ANTES DE LLEGAR AL EXILIO, YA ESTÁBAMOS
JODIDAMENTE EXILIADOS.
CARTA DE UN CUBANO EXILIADO EN MÉXICO A SU MEJOR
AMIGO EN CUBA.
EL BALSERO. Octubre del 2020
Nota aclaratoria: Al momento de ser escrita esta
carta el dólar estaba a $10.00 MXN.
México, 23 de julio de 1996
Mi buen amigo, Pepe.
Todavía sigo recibiendo correos de mis antiguos
colegas de la universidad, preguntándome siempre lo mismo: «Charlie, ¿cómo van
las cosas? Según nos informaste, debías regresar el día 30 de abril, al esto no
hacerse efectivo, te solicito que me pongas al tanto de tu situación. Saludos
V.M. Decano F.I.».
Como comprenderás, mi respuesta nunca les ha
llegado. Espero que, a estas alturas, deban hacer uso de su buena inteligencia
y darse cuenta de que no hace falta una respuesta para saber cuál es mi
decisión.
Ha sido difícil tomar esta decisión, pero
después de tres años viviendo en México, como vive un estudiante de doctorado,
he podido comprobar que algo anda muy mal en «Dinamarca». Y te juro que no soy yo.
Pepe al igual que muchos, me sumo al grupo de
los mal llamados «desertores». Te confieso que me llevó mucho tiempo tomar esta
decisión, pero créeme que es la mejor y más sabia que he tomado en mi vida.
Hoy me pregunto, ¿qué hubiese sido de mí si esto
hubiera pasado en el año 80? Me imagino a mis compañeros de la universidad
yendo a mí casa a hacerme un acto de repudio. Movilizando a una selección del
Sindicato y a varios estudiantes, sin que a esto faltase, además, la
muchedumbre y el populacho gritándome: ¡Abajo la escoria!, ¡Que se vaya la escoria!, ¡Abajo la
gusanera!
Créeme que no dejo de acordarme lo que hicieron
con Jacobo, tu primo, a Reinaldo, y a muchos más que fueron víctimas de estas
atrocidades. Estas consignas todavía martillean en mi mente, una tras otra, sin
parar. Hoy me pregunto, además, ¿qué es lo que soy realmente? ¿Me convertí en
una escoria? ¿Ahora me dirán gusano? ¿Soy un peligro potencial a la revolución,
por el simple hecho de haberme quedado en México? ¿Dejé de ser cubano por
decidir hacer mi vida en otro país?
Te juro que siento que me hicieron un «acto de repudio», no a la manera de aquellos tiempos, pero para
el caso es lo mismo. Ojalá y exista un milagro que pueda borrar, para siempre,
de la mente del cubano aquellos «actos de repudio», que son, a mi modo de ver las cosas, uno de los errores más grandes,
entre tantos, que se han cometido en nuestro país. Ya la historia se encargará
de probarlo.
Pero ya me cansé, amigo. Me cansé de trabajar y
trabajar para esperar una nueva bicicleta como premio, o un apagón, o un mal
salario, o simplemente, a no tener el más elemental de los derechos del hombre,
que es la libertad.
Yo quiero trabajar y sentir que soy un hombre
útil para la sociedad, pero también quiero sentirme útil para mí y para mi
familia. Y eso, en Cuba, donde predomina la «ley del embudo», no hay Dios que lo consiga.
¿Y ahora qué me espera? Cinco o más años de
castigo y con la peor condena de tener que pedir permiso a un cabrón para poder
entrar a mi país. Nuestras leyes migratorias están hechas bajo la más vil
trampa que haya engendrado cerebro humano. Cualquier mexicano se va de mojado
al sueño americano y regresa cuando se le pega la gana. Nuestras leyes
migratorias tienen el único y diabólico objetivo de separar a las familias
cubanas. Esa es la venganza con que nos pagan por pensar diferente a como
quieren ellos que pensemos. ¿Se quedaron?, ¡ahora se joden! Nuestra sanción es netamente macabra, diabólica
y desmedida.
