martes, 3 de junio de 2014

Es ella quien te mira


1

Hace mucho tiempo que tiene una historia que deambula por su mente. Según él, da para mucho más que un cuento. Pero siempre que se sienta a escribirla, se desvanece, se vuelve invisible a sus neuronas y no encuentra la primera frase, los adjetivos adecuados, el tiempo en que quiere contarla. Y lo peor es que por más que se esfuerza siempre escribe lo mismo como si una fuerza mayor le obligara a hacerlo. Y sabe que la historia está ahí. Se trata del encuentro con una mujer…, pero mientras está sentado frente al teclado no puede acordarse como va ni tan siquiera cómo es ella. Y lo más increíble es que en dos ocasiones, en que tratando de burlar lo no singular que le resulta, el sentirse poseído de un olvido temporal, ha grabado la historia en una vieja cinta de cassette, y cuando se dispone a copiar el dictado que su propia voz le hace, escribe siempre lo mismo. Para que se lleven una idea más clara, si la grabadora le dice: Nací en un barrio bajo al sur de una gran ciudad, y para desgracia, la pobreza en la que vivíamos impidió a mis padres atender a tiempo mi congénita debilidad visual, él escribe: Es ella quien te mira y soy yo quien ha venido a buscarte.
Y así llevaba algún tiempo. Sin encontrar palabras para explicar este fenómeno que solo pasa con esa historia que parece estar preconcebida para no ser leída ni escuchada por nadie. Una historia que solo está en su mente y que cuando está frente al teclado presto a escribirla, se le olvida porque la protagonista siempre le dice: Es ella quien te mira y soy yo quien ha venido a buscarte.

2

Una noche, en la que se acostó temprano, el grato recuerdo de aquella mirada lo llevó a dar un paseo por su pasado. Hacía cuatro años, su esposa había fallecido en un trágico accidente y ahora, por primera vez en tanto tiempo, podía verla de una manera tan nítida, que no podía afirmar si estaba soñando o era realidad.
Sin pronunciar palabras, ella se acostó a su lado y después de algunos minutos de una contemplación casi divina, le dijo:
― Estoy aquí y quiero me mires fijamente a los ojos. Obsérvalos bien, ve detenidamente cada uno de sus detalles, fíjalos en tu mente y hazme el amor por última vez. Quiero además que prometas que vas a rehacer tu vida. Ha pasado mucho tiempo y no es justo que sigas deteniéndote, por tu bien y por el de nuestro hijo. Te aseguro que siempre estaré mirándote y nada me dará más gusto que verte feliz. ¿Crees que puedas hacerlo? ‒ Le preguntó mientras deslizaba sus pies sobre la cama elevando sus rodillas al tiempo que abría lentamente sus piernas.
― Trataré ― respondió sonriente aunque por dentro toda su osamenta temblaba. Se inclinó y apoyando sus rodillas en la cama, fue a gatas hasta acercar el rostro a su entrepierna. Su cuerpo temblaba, pero su olor a hembra provocó el clic perfecto para que cerebro y sexo se interconectaran. Se miró hacia dentro implorándole a los dioses permitirle realizar un exitoso desempeño. El reto era ambicioso. Volver a estar con ella después de tantos años, y pensando además que estaba muerta, implicaba cruzar el umbral de su experiencia. Mojó sus labios de sus jugos, que poco a poco calmaron su incontenible sed por ella. El desafío empezó. Y extrañamente, la mágica ilusión de un deseo inaguantable, estaba haciéndose real…
Abrió sus ojos cuando sintió sus uñas aferradas a su espalda… pero ella no estaba a su lado. Ya amanecía. Y otro suceso inexplicable lo hizo presa de un inmenso desasosiego. A su lado un bulto de hojas impresas por delante y por detrás, esperaban su lectura. El pánico fue creciendo cuando en las primeras líneas de aquel texto misterioso pudo leer: Nací en un barrio bajo al sur de una gran ciudad, y para desgracia, la pobreza en la que vivíamos impidió a mis padres atender a tiempo mi congénita debilidad visual
Era su historia, esa que parecía imposible escribir.

