del primer secretario.

Nunca más volvió con su Tía-Madrastra, y hasta los días de hoy vive felizmente casada con el hijo de aquel ex primer Secretario del PCC de Cienfuegos.

Y cuenta una mariposa, que volaba sobre la campiña francesa, que vio desde su rosal, guardados en un caja de cristal aquel zapato que sacó a La Setesienta de la pobreza total —como a todos los familiares de grandes dirigentes que han robado todo lo que le toca al pueblo, mientras este se muere de hambre y desolación.

COLORÍN COLORADO, ESTE CUENTO SALIÓ POR UN CALLEJÓN DORADO Y EL TUYO, AÚN NO HA EMPEZADO.

domingo, 5 de agosto de 2018

Cartas desde lejos.




Cienfuegos, Cuba.
Martes, 1 de agosto de 1995. 9:00 pm.

El primer día de Agosto, bajo un calor insoportable, salió Alberto una noche de su apartamento en la carretera de Junco en su bicicleta china, tomó una flor del jardín de su edificio, descendió hasta la calle Gloria y casi por inercia llegó hasta la Calle San Carlos. Unas cuadras después, Alberto, totalmente empapado en sudor, se paró frente a la puerta de la casa de Sara. Descendió de la bicicleta y, lentamente, con aire irresoluto, colocó la flor justo en la aldaba para cuando ella saliera, fuera lo primero que viera.

Tocó a la puerta y se subió a su bicicleta, pedaleó lo más rápido que pudo y alcanzó doblar la esquina sin ser visto por aquella mujer que ya se había adueñado de su corazón.

Cuando ella abrió la puerta y vio la rosa que Alberto había dejado, se dio cuenta que se trataba de una despedida. Tomó la flor y cerró la puerta.

Esa noche Sara no durmió. Solo pensaba en Alberto y en lo que sería su vida tanto tiempo sin su compañía. Incluso, llegó a pensar que lo había perdido para siempre porque en realidad dudaba mucho que él regresara algún día de México, lugar a donde viajaría dentro de cuatro días.

Cuernavaca, México.
Lunes 7 de agosto de 1995.

Hola Sara.

Espero que nadie haya descubierto donde solo tú y yo sabemos que irá escondida esta primera de muchas cartas que pienso escribirte, y esos que acostumbran a leer toda la correspondencia que entra a Cuba desde el extranjero, se crean que solo se trata de un artículo científico que te envía un eminente doctor en ciencias de la facultad de Física de la UNAM. Espero que además te encuentres bien.

¿En qué momento perdimos la costumbre de escribir cartas? Debe ser la cotidianidad de este periodo especial que nos ha hecho también especiales. Hacía tiempo no me sentaba a escribir una, y te confieso que no sabía cómo empezar. Dude si poner lo típico que se acostumbra en estos casos, algo así como: «Espero que al recibo de estas líneas te encuentres bien en compañía de…», pero temí parecer ridículo. Por eso no quiero que seas tan inquisidora ni te concentres a revisar mis faltas ortográficas. Te prometo que no intentaré romper las reglas de la escritura pero trata de imaginar que en lugar de que estemos, tú leyendo, y yo escribiendo, estemos conversando. 

Antes de contarte cualquier novedad de estos escasos tres días que llevo por acá, quisiera decirte que lamento mucho que no nos hayamos despedido como realmente debimos hacerlo. Te confieso que soy muy malo para las despedidas y mucho más cuando se trata de algo que prácticamente acaba de empezar. Me dolió mucho, pero pienso que fue lo mejor que nos pudo haber pasado. Puedo imaginar todo lo que estás pensando al respecto. Conociendo tus miedos y tu eterna esperanza de que el susodicho algún día se dé cuenta del enorme error que está cometiendo y regrese a reconstruir de nuevo lo que algún día llamaste «una familia feliz».

Seguro que al contestarme dirás: «Alberto, las cosas siempre pasan por algo y sí así pasaron, fue porque tenían que ser así». 

Te juro que no intentaré contradecirte. Sé por mucho, que entre nosotros hay una enorme barrera ideológica, que en términos de amor no deberían existir, pero ahí están. Algún día, con el paso de los meses, esa barrera se irá haciendo más delgada para mí, pero seguro, más ancha para ti, porque las diferencias políticas suelen ser tan malvadas como las religiosas. ¿Sabes? ¡Nuestros Dioses son tan diferentes! El mío solo escucha y el tuyo impone, el mío es omnipotente y el tuyo se ha hecho a la fuerza omnipresente, el mío me deja decidir al libre albedrío y el tuyo no da opciones de decisión…, pero mientras esta barrera se anche o se adelgace, te propongo disfrutar al máximo de estos pequeños momentos caminando de la mano entre estas líneas llenas de sinceridad.

