sábado, 18 de agosto de 2018

CONFESIONES DEL LOBO DE CAPERUCITA.


Pues sí, yo soy el Lobo, el villano de ese cuento tan popular que ha recorrido el mundo y al que lo hacen ver tan malo y feroz, al extremo que nadie me quiere. Algo así como el D.J. Trump de los cuentos infantiles. Pero ¿qué creen? Pues, sí, todos ustedes han sido manipulados y engañados por los medios de comunicación, porque estoy seguro, que ninguno o muy pocos de ustedes conocen la verdadera historia de este cuento. Y den las gracias a Carlos, porque por él es que he accedido a dar esta declaración a los medios que nunca antes había hecho. Empiezo pues…

No fue Perrault el primero en la idea de escribir este cuento, aunque si fue el primero que recogió la historia y la incluyó en un volumen de cuentos para niños por allá del año 1697, en el que destacaba sobre los otros por ser, más que un cuento, una leyenda bastante cruel, destinada a prevenir a las niñas de encuentros con desconocidos —Así que fíjense desde cuando viene esto del abuso infantil—, y cuyo ámbito territorial no iba más allá de la región del Loira, la mitad norte de los Alpes y el Tirol. (pa’que vean que soy un ducho en geografía politica)

La idea original fue de un tipo con menos escrúpulo que me vio fortachón y además negro y me dijo —: Tú eres el gallo—. Bueno, más bien el lobo y escribió esta historia con elementos más perturbadores. Yo, ya disfrazado de abuelita invito a Caperucita a comer carne y sangre, pertenecientes a la anciana a la que acababa de descuartizar, y después de habérnosla comido completa, la obligué a acostarse conmigo desnuda —después de hacerle quemar toda su ropa.

Como ven esta versión me hacía ver como un asesino sin escrúpulos, como un caníbal, y además tenía toques pornográficos con escenas de sexo muy candente —me recuerdo que tenía una leyenda que decía: Lenguaje de adulto, escenas de sexo y no apta para menores de 18 años)

Perrault  suprimió estos elementos de la primera versión e hizo una versión más «ligth» queriendo dar una lección moral a los jóvenes que entablaban relaciones con desconocidos, añadiendo una moraleja explícita, inexistente hasta entonces en la historia aunque, al contrario de la versión posterior que hicieron los hermanos Grimm, la de Perrault no tenía un final feliz. Ahí me jamé a la abuelita y la caperucita, pero sin tener nada de sexo. ¡Pinche Perrault!

Fue en 1812, que los hermanos Grimm, dieron otra vuelta de tuerca a la historia. Retomaron el cuento, y escribieron una nueva versión, que fue la que hizo que Caperucita fuera conocida casi universalmente, y que, aun hoy en día, es la más leída. Es en esta versión donde aparece la figura del leñador, que salva a la niña y a su abuelita y me empieza a disparar hasta que me jodió. Me dio un tiro en una pata y fue entonces que empecé mi incansable lucha por el control de armas, y como fracasé en todos los países por lo que pasé, fue entonces cuando por allá de los 60’s cuando El Cenicero, declaró el carácter socialista de la revolución cubana y le quitó las armas al pueblo, me dije —: Lobo, de ahí somos—, y me fui a vivir para Cuba.