3

Dos meses después, al final de la presentación de su novela y durante la firma de autógrafos, una chica se acercó con su libro.
‒ Podría dedicarme su novela.
Él levantó la vista y quedó paralizado cuando sus miradas se cruzaron.
‒ Esos ojos… ‒ dijo casi temblando.
‒ ¿Te parecen conocidos?
No hubo respuestas. Solo un flechazo a primera vista que le anunciaba que su prologada soledad estaba viviendo los últimos segundos a su lado. Él se puso de pie y fue hacía ella. Se abrazaron mientras escuchaba el susurro de su voz que le decía al oído…
Gracias a tu esposa, pude recuperar mi visión. Es ella quien te mira y soy yo quien ha venido a buscarte.




sábado, 10 de mayo de 2014

El Gran Premio.


El gran premio.

Cinco años después de la entrada triunfal de Fidel a la Habana, frente al gran jurado, el escritor Bonifacio Paniagua de la Sierra, recordaba amargamente cada uno de los sucesos que lo habían hecho ascender al Olimpo de los héroes.
Tumba la Burra, poblado de unos diez bohíos a lo máximo y enclavado en lo más recóndito de la Sierra del Escambray se engalanaba y sorprendía al mismo tiempo, con la noticia de que el ahora jefe del sector de policía del caserío,  al servicio de la revolución recién triunfada, subiera como la espuma de la noche a la mañana, sin algún antecedente conocido de ser un estudioso de las letras, y mucho menos de que supiera leer o escribir.

***

Cinco años bastaron para que culminara su obra. Ese día conocería la gran ciudad. La Habana, capital de la isla y que todavía rebosante de belleza conservaba el tenue maquillaje de lo que había sido en su época de esplendor. Bonifacio quedó tan enamorado de La Habana como quedaron en su tiempo, Charles “Lucky” Luciano y Meyer "The Little Man" Lansky, cuando se reunieron en aquel histórico encuentro de la mafia estadounidense y el Sindicato del crimen judío a finales de la década de los 40. Todos querían una tajada de aquel maravilloso pastel del cual ya quedaba solo los olores. Pero aun así, las viejas paredes del Hotel Nacional conservaban la historia. Y allí, junto a todo el vendaval de arquitectura y años estaba Bonifacio. Más asustado que alegre, y más nervioso que el día que decidió robarle al General Buenrostro aquel portafolio lleno de dinero y documentos que le habían confiado a su custodia.
Llegó a la habitación todo tembloroso. Tanto lujo no estaba concebido en la mente de un guajiro de monte adentro. Con miedo a no “ensuciar nada” caminó sigilosamente hacia la cama, se dejó caer como cerdo en su chiquero y no tardó un tiempo más largo del que canta un gallo para quedarse completamente dormido.
Parecía muerto. Parecía contento.  Al amanecer, estaría a las puertas de su gran día. El gran premio Casa de las Américas. ¿Sería suyo? Solo era cuestión de tiempo.