Siento que me estoy enfrentando a una lucha «de león contra mono», donde el mono está atado de sus cuatro
extremidades. Ojalá y pronto llegue el comienzo de tiempos deseados, donde la
razón se imponga a todos, a los «débiles y a los poderosos». No sé cuánto tiempo haya que esperar, pero tendrá que llegar ese
día, porque ya nuestra isla y su gente no pueden seguir viviendo tanta
humillación.
Y nada de cuento, hermano. Desde el momento que
tomé esta decisión, no significa que soy un refugiado económico que se ha
quedado por mejorar su nivel de vida, no, Pepe, la cosa es mucho más
complicada. Me sancionan a cinco años sin poder entrar a Cuba a ver a mi
familia porque soy un traidor a la patria, y si soy un traidor, es porque soy
políticamente diferente.
Hoy recuerdo cuando llegué a México. Primero, sobreviví
el miedo al capitalismo, pues ya te acordarás de que, en nuestro estrecho
perfil de ver el mundo exterior, el capitalismo era el opio de los pueblos. No
recuerdo haber visto nunca una noticia celebrando algo que viniera de un país
capitalista. Así nos educaron. Así nos lavaron el cerebro desde que éramos
niños. El socialismo era el modelo ideal para seguir por todos los pueblos del
mundo. ¡Y créeme, hermano, todo es tan diferente!
Luego, vino el miedo a recorrer una calle con
miles de autos. Miedo a una ciudad de más de veinte millones de habitantes.
Miedo a la contaminación. Miedo a la inadaptación de mi organismo, el mareo y
la sofocación de las primeras semanas en una ciudad que está a más de 2000
metros de altura sobre el nivel del mar. Miedo a la violencia, a la
delincuencia. Miedo a todo. A no ser aceptado y a luchar contra muchos
obstáculos, que empiezan desde el simple hecho de llegar a un lugar y percibir
que el nacional se siente amenazado por la presencia de un extranjero, que,
para colmo de males, es cubano. Obviamente, es una reacción natural que no
critico porque es evidente que creerá que llegaste a desplazarlo, o a
renegarlo.
¿Por qué hay que contratar a un extranjero? Esa
es la pregunta clásica, y notarás la envidia, sentirás las puñaladas por la
espalda y golpearás la cabeza contra la pared cansado de tanta hipocresía. Pero
uno no se puede rendir. Hay que respirar profundo, contar hasta 10. Seguir
adelante.
Y así pasan los días y se terminan los miedos,
el mareo desaparece, me acostumbro al tráfico, a la gente, al frío, a la
contaminación y empiezo a distinguir el matiz de las cosas. Empiezo a conocer
más a las personas y con ello su ideología, idiosincrasia, comidas, formas de
hablar. Todo es extraño, pero te adaptas. Y ahí viene el proceso de asimilación
y aprendizaje. Pobre del cubano que crea que 20 millones de personas tienen que
adaptarse a sus costumbres cuando es más fácil que sea él quien se adapte a las
costumbres del país donde ha llegado.
Compruebas que el capitalismo no es tan malo
como te lo pintaron, aunque hay mucha pobreza y muchos contrastes, pero se
puede sobrevivir. Existen males necesarios y males tolerables. Pero, al menos,
en estos países la pirámide social está al derecho y se estrecha en la medida
que el nivel intelectual y económico aumenta, pero las posibilidades se
amplían.
Aquí, por
estudiar me pagaban 500 dólares al mes. En Cuba, por trabajar como un animal,
no llegaba a 5 dólares mensuales. Y ahí es donde te das cuenta de que nos han
engañado toda la vida.