¡Qué maravilla! Ñooo. Ahí se podía vivir sin trabajar y vivir del invento. Me compré una guitarra y me puse a cantar por las calles del pueblo al que me fui a vivir —No sé si ustedes lo conocen. Se llama Cienfuegos—, y ahí para embarajar la talla —para ese tiempo ya había aprendido hablar cubano, así que de aquí pa’lante ya se lo traduciré textual—, me metí al movimiento de la nueva trova y pues fue un vacilón. Por el día, me sentaba en un banco del prado, cantaba par de canciones que escribía usando temas de actualidad revolucionaria, me regalaban unas monedas y me paraba y me iba a sentarme a otro lugar. Por las noches iba a tocar a cualquier galería de arte, o a algún evento que organizaban, en algo que llamaban CTC, y así me ganaba mis kilitos pa’comprar lo que me daban por la libreta. ¡Qué buena idea esa de la libreta! Nunca antes había visto nada parecido. A todo el mundo le daban una ración controlada de comida que tenía que durarte todo el mes. Eso, la verdad que me ayudó mucho a bajar de peso y me puse en talla. Ñooo, todas las jevitas me decían —: Negro, llévame contigo a la oscuridad, donde no se vea no sea ná… Y fue ahí donde empezó mi vida de galán. Bonito y cantante, pues ya podrán imaginarse a cuantas jevitas me pasé por la chaguara… a todas les decía —: Bianca, el día que me dejes vas sufrir como nadie.  
Bueno, vuelvo a la historia. Todo iba muy bien hasta que llegó el año 1970. Ahí empezaron mis desgracias. Me dijeron en la casa de la nueva trova —: Oye mi negro, tienes que irte pa’la caña—. No sé si ustedes se acuerdan pero en esa época a loco se le ocurrió decir que «los 10 millones van» y todo el mundo tenía que dejar lo que estaba haciendo e irse pal’corte.  Y si a eso le suman que en Cienfuegos había un jefe del partido al que le decían Canuto o Cañita por eso de que tenía un pedazo de caña atravesao en la cabeza, pues podrán imaginarse como se puso la cosa de fea. Ahí me sublevé y dije —: Ni pinga. Yo no vive pa’Cuba pa’estar cortando caña y además yo no quiero ser millonario ni esa fana—, y que me agarró la ley esa de recogida de los vagos y me mandaron pa’la UMAP.

Lo único bueno de recuerdo que tengo de esos campos de concentración, fue que conocí a gente muy linda. Pero coño, nos trataban a patá por el culo a todos. Bueno ustedes saben todo lo que se vivió en esas Unidades Militares de Ayuda a la Producción. Fue un infierno. La veldá. Son cosas de las que no quiero acordarme. Me levantaban a las 5 de la mañana y a cortar caña hasta que se fuera el sol. De Pinga… pa’qué les cuento.

Ya para cuando salí de ese infierno, volví con mi guitarra y a mis andanzas hasta que llegó el famoso periodo especial en tiempo de paz y apareció la nueva y última versión de la caperucita que circula por el mundo. Debo confesarle que desde ahí me fue más mal “entodavía”. Que he estado loco por salir echando de aquí, pero no he podido encontrar a nadie que me reclame y salirme de esta mierda. Debo también confesar que he sido víctima de abuso, de acoso sexual y hasta he sido bulleado por esa niña a las que todo creen una santa. Pero la realidad es otra… Si me permiten, les cuento también esta historia.

¿Dónde me quedé? Ah… ya me acordé. Estaba en esa época donde todos nos volvimos especiales. Ñooo caballero, ese Periodo Especial fue un tormento. Imaginen por un momento como puede sobrevivir un lobo, con picadillo sin carne. Es algo así como comer un flan sin leche. Definitivamente tuve que ponerme pa’las cosas. Yo, que ya tenía un master en invento, aquí sí logré mi doctorado.

Fue entonces que me dije—: A ver Lobito, tienes que ponerte a hacer lo que tú sabes hacer bien—.Y fue entonces que después de mucho tiempo volví a ser el Lobo de Caperucita Hablé con un amigo —que por allá de los 80’s protagonizó una serie de televisión en la que los Policías eran los buenos, y nosotros los del invento, éramos los malos—, que además de la actuación le entraba a eso hacer guiones para teatro y le dije:
—Acere. Necesito que me escribas la nueva versión de La Caperucita Roja, pero que no tenga nada que ver con esas historias que escribieron Perrault y los hermanos Grimm.