***

El Cementerio de Colón es una de las 21 necrópolis existentes en la ciudad de La Habana. Se dice que por su gran número de obras escultóricas y arquitectónicas, muchos especialistas lo sitúan como el segundo de más importancia en el mundo, precedido solamente por el de Staglieno en Génova, Italia.
Ese fue el escenario al que sin saber cómo y a punto de amanecer, el botones Arcadio había llevado a Bonifacio. Quería develarle un gran secreto, que no está de más decir, le había puesto la piel más erizada que la de un pollo sin plumas.
Siguiendo sus indicaciones se acomodaron en un rincón muy discreto desde el cual dominaban una excelente visión del solitario cementerio. Se sentaron en silencio a observar tumbas y flores ya avejentadas por el tiempo. Arcadio parecía una estaca. No decía ni esta boca es mía y su rostro aparentaba el de un enfermo en fase terminal. Esto hizo que el asustado Bonifacio, empezara a impacientarse.
—Esto está más muerto que los muertos que guarda—comentó.
—No comas ansias Bonifacio. Dicen por ahí que la paciencia es la madre de todas las ciencias. Observa bien. Mira cuanta quietud. Pero no por eso está muerto. Aquí yacen los recuerdos de miles y miles de personas. Todos sus misterios, sus sensaciones, sus ilusiones y frustraciones, lo que soñaron y lograron y lo que jamás pudieron alcanzar. Sus aventuras, las conquistas, los amores y también los desamores. Sus condenas cumplidas o por cumplir. Sus venganzas; Las que consiguieron llevar a buen fin y las que aún esperan cumplirse. Todo cuanto puedas imaginar, está atrapado por todas estas lápidas.
Bonifacio tembló por un instante.
—Todavía no alcanzo a entender la vida, como para estar entendiendo a la muerte—balbuceó.
—Eso es justo lo que quiero mostrarte. Dentro de unas horas, saltarás del anonimato a la fama—le dijo esto mostrándole el libro que presentaría Bonifacio—. Esta es tu gran novela. No dudo que ganes algún premio o hasta el gran premio.
Bonifacio tomó el libro en sus manos. Y para su gran sorpresa, en lugar de su nombre, tenía el de otro autor.
—Tú más que nadie sabes que esa novela no es de tu autoría  porque si lo has olvidado yo no. Tú ni leer sabes y mucho menos escribir. Pero eso no importa. El día que robaste aquel portafolio a mi padre, también te llevaste el manuscrito de esta historia que yo acababa de escribir. Estoy seguro que pensaste que era de él y que con su fusilamiento, todo quedaría en el olvido. Pero no. Llevo años tratando de localizarte y hasta hace unos días me enteré por la prensa de este libro, de tu historia y del autor. Como podrás imaginar ya no puedo hacer nada. El tiempo conspiró en mi contra, además de que nadie me creería ni daría valor a mis palabras porque soy hijo de un ex militar que torturó, robó e hizo demasiado daño durante el gobierno de Batista y  que además fue tu jefe y compañero de andanzas. Creo que si este jurado y hasta la misma revolución a la que sirves hoy como esbirro se enteraran que tú también torturaste y mataste a muchos por creer que eran revoltosos revolucionarios, este premio jamás te lo darían…, pero no solo eso, me imagino que perderás tu puesto de jefe del sector de Policía y hasta una buena celda esté ya preparada para recibirte. Pero tienes mucha suerte Bonifacio. Como la tuviste cuando triunfó esta porquería de revolución y te hiciste pasar por revolucionario y que no te agarraran los del movimiento 26 de julio. Tienes mucha suerte. Dentro de unos escasos minutos, develaré ante ti, que este gran secreto quedará también guardado en este silencioso cementerio. Y como siempre, te saldrás con la tuya.
Y en efecto. Justamente cuando el reloj anunciaba las ocho de la mañana, entró al cementerio un cortejo fúnebre. Desde donde estaba, Bonifacio lo siguió con la vista. Todavía sostenía el libro en sus manos. Pero Arcadio no estaba a su lado. Esperó un rato y luego caminó lentamente hacia donde el nuevo habitante del cementerio ocuparía un espacio eterno. Un escaso grupo de mujeres lloraban, y una de más edad, quien debía ser la madre del muerto, colocó las últimas flores sobre la tumba. Nadie habló ni para dedicarle unas palabras de despedida.
Muy pronto todo volvería a la inmensa calma, que era la mayor característica de aquel legendario cementerio. Fue entonces que Bonifacio se acercó a la tumba y pudo leer el mismo nombre que había leído hacía unos minutos en la portada del libro. Arcadio Buenrostro (1930-1964)