Hoy por fin me he instalado en la Ciudad de Cuernavaca. No he tenido tiempo de recorrerla, pero lo poco que he visto a través del vidrio de la ventana del lujoso autobús que me trajo desde la Ciudad de México, me ha gustado. Ya te iré contando a medida que la vaya conociendo.

Empezaré por contante la odisea de mi llegada a México. Sara, se siente horrible llegar a un lugar donde no conoces a nadie y darte cuenta que entre tantos carteles en manos de muchas personas que esperan a personas desconocidas, ninguno diga tu nombre. Nadie me estaba esperando. Según me habían dicho vendría alguien del departamento de postgrado, pero no fue así. ¿Qué hago? Fue la primera pregunta que me hice al darme cuenta que nadie llegaría por mí. Después que se me pasó la primera taquicardia en suelo mexicano, me acerqué a un señor y le pregunté cómo debía hacer para llamar por teléfono a la embajada cubana en México. Me dio mucha gracia, porque el hombre me miró con cara de asombrado y con ganas de decirme, «pues mira cuantos teléfonos públicos hay ahí comemierda…», pero creo que se dio cuenta que yo era primerizo en conocer la realidad del mundo y con mucha ternura, me explicó que comprara una tarjeta de prepago para usarla en el teléfono y una vez que la introdujera en el aparato, esperara las indicaciones y entonces marcara el numero al que quería llamar. Así lo hice. Y un funcionario de la embajada me dijo que justamente en el aeropuerto estaba otro funcionario que estaba recibiendo a unas personas, que lo buscara y le dijera que me hiciera el favor de llevarme a la embajada. Colgué y el mundo se me vino encima. Habían más de diez mil personas caminando de un lado a otro dentro del aeropuerto, ¿Cómo iba a identificar quien de ellos era el dichoso funcionario? Creo que se me iluminó el bombillo y me fui a un módulo de información y solicité que si podían vocear por el sistema de audio a la persona que estaba buscando. Tuve mucha suerte, y de inmediato un negro muy bien vestido se acercó al módulo y preguntó: «Señorita, ¿usted sabe quién me busca?» Inmediatamente reconocí el acento y la rapidez en el hablar de los cubanos y me presenté.

Sara, te juro que en vida había visto una calle tan llena de automóviles. La Ciudad de México es enorme y el tráfico es terrible. Imagínate una avenida de cuatro carriles llena y los autos circulando muy despacio. Nunca había visto eso. Me recuerdo que el negro me miraba por el espejo retrovisor y con mucha gracia me preguntó: «Acere, se ve que eres primerizo. Vete acostumbrando porque está ciudad es así todos los días y hoy es sábado, no quieras verla los días en que se trabaja y hay escuelas». La otra persona que iba a mi lado, había venido en mi vuelo, pero al parecer no era la primera vez que viajaba a la ciudad de México. Sonrió al ver mi cara de asombro por todo. Autos de todos tipos y modelos, anuncios espectaculares a ambos lados de la vía, edificios altos. Fue una sensación muy rara Sara. Fue como si empezara a ver la vida en colores después de varios años de ver todo gris, triste y opacado. No sé cómo explicártelo sin que creas que intento criticar al sistema que tanto adoras, pero es una sensación que no se puede describir. Tienes que sentirla, tienes que vivirla. Bueno, lo dejo aquí porque sé que estás pensando que solo llevo unas horas en el capitalismo y éste empieza a penetrarme e influenciarme ideológicamente.

Llegamos a la embajada y aquí tuve el primer choque cultural. Esta gente te trata como si no fueras cubano. Es increíble. Se sienten el ombligo del mundo. Estos tipos sí están penetrados por el capitalismo. Se sienten capitalistas y te miran por encima del hombro como si para ellos no valieras nada. No sé en dónde quedó el igualitarismo que nos enseñaron en Cuba. Aquí en la embajada nadie es igual a nadie. Es como si hubiera llegado a una jungla. Por favor, no te vayas a sentir, pero esta gente no pueden ser socialistas como dicen ser. Para que tengas una idea, esta embajada parece más un hotel de lujo que una embajada. Es sábado, las oficinas del consulado están cerradas, solo y porque estaban esperando a quien venía a mi lado en el auto, estaba el representante del Ministerio de Educación Superior. Sara, ¡qué tipo! Me acordé de mi rector. Ese calvito que luce siempre impecable. Siempre de guayabera, oliendo a jabón de hotel y perfume caro. Así estaba este «man». Creo haberlo visto alguna vez. Trabajó en la Universidad Central y para colmo es Físico como yo, pero qué tipo tan mierda. Al verlos, de inmediato te das cuenta que ya no son cubanos. O mejor dicho, son cubanos de alcurnia, una especie de familia real que deja muy atrás a esos que llamamos en Cuba “vive-bien”. Esto ya es otra raza. Lo percibes al instante. Y no exagero Sara. A este tipo, si mañana le dicen que tiene que regresar a convivir de cerca con el periodo especial, de inmediato pide asilo político y se queda. Sé que ya tienes el ceño contraído. Sé que ya estás pensando qué vas a contestarme. Sé que en este momento te estoy empezando a caer mal. Puedo sentirlo. Pero no puedo callarme aunque no te guste. Este ha sido mi primer choque con la realidad que no conocemos los “de a pie”, como tú y como yo.

