domingo, 5 de agosto de 2018

Cartas desde lejos.




Cienfuegos, Cuba.
Martes, 1 de agosto de 1995. 9:00 pm.

El primer día de Agosto, bajo un calor insoportable, salió Alberto una noche de su apartamento en la carretera de Junco en su bicicleta china, tomó una flor del jardín de su edificio, descendió hasta la calle Gloria y casi por inercia llegó hasta la Calle San Carlos. Unas cuadras después, Alberto, totalmente empapado en sudor, se paró frente a la puerta de la casa de Sara. Descendió de la bicicleta y, lentamente, con aire irresoluto, colocó la flor justo en la aldaba para cuando ella saliera, fuera lo primero que viera.

Tocó a la puerta y se subió a su bicicleta, pedaleó lo más rápido que pudo y alcanzó doblar la esquina sin ser visto por aquella mujer que ya se había adueñado de su corazón.

Cuando ella abrió la puerta y vio la rosa que Alberto había dejado, se dio cuenta que se trataba de una despedida. Tomó la flor y cerró la puerta.

Esa noche Sara no durmió. Solo pensaba en Alberto y en lo que sería su vida tanto tiempo sin su compañía. Incluso, llegó a pensar que lo había perdido para siempre porque en realidad dudaba mucho que él regresara algún día de México, lugar a donde viajaría dentro de cuatro días.

Cuernavaca, México.
Lunes 7 de agosto de 1995.

Hola Sara.

Espero que nadie haya descubierto donde solo tú y yo sabemos que irá escondida esta primera de muchas cartas que pienso escribirte, y esos que acostumbran a leer toda la correspondencia que entra a Cuba desde el extranjero, se crean que solo se trata de un artículo científico que te envía un eminente doctor en ciencias de la facultad de Física de la UNAM. Espero que además te encuentres bien.

¿En qué momento perdimos la costumbre de escribir cartas? Debe ser la cotidianidad de este periodo especial que nos ha hecho también especiales. Hacía tiempo no me sentaba a escribir una, y te confieso que no sabía cómo empezar. Dude si poner lo típico que se acostumbra en estos casos, algo así como: «Espero que al recibo de estas líneas te encuentres bien en compañía de…», pero temí parecer ridículo. Por eso no quiero que seas tan inquisidora ni te concentres a revisar mis faltas ortográficas. Te prometo que no intentaré romper las reglas de la escritura pero trata de imaginar que en lugar de que estemos, tú leyendo, y yo escribiendo, estemos conversando. 

Antes de contarte cualquier novedad de estos escasos tres días que llevo por acá, quisiera decirte que lamento mucho que no nos hayamos despedido como realmente debimos hacerlo. Te confieso que soy muy malo para las despedidas y mucho más cuando se trata de algo que prácticamente acaba de empezar. Me dolió mucho, pero pienso que fue lo mejor que nos pudo haber pasado. Puedo imaginar todo lo que estás pensando al respecto. Conociendo tus miedos y tu eterna esperanza de que el susodicho algún día se dé cuenta del enorme error que está cometiendo y regrese a reconstruir de nuevo lo que algún día llamaste «una familia feliz».

Seguro que al contestarme dirás: «Alberto, las cosas siempre pasan por algo y sí así pasaron, fue porque tenían que ser así». 

Te juro que no intentaré contradecirte. Sé por mucho, que entre nosotros hay una enorme barrera ideológica, que en términos de amor no deberían existir, pero ahí están. Algún día, con el paso de los meses, esa barrera se irá haciendo más delgada para mí, pero seguro, más ancha para ti, porque las diferencias políticas suelen ser tan malvadas como las religiosas. ¿Sabes? ¡Nuestros Dioses son tan diferentes! El mío solo escucha y el tuyo impone, el mío es omnipotente y el tuyo se ha hecho a la fuerza omnipresente, el mío me deja decidir al libre albedrío y el tuyo no da opciones de decisión…, pero mientras esta barrera se anche o se adelgace, te propongo disfrutar al máximo de estos pequeños momentos caminando de la mano entre estas líneas llenas de sinceridad.

Hoy por fin me he instalado en la Ciudad de Cuernavaca. No he tenido tiempo de recorrerla, pero lo poco que he visto a través del vidrio de la ventana del lujoso autobús que me trajo desde la Ciudad de México, me ha gustado. Ya te iré contando a medida que la vaya conociendo.