***

Eran casi las nueves cuando el botones despertó a Bonifacio.
—Se le va a hacer tarde señor. Ya lo esperan en el vestíbulo del hotel.
Y ese día, cinco años después de la entrada triunfante de Fidel a La Habana, Bonifacio Paniagua de la Sierra, saltó del anonimato a la fama. Su novela fue un éxito rotundo. Aunque en Tumba la Burra, nadie supo jamás de aquel enigmático jefe del sector de policía, convertido de la noche a la mañana en escritor. Hay quien dice que se suicidó unos días después del gran premio porque no pudo con tanto remordimiento.

Pero la realidad es mucho más cruel. Hoy Bonifacio, a pesar de su avanzada edad, está ocupando un puesto de jerarquía en las altas esferas de la cultura cubana aunque nunca más publicó una novela.

jueves, 17 de abril de 2014

El Eterno Retorno


Todavía recuerdo aquel día del año 79, como si fuera hoy. Cursaba el último año de la carrera de física y el Dr. Roberto Bocaza, al que burlonamente apodábamos “Nietzsche” por sus constantes referencias al filósofo alemán, comenzaba a impartir su magistral conferencia.
―Hoy vamos a hablar de la teoría del Retorno Eterno―dijo carraspeando la garganta como era característico en él.

Todos nos miramos esperando lo que venía después del carraspeo. El enigmático doctor señalaba a un alumno al azar y lo paraba frente a los demás estudiantes. Ese día me tocó a mí.
―Usted, póngase de píe… ¿Usted es al que le apodan El Guajiro?
—Yo, claro. Todos, de cariño me dicen El Guajiro, ya sabe nací en La Sierra del Escambray… en El Nicho. ¿Si me entiende?
―No le pregunté tanto… solo quería saber si era usted el famoso Guajiro—me dijo en un tono poco amigable―. He oído muchas quejas sobre usted, como por ejemplo, que se dedica a poner apodos a sus profesores. Espero que su brillantez no sea sólo para burlarse de los demás y sea capaz de contestar a mi pregunta a la altura de un buen estudiante de física.
Mis compañeros estallaron en una risa tan contagiosa que hasta el propio doctor tuvo que sonreír. Luego volvió a carraspear la garganta y en tono retador y con ganas de humillarme, volvió a la carga:
―¿Puede usted explicarme en qué se basa la teoría del Retorno Eterno?
—Profe, allá en el campo eso no se conoce —dijo uno de mis compañeros de clases en tono burlón.
—Mejor no se ría usted de su compañero porque puede ser el próximo en tener que responder sea usted —le señaló con tono amenazador.
Todos volvieron a sonreír sin imaginar que yo empezaría a contestar con tanta seguridad, que se hizo un profundo silencio en el salón.
―Doctor, el Retorno Eterno es algo complicado. Usted… ¿Me entiende? Es una forma de concebir el tiempo de manera circular. No sé si me explico bien, pero… ―hice una pausa algo asustado cuando vi que en el rostro del Dr. Bocaza se dibujaba una mueca de contrariedad, al ver que lo estaba respondiendo como él no lo esperaba―es algo así como que todo se repetirá de igual forma a como ya ocurrió, en el mismo orden, en la misma sucesión... ¿Si me explico? Y usted, yo, y toda esta bola de incrédulos que están aquí a mí alrededor, estaremos una y otra vez y hasta ese mismísimo hoyo que tiene usted en su pantalón. ¿Usted me entiende?
Me detuve creyendo que me iba a regañar, pero para mi sorpresa, su rostro iluminó toda la sala de conferencias con un gesto de satisfacción.
―Claro que lo entiendo y además estoy muy sorprendido. Tengo que confesar que ni por un segundo imaginé que supiera usted algo acerca de esta complicada teoría del Retorno Eterno. Lo felicito, pero, ¿me puede decir donde ha leído sobre este tema?―inquirió el Dr. Bocaza en su tono inquisidor.
―Yo, yo no he leído nada al respecto―le respondí tembloroso―. Yo simplemente lo recuerdo como si fuera hoy, doctor… hace millones de años, después del Big Bang anterior, mientras el universo todavía se expandía, estábamos justamente aquí. Usted daba esta misma conferencia y como lo ha hecho ahora, me seleccionó a mí para humillarme y restregarme en la cara que no sabía nada. Pero por enésima vez se ha llevado una gran sorpresa.