—Coño Negro, ¡Qué buena idea! Creo que estos tiempos que vivimos, hay que mostrarle al mundo que el Lobo no es tan feroz como lo pintan. Es hora de empoderar a la Caperucita y así quedamos bien con el sistema. Una mujer es arrinconada a hacer cosas inmorales por culpa de un sistema inepto y corrupto que es incapaz de salvaguardar la vida de su gente.

—Acere ¿y si nos meten en Cana…? Ya yo no quiero estar allá adentro man. Si aquí afuera pasamos hambre, imagínate en Ariza. No, no me gusta esa idea.

—Negro, entiende. La Gestapo verá esto como un alineamiento nuestro a alcanzar el igualitarismo pleno. Ya basta que la mujer sea usada por el hombre. Hagamos que ella sea la que nos use. Hagamos ver al hombre como un pendejo, un trajín, un mequetrefe… Convirtamos a Caperucita en una reina de la noche.

Les confieso que no me gustó mucho la idea. Y ustedes saben por qué. Hoy día en las redes sociales, hay que andar bien contenido. Como dice mi amigo el Machín —no porque sea machista sino porque así se apellida—. Y es muy cierto. Si dices negro, te tildan de racista. Cuando en Cuba siempre hemos usado esa palabra de cariño y como expresión de la cubanidad —oye mi negra, oye mi negro—. Si mencionas la palabra Jinetera, no lo ven como estás hablando de las que se prostituyeron, y se creen que uno está generalizando que por salirte  de Cuba y casarte con un extranjero ya tienes la etiqueta. No señores, ni señoras, cubanos y cubanas, cienfuegueros y cienfuegueras —imitando ese nuevo estilo de abolir el gentilicio y de entrar en la moda de lo políticamente correcto—. ¡No! La cosa no va por ahí. Cuando uno habla de jineteras, no pretende ofender a esas chicas que tuvieron que prostituirse para vivir y sobrevivir. Al contrario, se trata de criticar a un sistema que abandona a ese pueblo al que tiene esclavizado. No es para etiquetar a todo aquel que se empató con una gringa o con un Pepe —así les decían a los españoles— para poder salirse de Cuba. Sean coherentes y lean para divertirse y no para verse reflejado.

Y bueno después de esta catarsis políticamente incorrecta, les digo que fue así como surgió la nueva versión de la historia, titulada:

La Caperputita roja, el Lobo Mandilón.
(Narrado por el lobo en primera persona)

Érase una vez en una pequeña pero hermosa ciudad, situada al centro sur de Cuba, había una tremenda jeva, de la que todo el mundo enamoraba a primera vista por lo buena y bonita que estaba. Siempre andaba con una minifalda roja, una blusa roja bien escotada y unos zapatos de tacones, también rojos. Como se veía tan bien,  y atraía a muchos clientes, todos los días se vestía así —no porque tuviera una sola muda de ropa, sino que todas sus mudas eran iguales; por esa razón, todos la conocían como LA CAPERPUTITA ROJA.

Un buen día la madre le dijo:
—Mira Caperputita Roja, aquí tienes un poco de picadillo de soya, un trozo de pan viejo y una botella de vino casero que hizo tu papá  para que se la lleves a tu abuela, anda malita y necesita reanimarse. Arréglate antes de que te agarre la noche, y no te vayas a tomar el vino por favor.
—Sí, mamá —asintió La Caperputita con cara de fastidio—. Mamá, yo tomo mejores cosas que ese vino casero que hace Papá.

La abuela vivía en Reina, y la casa de la Caperucita estaba en la Juanita. Así que para llegar a casa de su abuela tenía que atravesar casi toda la ciudad.

