Nostalgias
Cienfuegueras de los años 70's. Parte I
Cienfuegos, día de viernes. Los amigos
se dan la mano en una esquina de encuentros. Los portavoces de la cartelera
social de fin de semana ya traen el programa en su memoria. Fiestas de 15 años
en el Casino, descargas icónicas en Punta Gorda, Los Moddys en algún lugar. Dos
vueltas completas desde la esquina del Boulevard a Lamar y Prado. Pasarela
necesaria para anunciar que ya habías llegado. Una mirada obligada, pero con
disimulo, a cada banco del prado para localizar tu presa. Dos o tres paradas a
saludar a los amigos, que con alegría te apostaban sin dinero por la canción
que ocuparía esa semana el primer lugar en el “American Top 40” o quien estaría
en el show de media noche de la Beaker Street de la KAAY. Luego a la fiesta.
Molotera en la escalera del casino esperando que una cara conocida se asomara y
te colara. Todos a la espera que empezara el desfile de las parejas que
mostrara que nueva coreografía había Pancho montado. Las fotos, la quinceañera
posando sola o con amigos, y por último el baile. Música en vivo o grabada, no
importaba cual fuera. Llegaba la hora de la conquista, o del arrimón, o de
mirar a los menos penosos hacer el ridículo cuando bailaban disco mientras
sonaba música rock. Nada importaba. Era simplemente la euforia de una adolescencia
cienfueguera que se divertía sin importar razas o ideologías.
Así era Cienfuegos en los años 70’s, en
sus noches de viernes o sábados, cuando recién llegado de una beca lejana,
salías a liberar la euforia contenida.
Al siguiente día, desvelado y crudo, te
ibas a Gloria y Santa Cruz. Otro punto de encuentro para abordar el Ikaro que
te llevara a Rancho Luna en camiseta, short y chanclas metedeo. Otros preferían
el muelle real para navegar en El Pura o en El Juraguá y quedarse en el Cayo o
intentar colarse en el Hotel Pasacaballos o bañarse en la playa de arenas
gruesas de Rancho Club.
Quién no recuerda con nostalgia a esa
hermosa ciudad, meticulosamente trazada en regulares cuadriculas, cuna de tanto
talento y portadora de una fabulosa riqueza cultural.
Quién de nuestra generación no recuerda
con nostalgia, las descargas en casa de Jorge Luis el Gordo o en casa de Leonel
León, la música de Yoyi Gomez, los cocteles de Carmelo en el bar de la piscina
del Jagua, a la playita de Elpidia, la paella de Covadonga, el tubito del Prado
y los inolvidables papelazos al sacar un boniato, los batidos del coopellia, a
Pedro Coppellia sumergido hasta el cuello en las aguas de la playa matando
canalla con su cañón de futuro, a Miguelito el jorobao con su VEF siempre a cuesta,
al Quilla, el amigo de todos, el profe buena gente y su transformación de guapo
a Pepillo, al Yankee Jorge Luis con su emblemática cabellera rubia y su
autentica rebeldía, a Pascual contando su último descubrimiento intergaláctico con un hilo entre sus manos,
la plataforma de Zaldo y Prado en carnavales, la patana, la plaza y los pinos
con sus tanques de cerveza cruda, el malecón, el roofgarden del Hotel San
Carlos, el papito de la carretera de Junco y las medias sabanas que cubrían el
sucio colchón, la casa de Jochi y Titico en el parque Martí. A Leo, a quien
todos abrazábamos y caminábamos con él por el Prado sin temor a que los
intolerantes pensaran que uno era gay. A Pedro Calaña caminando con sus perros
por el Prado.
Quién de nosotros no fue vago del lunes
en la primera tanda del cine Luisa para ver un estreno o simplemente para
disfrutar del aire acondicionado porque afuera hacía un calor insoportable. O
entraba a la Pizzería del prado y se robaba las sobras de los bordes de la
pizza que dejaban en las mesas. O se colaba en la cola del coppelia cuando
llegaba el chocolate.