El doctor Roberto Bocaza se puso como una olla exprés. Contrajo el rostro y su piel cuarteada y llena de pecas, cambió a un color rojizo oscuro. Parecía que del mal genio, su presión arterial había sobrepasado los límites permisibles.
―Estimado campesino de La Sierra del Escambray, sin dudas, su negro sentido del humor sobrepasa mi tolerancia y mi escasa paciencia parece llegar al umbral de lo permisible. Pero voy a demostrarle que ni su falta de respeto, ni su insolencia, harán flaquear mi inteligencia y le prometo ante todos, que si usted no demuestra con hechos lo que acaba de decirme, dese por reprobado en mi materia y créame que no le será fácil graduarse en esta universidad—exclamó con una sonrisa sarcástica y carraspeando su garganta, atacó con todas las fuerzas posibles para hacerme quedar en ridículo.
―En el supuesto de que todo lo que dices, sea cierto, ¿me puede decir que va a suceder ahora?
Sus palabras no me impresionaron y creo que internamente eso le molestaba más que mi insolencia.
―Ahora… ―cerré los ojos y mi mente voló a velocidades inigualables. Moví mi cabeza y después de sentir una sacudida que recorrió todo mi cuerpo abrí mis ojos y lo miré fijamente―, creo que trae usted un fragmento de un texto que si mal no recuerdo se llama «La carga más pesada» en donde Nietzsche en un diálogo consigo mismo, se auto declama algo que pone al descubierto su eterno capricho al retorno.
Como un autómata, el Dr. Bocaza sacó de entre sus tantos papeles el escrito que le había mencionado y empezó a leer…
―Vamos a suponer que cierto día o cierta noche un demonio se introdujera furtivamente en la soledad más profunda y te dijera: Esta vida tal como tú la vives y la has vivido tendrás que vivirla todavía otra vez y aún innumerables veces; y se te repetirá cada dolor, cada placer y cada pensamiento, cada suspiro y todo lo indeciblemente grande y pequeño de la vida―se detuvo bruscamente y abrió su enorme boca en señal de asombro, pero haciendo gala de su gran inteligencia reaccionó apaciblemente―. Esto tampoco me convence. Usted pudo haber visto mis apuntes y saber que yo leería esta cita.
―Es cierto, pero no pude haber planeado…―miré mi reloj y con gran serenidad señalé―… que dentro de treinta segundos, se asomará por esa puerta su esposa, saludará y le pedirá que salga un momento porque necesita hablarle. Usted regresará preocupado y dirá que debe retirase porque tiene un problema en la familia.
Todos mis compañeros e incluso el Dr. Bocaza quedaron perplejos y boquiabiertos. Pero lo más sorprendente fue, cuando al mirarnos a los ojos, ambos exclamamos a coro: «Si lo que usted dice es verdad, entonces me comprometo a que no entre más a mi curso y dese ya por aprobado en Filosofía.»
Nadie chistó. La espera pareció eterna. Llegado el tiempo señalado, la puerta de la sala de conferencias se entreabrió dejando asomar el rostro de una mujer, quien por su hermosura no merecía ser la esposa de tan horrendo personaje. Todo lo que había predicho estaba reproduciéndose al pie de la letra e inexplicablemente. Un murmullo rompió el profundo silencio en el que nos habíamos sumergidos. En breve el Dr. Bocaza regresó y todos, como esperando una hecatombe, volvimos a quedar petrificados. Yo no pude aguantar la extraña sensación que volvió a sacudirme por segunda vez. Mi osamenta perdió toda la resistencia para soportar el peso de mi cuerpo y esta vez caí desplomado.
Unos días más tardes me contaron lo que sucedió cuando perdí el sentido. El Dr. Bocaza después de ayudar a unos compañeros de clases a trasladarme hasta el auto que me llevó al hospital, regresó con el resto del grupo y dijo en un tono muy solemne:
―Les pido que me disculpen, debo retirarme porque tengo un problema en la familia.
Todavía hay muchas cosas que aún no puedo explicarme, salvo que en mi boleta de calificaciones aparece una flamante A en la carrera de filosofía. Lo único que sé, es que desde ese día―hace ya más de treinta años―me convertí en un pulcro estudioso de Nietzsche y me aferré a la firme convicción de que su increíble teoría, es totalmente cierta.