Yo, a esa hora siempre andaba sentado en un banco del prado, con mi guitarra en mano y al verla pasar caminando meneando su cinturita le dije:

—¡Buenos días, Caperputita Roja! ¿A dónde vas tan bonita? —pregunté.
—¡Qué bolá, acere! Ya sabes, lo de siempre. Ahora voy a casa de mi abuelita a llevarle esta jabita que le manda mi mamá y después a darle duro. Tu sabes que hace falta el fula, y la cosa está dura.
—Ñooo amiga, si quieres te acompaño y después te invito a mi gao, está ahí en reina, en un biplanta que me dieron por el sindicato. Dame chance, yo te puedo pagar lo mismo que te paga un tío de esos.
—Acere, desmaya esa talla. Tú tendrás fulas, pero no eres yuma. Me acuesto contigo y me pagas, sí, pero contigo no me puedo salir de esta mierda.
—Coño Caperputita, no seas igual que este gobierno que discrimina al cubano por el turista. A mí con fula no me dejan entrar a un hotel por no ser extranjero. Ya estás cayendo en lo mismo. Mis dólares valen lo mismo. No seas mala, anda, déjame echarte un polvo.
—Te dije que ni pinga. Entiéndeme negro, yo lo que quiero es largarme de este país, y tú no me puedes dar eso. Pero mira, para que veas que no soy tan mala gente. Déjame hacer mi luchita y si no consigo nada entonces te caigo en tu gao. ¿Te parece?
No saben qué clase de sonrisa dibujé en mi boca de lobo.  La Caperputita se fue a hacer lo que tenía que hacer en casa de su abuelita y como a las 7 de la noche se fue a buscar a un punto por allá del muelle real. Yo me fui pa’l gao y como a las 11 de la noche tocaron a mi puerta.

No tienen una idea de la cara que puse cuando abrí y ante mis ojos vi a la mismísima Caperputita.

—No lo puedo creer —dije casi temblando.
—Bueno qué… ¿Me dejas pasar o te vas a quedar ahí pasmado? No vine a que me cantes ninguna canción, vine a trabajar. Son $40 fulas y por adelantado.
—Ñoooo amiga, hazme una rebajita. Imagina que yo fuera tu padrote, al que le pasas $10 fulas por buscarte al punto y después pagas $5 fulas por un cuarto… descuéntame $15 y te prometo que si te gusta el trabajito que te voy a hacer, podemos hasta hacer negocios juntos.  
—Fíjate que no es mala idea. Ya la pura me está haciendo la vida imposible. Así que convénceme y hasta me vengo a vivir contigo.
El reto era divino. Así que entramos y sin mucho preámbulo nos fuimos a mi cuarto, me desnude y me acosté en mi cama. Al verme Caperputita exclamó:
—Oh, Lobito, ¡qué orejas tan grandes tienes!
—Para así, poder oír mejor tus ayes y gemidos —le comenté.
—Oh, Lobito, ¡qué ojos tan grandes tienes!
—Para así, poder ver mejor tu escultural figura —dije mientras abría más mis ojos.
— Oh, Lobito, ¡qué manos tan grandes tienes!
— Para acariciarte mejor —respondí ya casi excitado.
—Oh, lobito, ¡qué boca tan grande tienes!
—Para besarte mejor —susurré.

Y cuando la vista de la Caperputita bajó hasta mi entrepiernas grito:
—Oh, Lobito ¡qué cosota tan grande que tienes!... pero para que hagamos algo, primero bañate lobito que apestas a rayo…

Primer ataque… me fui a bañar. Me di una ducha de casi media hora y Salí del baño dispuesto a todo. El agua helada me había relajado y me había hecho recuperar también mi confianza.  «No es fácil hacer un papelazo en un primer encuentro amoroso. Y más con una mujer como ella» Pensé.

Mientras secaba mi cuerpo me acerqué a los pies de la cama. Ella me esperaba acostada. Su mirada tierna pero penetrante, me lo decía todo. Sonrió mostrando su dentadura que a pesar de no ser perfectamente pareja la hacía lucir en extremo sensual.
Con un movimiento muy estudiado descorrió las sábanas blancas y mostró su apetecible figura.