Quién no fue alumno del profe Vera o del
profe posada en Natación, o de Atilio Caballero en tenis o de Yero en Béisbol,
o del profe Barrera en ajedrez. Quién no recuerda al profe Manuel Felhandler
escribiendo la historia del deporte cienfueguero o administrando el CV
deportivo, o a Cancio gritando horrores en el campo de tiro, o al Bizco
recogiendo pelotas en el estadio viejo la calle Recreo. A quién no se le fue
una pelota por un cueva de cangrejo en el terreno que estaba al lado del
Cazadores. Quién no iba con su pareja a la laguna del Cura o a los caballitos
de Playa Alegre. Quién no empinó una catana o una chiringa en la cuadra de su
casa. Quien no iba a las regatas del malecón a ver el ocho con timonel donde
Cienfuegos tenía al mejor equipo o las competencias de Kayac.
Y qué decir de las mujeres cienfuegueras
de aquellos años. Por solo mencionar a algunas, quién no recuerda a Emelinda, o
a las hermanas Debén, o a Teresita Marcoleta, o a nuestra estrella del Carnaval
Ceidita Oliva, quien bien hubiera podido competir en Miss Universo de Cuba
haber participado. Y por qué no aprovechar para mencionar a algunos galanes
conquistadores de aquellos años como Boris y Riky, Mandy Perez Aleman, Joe
Cassette, un tal Jacobo, El Pachy y algunos otros manes que eran menos galanes,
pero que tenían una labia capaz de tumbarle la novia a cualquiera.
Quién no tuvo grandes amigas como
Barbarita Polvorón y su pandilla o las hermanas Terré o amigos como el difunto
Perico. O grandes amigos deportista como los Hermanos Sanchez-Zarasa, como
Julie Ruiz, como el nadador Omar Gonzalez devenido uno de los mejores
entrenadores que ha dado Cienfuegos.
Y cuando se habla de buenos doctores,
como no recordar a Rodolfito, al doctor Ríos, al Dr. Pino, a Ruiz de Zarate, al
Dr. Martínez y muchos más que en esos años conservaban los pocos consultorios
particulares que quedaban en Cienfuegos.
Así era Cienfuegos en los años 70’s.
Hermosa por su belleza y por su gente. Hoy casi todos andamos regados por el
mundo, pero con la dicha de haber sido y seguir siendo cienfuegueros.
Nostalgias Cienfuegueras de los años 70's. Parte II
El Prado.
Creo que nadie imaginó aquel 11 de
noviembre de 1911—cuando en el Teatro Luisa, se hizo una velada
artística-literaria con el propósito de recaudar fondos para construir lo que
es hoy nuestro Paseo del Prado—, que para la juventud cienfueguera de los años
70’s, el Prado se convirtiera en un enorme cofre que atesoraría por siempre, desde
Prado y Línea hasta la calle Campomanes, nuestros más hermosos recuerdos de la
adolescencia.
Varias fueron las zonas emblemáticas del
Prado, que agrupaban a diferentes grupos sociales de aquella época.
Prado entre Santa Cruz y San Fernando: Estas
dos cuadras tenía su guaguancó. Me recuerdo que se hacían dos peñas deportivas.
Una frente al Obispado y otra frente al Guiñol. La fanaticada en su máximo esplendor.
Todos sabían más que Servio Borges. Eran verdaderos estrategas que asesoraban
al Mago—como le decían a Servio—quien a pesar de tomar decisiones inimaginables,
todo le salía bien. En ese grupo se destacaron amigos como… Rafael, quien
vivía al lado de Faustino Pérez Hazo, y que hacía tasajo a los muertos en el
hospital. Me recuerdo que Rafa se sentaba todos los días en un banco del prado
con sus jaulas de canarios y se jugaba el varo hasta por apostar cual canario cantaba
primero y con el disimulo de los canarios se fraguaban las más auténticas
apuestas para el beisbol. Ahí también se
sentaba el viejo Alberto Quiñones —quien era una verdadera enciclopedia al que podías
preguntar los resultados de toda la pelota cubana y de hasta de las grandes ligas—,
quien junto a Humberto Duarte narraban los juegos de la liga local
cienfueguera. Otro personajazo que participaba en la esquina caliente era Rafa
el funerario. Chofer de la carroza fúnebre y jugador de primera base del equipo
CV deportivo de Cienfuegos, quien nos deleitaba con sus memorables jonrones y
su característica vuelta al cuadro. Rafa es sin dudas, una de esas figuras
deportivas, que aunque no alcanzó fama nacional ni internacional, será
eternamente recordado por su carisma, por su pasión y entrega a nuestro deporte
nacional. A este grupo también se sumaban los doctores, Genaro y Capiro, David
el cabezón de Caonao, Rodolfo el sarcófago, Martín Peralta, el difunto
Timoneda, Joe Cassette, Roly Yero, Raúl y Luis Pérez, hermano y papá
respectivamente de mi gran amigo Luisito el enano—el bombo, como nos decimos—, y
Pedro Calaña que siempre llagaba acompañado de alguno de sus perros.