No quiero hacerte el cuento largo, pero este personaje que hasta nombre medio ruso tenía, me dijo sin tapujos: «Hermano, no sé qué voy a hacer contigo. La gente de Temixco, no saben ni que tú llegabas hoy y hasta el lunes todo está cerrado. Déjame hacer un par de llamadas». Llamó primero a D. B., directora de postgrado de la UNAM, y cuando hubo terminado, marcó otro número y llamó a un tal Tony. Al cabo de unos minutos me dijo: «Ya todo está resuelto. El lunes a las 9 te espera la secretaria de Dorotea en la UNAM, ahí te pagarán tu primer cheque de la beca que tienes, y ahora te voy a mandar a una casa de visita que tenemos en Polanco, solo te cuesta $15 dólares por día».

«—Oiga, yo en este momento no tengo dinero para pagar $30 dólares. Yo vengo de Cienfuegos, Cuba. ¿O acaso no se recuerda que en la universidad nos pagan en pesos cubanos?»

«—No te preocupes, ya se lo cobraré a tu universidad» —dijo mientras se ponía de pie y me decía—: Vamos, que te voy a llevar a la casa donde te quedarás hasta el lunes».

Para entenderme bien, tendrías que ver el apartamento al que me llevó en Polanco. No puedo describírtelo Sara. Mi capacidad de asombro ha sido rebasada porque es imposible creer que viviendo lo que se está viviendo en Cuba en este momento, haya funcionarios cubanos que vivan como reyes en el extranjero. (Si al menos fuera un cubano exiliado, que haya hecho fortuna con el sudor de su trabajo, sería incluso admirable) Pero que se viva en el extranjero como millonarios con dinero del gobierno, se me hace inadmisible, a no ser que sea una especie de escuela para formar conciencias de qué el socialismo es solo para el pueblo y que para los dirigentes esté destinado otro futuro pleno, dentro de un sistema casi semejante al capitalismo, con la diferencia que no se paga impuestos y que se vive con dinero del gobierno sin gastar un solo peso de tu salario.

Bueno, mejor cambio de tema, porque si sigo así, me dejaras de hablar y es lo que menos deseo.

Volvamos a las cartas. A estas cartas llenas de hojas a las que muchos critican por aguantar todo lo que le pongan. Cartas, letras que forman una palabra tras otra que sirven para acortar esta distancia a la que estoy de ti solo hace tres días y tal vez 30, cuando llegue a tus manos. Cartas que te contarán mi día a día, mis experiencias, mis logros, mis fracasos y mis papelazos, como ese que hice el sábado en la tarde, cuando se me ocurrió entrar a un supermercado en la Ciudad de México, mientras recorría el barrio donde estaba ese lujoso apartamento que te conté. Sabes Sara, la gente se reía de mí. Parecía un extraterrestre perdido entre tantos pasillos llenos de comida, de ropa, juguetes, de artículos electrodomésticos y de lo más inimaginable que puedas pensar. Ya podrás imaginar mi cara, para que la gente se riera… ¿sabes que fue lo primero en qué pensé? Imaginé a tus hijos y a los míos corriendo dentro de este ejemplo de incuestionable consumismo. Disculpa, pero no puedo dejar de comparar.

Son casi las 11 de la noche y dentro de este cuarto que he rentado a una estudiante de la misma maestría que voy a cursar, entre estas cuatro paredes que conforman esta habitación de 4 metros de largo por 3 de ancho, en cuyo centro hay una cama personal, y en unos de su lados un pequeño escritorio en el cual estoy escribiéndote esta carta, pienso en nosotros. En lo que seremos el uno sin el otro. En lo que nos vamos a perder el uno sin el otro, en lo que dejaremos de hacer el uno con el otro que no está presente físicamente. Serán meses difíciles. Será una prueba de fuego. Espero que ninguno de los dos se quiebre antes de tiempo.

Te mando un beso grande.
Tuyo hasta que el tiempo decida por nosotros.
Alberto.

A veces lo evidente no resulta tan obvio. Alberto nunca recibió respuesta de Sara. La barrera entre ellos se hizo tan ancha para ella, que el castrismo pudo más que el amor que sentía. Hoy Alberto, lleva 23 años viviendo el capitalismo y Sara sigue en Cuba, más vieja, soltera y sobre todo amando a Fidel aunque ya esté convertido en cenizas. Ah, y aquella flor yace desde hace más de dos décadas guardada dentro de un libro de Física.

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