Su cabello castaño reposaba sobre su piel blanca salpicada de una multitud de pecas que cubrían parte de sus hombros y el torso, simulando al firmamento lleno de disímiles estrellas. Un firmamento por el que justamente me disponía a navegar.
Todo en ella brillaba y armonizaba a la justa medida. Pecas sin pecado, piel de terciopelo, senos magistralmente operados pero hermosos y convencidos a no ceder bajo el influjo de las leyes gravitacionales. Pezones que irradiaban la misma sensualidad que esos que solo había visto en películas, abdomen liso y firme, piernas perfectamente talladas y unos brazos que sostenían lo que más me había impresionado de ella. Sus manos.

¡Qué manos! Hechas para hablar con su finura y transmitir energía a lo que tocan. Manos hechas para inundar de ternura sus caricias y dibujar en el aire el don divino que poseían.

― Quiero que beses el interior de mi vientre. ― me dijo mientras deslizaba sus pies sobre la cama elevando sus rodillas al tiempo que abría lentamente sus piernas. ― ¿Crees que puedas hacerlo?

― Trataré ― respondí sonriente aunque por dentro mi osamenta temblaba.
Me incliné y apoyando mis rodillas en la cama fui a gatas hasta acercar mi bocota a su entrepierna. Su cuerpo temblaba, pero el olor a hembra provocó el clic perfecto para que cerebro y sexo se interconectaran. Me miré hacia dentro implorándole a los dioses permitirme realizar un exitoso desempeño.

El reto era ambicioso. Besar el interior de su vientre implicaba… NO MAMEN, me pasé, esto parece una película erótica y no el cuento de la Caperucita Roja… Así que no se crean que les voy a contar lo que le hice. No, los hombres lobos no tenemos memoria. Basta con resumir que le besé hasta la sombra…Y un poco más —a caray, creo que eso es de Arjona.

Bueno para no hacerles el cuento tan largo… hasta nos casamos y a partir de ese momento me convertí en su chulo. No más que no imaginé lo que se venía después.
Noche por noche, salíamos y yo le buscaba sus puntos, nos íbamos p’al gao y lo único que podía hacer era mirar hueco. Eso del poliamor no se los aconsejo. Cuando tu dejas que pasen esas cosas de compartir tu pareja, si aparece uno que le haga un trabajito mejor que el que tú hacías, valiste madre.

Y así fue. Caperputita se enamoró de un Italiano, se piró y me dejó como un perro callejero, porque hasta me chivatearon los del comité, me metieron cana 6 meses por jinetero y hasta perdí el gao.

Y aquí me tienen, haciendo las crónicas de mi fracaso y contándoles la historia de un Lobo, que de feroz, pasó a ser trajín, bulleado y hasta menospreciado por aquella bella dama me cambió por un puñado de fulas.

Ah, se me olvidaba, por favor… si alguien puede ayudarme a conseguir una visa para la Yuma, ayúdenme… yo canto, actúo, recito, y hasta cuento cuentos. Lo único que no se hacer es trabajar… pero sáquenme de aquí. Igual los ayudo a organizar manifestaciones contra el control de armas, o protestar cualquier cosa que diga el 45 o hasta desfilar en pro de los derechos de los animales o de cualquier cosa que quieran. Soy muy bueno pal’invento y pa’todo en lo que no haya que pinchar. Eso sí, les garantizo que no tengo nada que ver con el Hombre nuevo y que no me iré pal Yuma como político ni nada por estilo.

Los veo en el próximo post. Si Dios quiere.

4 comentarios:

  1. Ya me parecía a mí que en ese cuento había lobo encerrado. Tu versión es mucho más coherente, a la par que más graciosa.
    Un abrazo.

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  2. Vaya ejercicio de historia y de imaginación llevada ala extremo. Yo siempre pensé que el lobo era injustamente cuestionado, pero bien mirado, es que vaya cuento chino que nos colaron con ese lobo de caperucita :-)

    Un abrazo. Brutal tu ejercicio.

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    Respuestas
    1. Asi es... este es un lobo tranquilo jajajaja victima de la caperucita y del sistema...

      abrazos

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