Sin lugar a dudas, estas dos esquinas
tienen su historia. En ellas se hablaba de beisbol, se apostaba y hasta se conspiraba.
Todos muy buenos amigos, buenas personas y gente con la que no solo podías
hablar, sino también agarrar una buena borrachera.
Un poco más pegado al cine Prado se
sentaba la distinguida comunidad lésbico-gay de aquellos tiempos. Ahí se agasajaban
dándole a sus ojos el colirio necesario con aquellos y aquellas que sabían
jamás podrán tener entre sus sabanas. Quien
no se acuerda del negro Flecha y el blanco Moyeda. Dos físico-culturistas. Uno
de Reina y el otro de Sardo y Prado. También en esa zona se sentaba leo y sus
amigos. Me recuerdo que Leo me decía: Ahí va el doble, porque según él, yo me parecía
mucho al amor de su vida, que dicho sea de paso, nunca supe quién era. Todos
muy respetuosos y buenos amigos. Nunca se me olvida una noche que salimos del
Casino de unos fiesta de 15 años y veníamos el Quilla, Ulloa, y unos cuantos
amigos más acompañados de Leo. Al llegar frente a la farmacia del boulevard, habían
unos “ambientosos” parados con muchas ganas de buscar bronca y nos dicen: Ahí
van los mariconcitos de la noche… Y Leo se voltea y le responde: Aquí el único
maricón soy yo y estos chicos son más hombre ustedes… los negritos se quedaron
calladitos y se fueron.
Bajando un poco más en el Prado, entre
las calles San Fernando y Lamar se agrupaban diferentes grupos que no eran
permanentes en un lugar específico, sino donde encontraran espacio. Esta era la
zona de los Pepillos, de melena escondida durante la semana y abierta al público
en viernes a domingo. Y digo esto porque no habrá quien no recuerde, que de
lunes a viernes, el enigmático director del Pre Jorge Luis Estrada—el difunto
Cuartero— no dejaba tener el pelo largo, ni usar pantalones a la cintura. Pero había
verdaderos magos del gel casero hecho de aquel medicamento antidiarreico, que
aplastaba el pelo y enmascaraba la más larga cabellera. Quien no se acuerda de
Miguelito el flaco y su hermano Eddy Quijá, que viernes en la tarde ya
mostraban las más lucientes melenas de aquellos tiempos, por citar solo algunos
ejemplos.
En esa zona se hablaba de música, se
escuchaba la canción del momento que estaba en los primeros lugares de la
WQAM-Q56, o las escalas del Américan top 40 con Casey Kasem, o el Show de la
Baker Street de la KAAY, uno de los programas más escuchados por cubanos en Cuba
en aquellos tiempos.
En estos grupos destacaba Juan Carlos el
ruso, como le decíamos, que tenía un oído tan magistral para el inglés que
hasta copiaba las canciones directamente desde el radio, Miguelito el Jorobao,
Luis Bouclet y su primo Victor Hugo—no muy querido en todos los grupos—, Luis
Ulloa, mi partner de estudio y de conquistas en aquellos años, El Quilla, el
Yankee, Eddy Quijá y su hermano Miguelito, el difunto Jorge Luis el gordo, Yoyi
Gómez, Sergio Ramos, un amigo muy querido que se nos fe antes de tiempo, los
hermanos Duran.