Con frecuencia se me han repetido hechos parecidos, pero después que suceden, nunca me acuerdo de nada y siempre, antes de desmayarme, aparece la misma voz, que estoy seguro es la de Nietzsche, quien, convencido de que su teoría del Retorno Eterno tendría un día, un gran amanecer, me repite al oído «Lo que puede ser pensado, tiene que ser con seguridad, una ficción.»
Treinta años después…
Hace unos días vino a verme a mi casa a mi casa de Punta Gorda, el Dr. Bocaza. Hizo un viaje desde Villa Clara, invitado por la Universidad de Cienfuegos a dar un ciclo de conferencias sobre el Eterno Retorno.
Ya muy entrado en años, completamente canoso y ayudado por un equipo de enfermeras que lo acompaña a todas partes. Su aspecto ya no era el de un inquisidor que demostraba al resto de los mortales que su mente había sido perfectamente diseñada para no dar cabida a la más ínfima estupidez humana.
Después de un rato de conversación donde sacamos a flote un sinfín de anécdotas del pasado, y de cómo había terminado viviendo en el reparto más lujoso de Cienfuegos, un guajiro de la Sierra del Escambray, Bocaza pidió a su equipo que nos dejaran solos.
―Voy a ir al grano, porque bien sabes que no me gusta darle muchas vueltas a las cosas.
―¿En qué puedo servirle doctor? ―pregunté con cierta dulzura al ver que de aquel hombre fuerte y testarudo no quedaba más que el asomo de algún gesto perdido.
―No tienes que servirme en nada. Este viejo está ya cansado y listo para cuando llegue el momento del viaje sin regreso. Sólo quiero que me escuches porque no quiero irme sin haber hablado con la única persona que puede entender lo que siento. ¿Cómo puedo explicarle al mundo que llevo mi vida consagrada a la enseñanza y que entre las tantas cosas que enseño, hay una en la que realmente no creo?
―Entiendo. Usted no creé en el Retorno Eterno… ―balbuceé en un tono muy bajo.
―En efecto. No has perdido ese don de leerme la mente, pero contéstame algo que eternamente me ha dado vueltas en mi cabeza. ¿Por qué tenemos que irnos, si el hombre eternamente regresa? ¿No es mejor quedarnos de una vez?
―Entiendo sus dudas doctor, y eso me hace tener que desmentir su flamante terquedad. Usted ha venido a verme, no porque sea un incrédulo del Eterno Retorno, sino porque tiene miedo, porque no se acuerda que pasó en realidad la otra vez que vino a mí y que saliendo de esta misma casa se subiría a lo que usted llama «Su viaje sin regreso». Pero permítame decirle que Dios no quiere que una mente tan brillante como la suya se vaya todavía. No. Usted vivirá muchos años más. Todavía tiene que cumplir su encomienda en este mundo: Convencer a la gente que piensa, que esta teoría es a largo plazo y que el destino del hombre está regido por el perpetuo oscilar del Eterno Retorno. Y créame Doctor que hoy usted lo va a comprobar.
Bocaza se puso de pie e hizo señas a una de sus enfermeras para que lo ayudaran a levantarse del sillón. Esta a su vez le indicó al chofer que acercara la camioneta de la Universidad Central en la cual se movía el doctor. Su caminar era lento, pero firme. Antes de subirse al auto me lanzó una suplicante mirada. Yo sólo le regalé una sonrisa…
…Y justo en el momento cuando el chofer iba a arrancar la camioneta, un policía de tránsito le indicó que no lo hiciera.
―Me muestra sus documentos por favor. Está usted mal estacionado ―dijo el emblemático policía mientras saludaba con un ademán de manos al resto de los presentes.
Treinta segundos era el tiempo que necesitaban para llegar a la esquina donde estaba el crucero que conducía a La laguna del Cura, tiempo justo que empleó un coche naranja que pasaba al momento en que el policía los detuvo.