Empezaré por contante la odisea de mi llegada a México. Sara, se siente horrible llegar a un lugar donde no conoces a nadie y darte cuenta que entre tantos carteles en manos de muchas personas que esperan a personas desconocidas, ninguno diga tu nombre. Nadie me estaba esperando. Según me habían dicho vendría alguien del departamento de postgrado, pero no fue así. ¿Qué hago? Fue la primera pregunta que me hice al darme cuenta que nadie llegaría por mí. Después que se me pasó la primera taquicardia en suelo mexicano, me acerqué a un señor y le pregunté cómo debía hacer para llamar por teléfono a la embajada cubana en México. Me dio mucha gracia, porque el hombre me miró con cara de asombrado y con ganas de decirme, «pues mira cuantos teléfonos públicos hay ahí comemierda…», pero creo que se dio cuenta que yo era primerizo en conocer la realidad del mundo y con mucha ternura, me explicó que comprara una tarjeta de prepago para usarla en el teléfono y una vez que la introdujera en el aparato, esperara las indicaciones y entonces marcara el numero al que quería llamar. Así lo hice. Y un funcionario de la embajada me dijo que justamente en el aeropuerto estaba otro funcionario que estaba recibiendo a unas personas, que lo buscara y le dijera que me hiciera el favor de llevarme a la embajada. Colgué y el mundo se me vino encima. Habían más de diez mil personas caminando de un lado a otro dentro del aeropuerto, ¿Cómo iba a identificar quien de ellos era el dichoso funcionario? Creo que se me iluminó el bombillo y me fui a un módulo de información y solicité que si podían vocear por el sistema de audio a la persona que estaba buscando. Tuve mucha suerte, y de inmediato un negro muy bien vestido se acercó al módulo y preguntó: «Señorita, ¿usted sabe quién me busca?» Inmediatamente reconocí el acento y la rapidez en el hablar de los cubanos y me presenté.

Sara, te juro que en vida había visto una calle tan llena de automóviles. La Ciudad de México es enorme y el tráfico es terrible. Imagínate una avenida de cuatro carriles llena y los autos circulando muy despacio. Nunca había visto eso. Me recuerdo que el negro me miraba por el espejo retrovisor y con mucha gracia me preguntó: «Acere, se ve que eres primerizo. Vete acostumbrando porque está ciudad es así todos los días y hoy es sábado, no quieras verla los días en que se trabaja y hay escuelas». La otra persona que iba a mi lado, había venido en mi vuelo, pero al parecer no era la primera vez que viajaba a la ciudad de México. Sonrió al ver mi cara de asombro por todo. Autos de todos tipos y modelos, anuncios espectaculares a ambos lados de la vía, edificios altos. Fue una sensación muy rara Sara. Fue como si empezara a ver la vida en colores después de varios años de ver todo gris, triste y opacado. No sé cómo explicártelo sin que creas que intento criticar al sistema que tanto adoras, pero es una sensación que no se puede describir. Tienes que sentirla, tienes que vivirla. Bueno, lo dejo aquí porque sé que estás pensando que solo llevo unas horas en el capitalismo y éste empieza a penetrarme e influenciarme ideológicamente.

Llegamos a la embajada y aquí tuve el primer choque cultural. Esta gente te trata como si no fueras cubano. Es increíble. Se sienten el ombligo del mundo. Estos tipos sí están penetrados por el capitalismo. Se sienten capitalistas y te miran por encima del hombro como si para ellos no valieras nada. No sé en dónde quedó el igualitarismo que nos enseñaron en Cuba. Aquí en la embajada nadie es igual a nadie. Es como si hubiera llegado a una jungla. Por favor, no te vayas a sentir, pero esta gente no pueden ser socialistas como dicen ser. Para que tengas una idea, esta embajada parece más un hotel de lujo que una embajada. Es sábado, las oficinas del consulado están cerradas, solo y porque estaban esperando a quien venía a mi lado en el auto, estaba el representante del Ministerio de Educación Superior. Sara, ¡qué tipo! Me acordé de mi rector. Ese calvito que luce siempre impecable. Siempre de guayabera, oliendo a jabón de hotel y perfume caro. Así estaba este «man». Creo haberlo visto alguna vez. Trabajó en la Universidad Central y para colmo es Físico como yo, pero qué tipo tan mierda. Al verlos, de inmediato te das cuenta que ya no son cubanos. O mejor dicho, son cubanos de alcurnia, una especie de familia real que deja muy atrás a esos que llamamos en Cuba “vive-bien”. Esto ya es otra raza. Lo percibes al instante. Y no exagero Sara. A este tipo, si mañana le dicen que tiene que regresar a convivir de cerca con el periodo especial, de inmediato pide asilo político y se queda. Sé que ya tienes el ceño contraído. Sé que ya estás pensando qué vas a contestarme. Sé que en este momento te estoy empezando a caer mal. Puedo sentirlo. Pero no puedo callarme aunque no te guste. Este ha sido mi primer choque con la realidad que no conocemos los “de a pie”, como tú y como yo.

No quiero hacerte el cuento largo, pero este personaje que hasta nombre medio ruso tenía, me dijo sin tapujos: «Hermano, no sé qué voy a hacer contigo. La gente de Temixco, no saben ni que tú llegabas hoy y hasta el lunes todo está cerrado. Déjame hacer un par de llamadas». Llamó primero a D. B., directora de postgrado de la UNAM, y cuando hubo terminado, marcó otro número y llamó a un tal Tony. Al cabo de unos minutos me dijo: «Ya todo está resuelto. El lunes a las 9 te espera la secretaria de Dorotea en la UNAM, ahí te pagarán tu primer cheque de la beca que tienes, y ahora te voy a mandar a una casa de visita que tenemos en Polanco, solo te cuesta $15 dólares por día».