Creo, y sin temor a decir una
barbaridad, todos estos amigos, escuchaban y se sabían más los éxitos de
aquellos años, que los propios americanos que tenían a estos grupos a la vuelta
de la esquina. Me recuerdo que los primeros discos de acetato de muchas
agrupaciones musicales del rock de los 70s, los podías encontrar y escuchar en
casa de Luis Bouclet. O casa de Ulloa, de Yoyi. La pasión era desmedida. El
primer álbum de Pink Floyd que circuló por Cienfuegos, lo fuimos a comprar a
Ranchuelo, Ulloa, el Quilla y un servidor. El Ummagumma. Qué bonitos recuerdos.
Y siguiendo más abajo por el Prado,
estaba la cuadra entre Dorticos y Lamar. La famosa cuadra del Tubito. Un pedazo
de tubo donde se conectaban al agua cuando hacían el quiosco de cerveza para
las tradicionales trochas cienfuegueras. No hubo un cienfueguero que no dejara
un pedazo de zapato o se le inflara el dedo gordo del pie, después de haber
sacado un buen boniato. Ese tubo no tuvo distinción de género ni de raza. Por
ahí pasó todo el mundo. También en esta cuadra se juntaba la guapería, porque
al lado de una vieja chimenea donde en tiempos antaño se producía luz, se hizo una especie de centro recreativo donde
tocaba música bailable con las agrupaciones locales.
Y por último, llegabas al tramo conocido
por la zona romántica. Desde Lamar hasta Campomanes, las parejas iban a hacer
la introducción a la noche. Unos besos, palabras enaltecedoras, el preámbulo romántico
para después buscar un lugar más reservado para desahogar sus pasiones
reprimidas durante la semana.
En época de carnavales, Sardo y Prado—en
la parte trasera de la plataforma—se convertía en nuestro punto de reuniones.
Allí nos daban las 4 o 5 de la mañana.
Quien no se recuerda con cariño esta época
y a nuestro Prado. Nuestra pasarela inolvidable, nuestros puntos de encuentros,
nuestras conquistas. Todo nuestro pasado adolescente viaja entre las viejas
construcciones. Allí yacen deambulando
entre sus rincones, chocando en sus legendarias columnas, nuestras inolvidables
aventuras.
Nostalgias
Cienfuegueras de los años 70's. Parte III. Maestros y Escuelas.
La gran mayoría de nuestra generación
que fuimos adolescentes en los años 70’s de seguro estudiamos en las mejores
escuelas que habían en Cienfuegos en aquellos años, que aún no nos decretaban
potencia educativa mundial.
Recuerdo con mucha nostalgia algunas de
las escuelas por donde pasé, antes que nos enviaran a las escuelas en el campo.
Fue por allá por el año 1962 que entré
al pre-escolar en el antiguo colegio Elisa Bowman, convertido después en dos
escuelas; William Soler y Fernando Cuesta Piloto. En la primera estudiábamos desde
el pre-escolar a tercer grado y en la segunda de cuarto a sexto grado.
Siendo un niño aquella escuela me
parecía enorme con sus grandes jardines, capillas, enormes salones de clases
con vitrinas llenas de animales disecados, arboles maduros que tendrían más de
40 años viendo correr, mecerse en los columpios y lanzarse en las canales a
todos los que pasamos por allí.
Nancy era la directora de William Soler
y el temido Cuartero (hermano del que fue director del Pre) era el director de
Fernando Cuesta Piloto. Nancy era una dulzura, mientras que el temible Cuartero,
regla de madera en mano nos hacía correr de miedo.
Me recuerdo con mucho cariño de Amelita,
mi primera maestra. El aula estaba al lado del merendero de la escuela donde
una señora gruñona nos vendía por 5 centavos, la merienda. Fue la primera vez
que vi una máquina expendedora de Coca Cola que vendía refrescos—obviamente
cola sin Coca—en botellas que tenían el logo de Ironbeer, un hombre musculoso
con una pesa en la mano. A los pocos años esa máquina dejó de funcionar y
desapareció.
De los maestros tengo muy lindos
recuerdos. La lista es larga y muchos ya no deben existir, pero los que
estudiamos en esas escuelas deben recordar a Aleida Dueñas, el profe Villareal,
al profe De Armas, a Julia, a Teresita, a la Sra. Ocampo por mencionar a
algunos. Eran todos muy buenos maestros.
Me recuerdo de los alumnos mala cabeza
en aquellos años, a quienes Cuartero castigaba en un rincón del aula y los
ponía de espalda y si chistabas te ganabas un reglazo. Victor Lazo, Lázaro que
dicho sea de paso vivía en el barrio de San Lázaro.