Sólo Bocaza entendió por qué salí corriendo a abrazar al policía mientras le gritaba:
― ¡¡Usted es un enviado de Nietzsche!!
Un estrepitoso ruido desvió la vista de todos hacía la esquina.
Una guagua de la ruta 1 que bajaba por la avenida perpendicular a la que nosotros estábamos se quedó sin freno, impactándose contra un auto naranja y haciendo que este volara por los aires. Ningún pasajero sobrevivió.

Bocaza se bajó de la camioneta, esta vez sin la ayuda de sus enfermeras. Sonrió y me preguntó:
― Creo que me quedo un rato más... ¿Podrás regalarme un trago doble de Havana añejo


lunes, 14 de abril de 2014

En el Manicomio.


Vestido de camisón blanco y la barba casi blanca sin arreglar, camina lentamente mientras repite una y otra vez «Vida, Sufrimiento, Círculo». Tiene una idea fija. Y solo él sabe que se pertenecen mutuamente, que son una misma cosa y que si fuéramos capaces de pensar correctamente esta triplicidad como uno y lo mismo, estaríamos en situación de presentir de quién es portavoz su sostenido pensamiento.
Se para sobre el banco de un viejo mármol y espera a que los que están más cerca empiecen a juntarse a su alrededor. Pasea su vista por todo el patio hasta posarse en la misma ventana. Sonríe y empieza entonces su discurso.
¿Por qué nadie me cree? ¿Por qué nadie me entiende? ― grita mientras exige la atención de la tenue multitud que le rodea. ― ¿Por qué nadie quiere tomarme en serio? Esto no se vale. No tienen una idea del error que están cometiendo. Si por un momento dejaran ese necio orgullo y se permitieran deslizar mis palabras por sus oídos, comprenderán quien soy en realidad. ─ Mira de nuevo hacia la ventana, carraspea su garganta y continúa en un tono más solemne ─ Yo soy el portavoz de que todo ente es voluntad de poder, que como voluntad creadora que choca, sufre, y de este modo se quiere a sí misma en el eterno retorno de lo igual. Yo soy Zaratustra. ¿Acaso, no lo ven?
El sonido de una sirena viaja nítidamente con la brisa. El sol se esconde lentamente tras un velo de nubes naranjas. Las golondrinas buscan su refugio en lo alto de las viejas cornisas de ladrillo, un viejo murciélago empieza a prepararse para su ronda nocturna y mientras un bando de enfermeros, aparecen como molinos de viento disfrazados de gigantes, el director del hospital psiquiátrico observa desde la ventana de su oficina, como los enfermos mentales se retiran lentamente a sus respectivos pabellones.