«—Oiga, yo en este momento no tengo dinero para pagar $30 dólares. Yo vengo de Cienfuegos, Cuba. ¿O acaso no se recuerda que en la universidad nos pagan en pesos cubanos?»

«—No te preocupes, ya se lo cobraré a tu universidad» —dijo mientras se ponía de pie y me decía—: Vamos, que te voy a llevar a la casa donde te quedarás hasta el lunes».

Para entenderme bien, tendrías que ver el apartamento al que me llevó en Polanco. No puedo describírtelo Sara. Mi capacidad de asombro ha sido rebasada porque es imposible creer que viviendo lo que se está viviendo en Cuba en este momento, haya funcionarios cubanos que vivan como reyes en el extranjero. (Si al menos fuera un cubano exiliado, que haya hecho fortuna con el sudor de su trabajo, sería incluso admirable) Pero que se viva en el extranjero como millonarios con dinero del gobierno, se me hace inadmisible, a no ser que sea una especie de escuela para formar conciencias de qué el socialismo es solo para el pueblo y que para los dirigentes esté destinado otro futuro pleno, dentro de un sistema casi semejante al capitalismo, con la diferencia que no se paga impuestos y que se vive con dinero del gobierno sin gastar un solo peso de tu salario.

Bueno, mejor cambio de tema, porque si sigo así, me dejaras de hablar y es lo que menos deseo.

Volvamos a las cartas. A estas cartas llenas de hojas a las que muchos critican por aguantar todo lo que le pongan. Cartas, letras que forman una palabra tras otra que sirven para acortar esta distancia a la que estoy de ti solo hace tres días y tal vez 30, cuando llegue a tus manos. Cartas que te contarán mi día a día, mis experiencias, mis logros, mis fracasos y mis papelazos, como ese que hice el sábado en la tarde, cuando se me ocurrió entrar a un supermercado en la Ciudad de México, mientras recorría el barrio donde estaba ese lujoso apartamento que te conté. Sabes Sara, la gente se reía de mí. Parecía un extraterrestre perdido entre tantos pasillos llenos de comida, de ropa, juguetes, de artículos electrodomésticos y de lo más inimaginable que puedas pensar. Ya podrás imaginar mi cara, para que la gente se riera… ¿sabes que fue lo primero en qué pensé? Imaginé a tus hijos y a los míos corriendo dentro de este ejemplo de incuestionable consumismo. Disculpa, pero no puedo dejar de comparar.

Son casi las 11 de la noche y dentro de este cuarto que he rentado a una estudiante de la misma maestría que voy a cursar, entre estas cuatro paredes que conforman esta habitación de 4 metros de largo por 3 de ancho, en cuyo centro hay una cama personal, y en unos de su lados un pequeño escritorio en el cual estoy escribiéndote esta carta, pienso en nosotros. En lo que seremos el uno sin el otro. En lo que nos vamos a perder el uno sin el otro, en lo que dejaremos de hacer el uno con el otro que no está presente físicamente. Serán meses difíciles. Será una prueba de fuego. Espero que ninguno de los dos se quiebre antes de tiempo.

Te mando un beso grande.
Tuyo hasta que el tiempo decida por nosotros.
Alberto.

A veces lo evidente no resulta tan obvio. Alberto nunca recibió respuesta de Sara. La barrera entre ellos se hizo tan ancha para ella, que el castrismo pudo más que el amor que sentía. Hoy Alberto, lleva 23 años viviendo el capitalismo y Sara sigue en Cuba, más vieja, soltera y sobre todo amando a Fidel aunque ya esté convertido en cenizas. Ah, y aquella flor yace desde hace más de dos décadas guardada dentro de un libro de Física.

7 comentarios:

  1. Ya sabía del aniversario. 23 años, nada menos. Lo que he aprendido de Historia, y de Vida y de Alberto a través de tu interesantísima carta. Ya no sé si llamarte Carlos, Alberto o Carlos Alberto. "Innombrable" ya no.
    Muchas felicidades.
    Un abrazo.

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    Respuestas
    1. Y eso que no te has leído epitafio para un sueño...
      Un abrazo mi chema, tu solo dime Carlos y no pasa nada jajajaja

      Carlos

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    2. En epitafios conocerás a mi alter ego... Pepe el salao.

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  2. Un tratado de embajadas, en primer lugar, de amor imposible por otro. Seguramente no llegó la carta, o a su lectura, sara decidió que su revolucionaria vida no podía unirse a la de un disidente. Muy triste. Exiliarse es muy duro, pero al final uno se siente del país que le acoge y sobre todo, del que le respeta y permite ser quien es

    México ha sido hospitalaria siempre, y además está cerca. Buen lugar para un cubano. Un abrazo

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    Respuestas
    1. Puede haber de las dos cosas, puede haberla leído y puede no haberla recibido... en Cuba todo es posible...
      Mexico es ya mi primera patria...

      abrazos
      Carlos

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  3. Muy bueno como siempre, un buen alimento para el alma. Excelente el cuento, que no lo es tanto, es la realidad que nos ha tocado a muchos, la pérdida del amor, de los amigos, que tal vez como el amor no lo eran tanto, engullidos por esa ancha barrera de la intolerancia y del miedo.

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