Después te llega el hastío. La decisión es dura
y tiene que ser en silencio. Ahora aparecen otros temores. La reacción de la
familia y, sobre todo, de mis padres, comunistas hasta la sepultura. La de mi
hermano, que tú más que nadie sabes que siempre ha sido un tipo de doble cara
que se esconde detrás de la fachada de comunista, pero si le rascas un poquito
aparece, inevitablemente, su real facha de oportunista.
Temo mucho la reacción de los amigos, de los compañeros
de trabajo, en fin, la de todos. En mis oídos resuenan esas horribles palabras.
Es un martillo que golpea duro y constante: ¡traidor, desertor, vende patrias!
Doy el paso. Una nueva vida he construido desde
que llegué. Ya tengo un buen empleo, un buen salario, ya tengo la camioneta que
siempre soñé. Y no es que me importen las cosas materiales, pero no sabes
cuántas veces me pregunto: si en Cuba trabajaba tanto, ¿por qué no podía
tenerlas?
Sé positivamente que, con mi decisión, perderé a
las personas en las que creía y quería. Uno a uno, todos los de Cuba me dejarán
de escribir y si lo hacen, se esconderán en susurros. No les conviene, no
pueden. También tienen miedos. La maquinaria los puede aplastar. Y el camino
más fácil y obligado será renunciar a mi amistad.
Y cada día que termina, sientes el peso de todo
lo anterior que te aplasta. Cada nuevo día, la determinación de salir adelante
y triunfar. El tiempo pasa, los hábitos cambian, pero sigues trabajando duro.
Los jefes se percatan. Sigues desafiando las pruebas, las zancadillas. Al
final, convences. El sistema se abre, triunfas definitivamente y se abren
posibilidades de estadios superiores. La vida cambia de matiz, tu pecho se
llena de aire, pero la nostalgia y la horrible lejanía quedan en un pedacito de
tu corazón, junto a ese pasado que hay, definitivamente, que dejar atrás. No se
puede vivir fuera de Cuba con la cabeza en Cuba. Ese ha sido el motivo por lo
que muchos cubanos fracasan al convertirse en exiliados. No acaban de entender
que antes de llegar al exilio, ya estábamos jodidamente exiliados.
Vivir en el extranjero es largo y duro de
contar. Es seguir siendo cubano sin tu Cuba. Es odiar a aquel que te impulsó a
tomar la decisión de quedarte en otras tierras dejando atrás a tus seres
queridos, a tus hijos, que quien sabe si algún día te perdonen que los dejaras
atrás y te perdiste el sagrado derecho de verlos crecer. Es insertarse en un
nuevo sistema. Es demostrar tus capacidades. Es olvidar a todos los que te
llaman traidor y desertor. Olvidar al que no contesta tus llamadas o tus mensajes de correo
electrónico. Es vibrar frente a un televisor cuando escuchas tu himno nacional
en unos juegos olímpicos, es vivir el triunfo de un cubano como si fuera tuyo.
Vivir fuera es también sentir siempre la tristeza y la nostalgia por lo tuyo,
que ya no tienes y que sientes que alguien te lo ha arrebatado. Pero te das
cuentas que hay que resistir, aunque no estén a tu lado tus seres más queridos,
porque hay que luchar por una mejor vida —para uno y para ellos—. La vida que
todos merecemos. Una vida en la que te niegues a continuar siendo esclavo y
como decía Martí, vivir sin patria, pero sin amos.
Se hace duro insertarse, pero sí se puede vivir
en el capitalismo. Y hablando de capitalismo, el otro día estuve conversando
largamente con un taxista que me llevó desde el laboratorio donde trabajo hasta
el taller donde había metido mi camioneta a servicio. Fue una conversación muy
simple. El señor me narró cómo era un día de trabajo para él. Un humilde trabajador
que maneja un taxi que tiene un dueño y al cual le paga una cuota fija diaria
por manejarlo. En pocas palabras y como diría tu comandante FC, tiene un patrón
neoliberal, y además capitalista, que lo explota.