De ahí muchos nos fuimos a diferentes
escuelas secundarias. Creo que en esa época había solo tres. Van Troy, Fran
País y 5 de septiembre que estaba ubicada en el antiguo colegio San Lorenzo.
Yo me fui a Frank País. Creo que era el
más chico de estatura de la escuela. Cuando llegué me tocó como directora Juana
Irene quien dos años después le cedió el puesto a Landeiras. Ambos tremendos
personajes. Inspiraba más miedo que respeto pero muy en el fondo eran buena gente.
Ahí conocí amigos entrañables. Cuando
aquello la secundaria llegaba hasta el grado10mo. Los grandes, les decíamos.
Ahí estaban Mandy Pérez Alemán, Pino, Villegas, Capín, Pedro Luis Morales por
citar algunos…, tremenda banda de jodedores que volvían loco al profesor más
exigente. ¿Quién no recuerda al profe Ortolachiz…? Juan Pedro de educación
laboral, Velozo de Educación Física, Libertad la flaca de español, la mamá de
Grille, Angelita que nos daba matemáticas, Font nos daba Física junto con un
Guajiro de Cruces que después fue Metodólogo que ahora no recuerdo su nombre,
De mi generación éramos un motón. De ahí
nacieron lindas amistades que hasta el día están vigentes y que fuimos juntos
hasta que al terminar el noveno grado nos mandaron para Yaguaramas.
Por citar a algunos y apelando a mi mala
memoria, ahí estábamos, Mandy y Roxana Ramas, Roly el lechón, el difunto Raúl Calabaza,
Luis Barrios, Carlos Alberto Rodríguez, Margarita Lapido, Maritza y su hermano
Noel Valladares, Saúl Carrazana, Rolando Barranco, Antonio Ríos y Carmen
Ramirez, Irma Rodríguez de Playa alegre, Jorgito Micocilén, Tania y Soraya
Selga, Libertad Machado, Alicia Sandar, Armando
Prieto, Baby la esposa de Armando Aguilar, Roxana Vitlloch y sus hermanos.
Sé que se me quedan muchos, pero en la
medida que me venga un rayo de lucidez los iré añadiendo.
De la secundaria 5 de septiembre no
tengo muchos recuerdos más que del famoso profesor Muñoz y de todos mis amigos
que estudiaban allí que de seguro irán contando las anécdotas más
significativas que iremos añadiendo.
Grandes amigos, salieron de esa escuela.
Luis Ulloa, Jacobo, Barbarita Polvorón, Jorge Luis Muñiz, Rolando Márquez,
Carcasez, en fin, no es fácil recordarlos a todos.
De ahí nos fuimos a Yaguaramas. Y empezó
nuestra desdicha. Sí, ir a una E.S.B.E.C. era como ir a un pequeño campo de
concentración. Federico Fernández Cavada, reconocido como "El General
Candela" por practicar la tea incendiaria a las propiedades de los
criollos que apoyaban a España en la guerra de 1868, de haberse enterado que
esta escuela llevaba su nombre, de seguro le hubiera vuelto hacer honor a su
nombre y le hubiera prendido candela.
Y allí llegamos a inaugurar la escuela.
Un flaco y demacrado director, que por casualidad llevaba el mismo apellido que
el general Candela acompañado de una regordeta figura de mujer, que más que
subdirectora, parecía una autentica cosmonauta y de un larguirucho profesor de
Biología, nos dieron la bienvenida y sin nunca explicarnos por qué, nos dividió
en dos grupos que a la postre nos convertiríamos en irreconciliables bandos.
Los de “Cruces” a un lado y los de “Cienfuegos” al otro…
Un nutrido grupo de adolescentes que dimos
“EL PASO AL FRENTE” y que “voluntariamente” amenazados, nos incorporamos al
tercer contingente del destacamento Pedagógico Manuel Ascunce para ayudar a una
revolución que nos formaba, bajo los más estrictos y arcaicos ideales del
Marxismo-Stalinismo-Comunista. Al menos, eso pensaba el gran dictador.