No te voy a narrar lo que ese señor me contó,
porque, conociéndote, te morirías de rabia. Pero sí puedo contarte lo que hacía
yo a diario en Cuba.
Un profesor universitario, en Cuba, no desayuna
ni chilaquiles, ni frijoles refritos, ni quesadillas. Coño, a veces no tiene ni
para tomarse una taza de café. Se sube a su bicicleta china, por razones
obvias, deja a su hijo en la escuela y sigue pedaleando para empezar su faena
como docente-investigador, sin «un patrón capitalista que lo explote». A las 12 o 12:30 p.m. almuerza, en una bandeja
metálica toda escachada, una sopa de suerte —de que le toque un pedacito de
carne— y arroz con pollo cruzado con dragón, porque lo único que te encuentras
del pollo son los cuellos, como si se criaran pollos de mil cabezas y un solo
cuerpo, y esto es el día que está buena, porque lo normal es arroz blanco y
algún caldo sin sazón y sin sabor. Una autentica comida de presidiario. El
refresco ni soñarlo, y la carne ni se te ocurra preguntar por ella, porque
puede resultar una pregunta subversiva. Después del mediodía, continúa su
faena, ya sea dando clases o encerrado en el laboratorio tratando de descubrir
la solución técnica que saque a Cuba de la crisis económica —lo sarcásticamente
llamado Período Especial en Tiempo de Paz—. Un PPG[1], un
refrigerador solar, un mineral del siglo que sirva para todo, un software
importante, una vacuna contra el SIDA, algo que te dé para ganarte un premio en
el siguiente fórum de ciencia y técnica —seguramente otra bicicleta—. No tiene
posibilidad para ir a buscar a su hijo a la escuela porque la consagración al
trabajo no lo permite y esto debe hacerlo su esposa cuando sale de su trabajo.
A las 6 o 7 de la noche se fuma un cigarro, si es que lo tiene, y si no se lo
pide al compañero, y sigue trabajando hasta la hora que decida el Sindicato, o
el Partido, o el jefe que «no lo explota»,
pues hay que estar consagrado para sacar al país de la pobreza, aunque tú no
tengas ni dónde caerte muerto.
Y ya muy tarde, la alegría o el descontento de
estar, al fin, listo de nuevo frente al timón de su bicicleta, para irse a
casita y encontrar la sorpresa que le espera: una esposa que no pudo cocinar
porque su marido no fue a comprar el combustible que necesitaba la cocina, por
estar tan consagrado. Antes de acostarse, tiene una pequeña e insignificante
discusión con la mujer sobre las tareas a realizar al otro día, aparte de la
consagración al trabajo en la universidad. Discusión que seguro termina en unos
cuantos gritos, dos mandadas pa'la pinga, y, como siempre, una mujer que se acuesta y le da la espalda al
marido porque ya no tiene ganas de tener sexo con un esposo tan consagrado en
todo, menos en la familia. Y después a conciliar el sueño, pues al otro día se
repite la misma historia, para a finales del mes recibir un salario menor a 5
dólares.
Pepe, ¡qué bueno que en Cuba no hay capitalismo! porque ese taxista del que te hablé, con
orgullo y honradez, se gana casi 600 dólares al mes. Dinero que un cubano con un buen salario como el que yo creía que tenía, se ganaría en 10 años de trabajo.
¿Qué está jodido entonces, Pepe? ¿El capitalismo
o el socialismo? Y a eso, súmale que tampoco somos libres. Ahí te lo dejo de
tarea.
Te mando un abrazo y con las ganas enormes de
verte pronto, pero fuera de Cuba.
Tu amigo que te estima y aprecia,
Charlie.
[1] PPG: nombre comercial de un medicamento cubano compuesto de policosanol, que es una mezcla de
alcoholes primarios alifáticos superiores aislada de la caña de azúcar.