Fueron épocas de gracia. Épocas de
consignas y de siglas que solo entendemos los cubanos. Épocas en la que lo malo
se disfrazaba de bueno; Escuelas en el campo que eran enormes prostíbulos de 15
días alejados de los padres, que ni tan siquiera imaginaban lo que sus hijos(as)
podría hacer para sobrevivir. “Trabajo y Estudio” en estos emblemáticos mini
campos de concentración en donde teníamos que escondernos para escuchar música
en Inglés, embarrarnos el cabello con Laxagar para esconder el largo del pelo,
aprender a comer salcocho mal cocinado y un arroz con pollos— cruzados con
dragones—, porque solo veías sus cuellos.
Escuelas en donde era muy común que un
profesor tuviera relaciones con alumnas y alumnos con profesoras que además de
enseñarnos el plan de estudio, nos adiestraban en el arte de la educación
sexual.
Escuelas donde en las noches tenías que
meterte a robar en la nevera, porque la buena comida solo era para unos
cuantos.
Escuelas en las que aprobabas sin saber
nada porque a los profesores les exigían tener un 100% de aprobados, mientras
el gobierno le vendía al mundo que la educación cubana era la mejor del mundo.
En Mijalito el tiempo corría a paso de
tortuga. Quince días sin ir a la casa era una verdadera tortura. Entre
cítricos, tierra colorá y un terraplén que en tiempo de seca te cubría de un
polvo fino y poco denso que penetraba hasta las entrañas más recónditas de los
pulmones, hacían de la vida un eterno vaivén entre lo aburrido y lo
insoportable. Mañanas de clases, tardes de trabajo en el campo y noches de
invento, conformaban su pequeña rutina diaria.
¿Qué otra cosa podíamos hacer tantos
adolescentes en una época en la que aún ni se pensaba en la internet y mucho
menos en un GPS que te permitiera localizar gallinas para poder matar el hambre?
Por culpa del criminal bloqueo y de esos
gringos— decía la secretaria de la FEEM, que por cierto era de cruces y que
después se convirtió en la esposa del director— pasamos las necesidades que
pasamos—. Todo el mundo decía el mismo discurso. Había que echarle la culpa a
alguien, menos al socialismo, menos a los rusos que suministraban Carne Rusa,
merluza y coll rellena, menos al comandante.
Y así pasaban los días. Entre las
animadas clases de historia del Burro Triste, los brebajes de Raimundo, los
senos y cosenos de Quiñones y los discursos de aquel director de producción que
una tarde en medio de la descubierta picota le dio al director las quejas de
que “Hubieron muchos alumnos que se salieron del campo a comer mango” y que
para rematar después de una fuerte exclamación de los jóvenes acusados diciendo
entre dientes “no se dice hubieron, se dice hubo” el flamante director remató:
Sí, de que los hubieron, los hubieron.
Así éramos potencia educativa.
Ahí en Mijalito, conocimos el Yucayo, y muchos y muchas perdimos hasta la
virginidad. No había otra cosa que hacer. Después que nuestros papás nos
despedían en el Parque Martí, ocurría la transformación social. “Somos libres
muchachos”. Y ahí, todos vestidos de azul, nos lanzábamos a probar las dulces
sensaciones de la vida y la muerte. O si no, que hablen las paredes cuando una
noche exhibieron aquella famosa película de Monumento… Carmen Sevilla no puede
haberse sentido más deseada en toda su existencia como aquella noche, por toda aquella
bola de adolescentes que culminaban triunfales, derramando su esperma en las
repelladas paredes de aquel quinto piso del edificio de dormitorios.
También en Mijalito, Carcasez inventó el
béisbol con tapas de tubo de pasta, donde Juan Ma, Roly Marquez, y todos los
aficionados al baseball llenabamos nuestros ratos de aburrimientos.
Gracias a estas ESBEC, el Ñeñe se inició
como conejillo de india en una de las primeras prácticas del “Bulíng” cuando
miles de hormigas locas, acariciaron su cuerpo.
Gracias a estas ESBEC, conocimos el
alcohol de noventa, forzar un privado en busca de un cómodo sofá para pecar
entre Ayes y Gemidos.
Gracias a estas ESBEC, un año después,
un grupo grande de estos chicos nos lanzamos a la aventura de dar clases y
otros se lanzaron en busca de su propia libertad.