― Pobre hombre, por momentos pienso que en realidad no está loco. ― balbucea el director mientras, cierra la ventana, corre las cortinas y se dirige a su escritorio sobre el cual reposa un viejo libro en cuyas letras doradas podía leerse: “¿Quién es el Zaratustra de Nietzsche?”― Si él supiera que el Zaratustra soy yo…

lunes, 7 de abril de 2014

El Monólogo de Bartolo.


Mi nombre es Bartolo soy muy inteligente... aunque muchos dicen que no soy normal. Así que como no soy muy bueno en eso de expresar mis sentimientos, mejor me siento, escribo y aquí les dejo esto… Hoy cumplo 5,110 días, o 122,640 horas, o 7,358,400 minutos o para hacer más exactos, 441 millones 504,000 segundos. O sea, 14 años. Y como les decía, todos dicen que no soy normal. Pero para mí es todo lo contrario. No creo que haya un adolescente de mi edad que pueda saber lo que yo sé y a lo largo de mi vida siempre me hecho la misma pregunta: ¿Será qué los que no son normales son ustedes los que dicen ser normales? Veamos… En este justo momento, acabo de llegar a la escuela y ninguno de mis amigos se ha acordado que hoy es mi cumpleaños y sin embargo yo sé el día que cada uno de mis 10 compañeros de clases cumple el suyo. Por ejemplo, Maite que es la mayor de todos nosotros, nació un 25 de abril del año 2000, a las 11 horas con 45 minutos y 57 segundos, demoró en llorar 30 segundos y su grupo sanguíneo es (O+) y que cuando el doctor la levantó en brazos para enseñársela a su madre soltó su primer chorro de orina. Y esto lo puedo decir de cada uno de ellos. Creo que si fueran normales, supieran que hoy hace 14 años que yo nací, pero dudo que así sea. Otro ejemplo es que dudo mucho que cualquiera de ellos durante el viaje de la casa a la escuela, hagan lo que yo hago. Hoy por ejemplo, durante el trayecto, el auto de mi madre recorrió 12 kms y medio y consumió 1.09090 litros de gasolina, nos cruzamos con 25 autos de los cuales 10 eran blanco, 3 negros, 5 azules, 2 grises oscuro, 2 rojos y los demás no los menciono porque eran amarillos. (No soporto ese color). En esos autos viajaban 75 personas de las cuales el 32.5 % eran mujeres, el 23% era niños (incluidos ambos sexos), el 18.3% eran adolescentes y el 35% restante, hombres. También sé que 8 de los 25 autos pasaron a exceso de velocidad porque el límite permisible en esa vía es de 60 km/h y que 2 de ellos iban contaminando en demasía el ambiente (cosa que no deberían permitir las autoridades de tránsito en una ciudad tan contaminada como la nuestra. Y lo peor, es que 4 de los autos llevaban placas con terminación 5 y que no circulan los lunes, o sea hoy (otro tache para la policía vial)… Como ven, mi mente trabaja desde que abro los ojos. Es en ese momento en el que empiezo mí día a día y cuento los cuadros, los adornos y checo que no solo estén todos, sino que estén en la posición y orientación que los dejo. Abro mi closet y cuentos mis camisas, mis pantalones, mis calzones, mis calcetines y pobre de Doña Celeste (mi nana), si ha cambiado algo de sitio. Es entonces cuando me dirijo a la ventana y doy los buenos días al sol que empieza asomarse. Ese sol que no sé si ustedes sepan que es una estrella del tipo espectral G2 que se encuentra en el centro del Sistema Solar y constituye la mayor fuente de radiación electromagnética de este sistema planetario y que la Tierra y otros cuerpos (incluidos otros planetas, asteroides, meteoroides, cometas y polvo) orbitan alrededor del Sol y que por sí solo, representa alrededor del 99,86% de la masa del Sistema Solar.
Luego, voy a lavarme los dientes con ese fabuloso cepillo eléctrico que elegí entre tantas opciones, pero que seguía al pie de la letra las instrucciones de mi dentista Ceferino. El mejor cepillo dental es el que se ajusta a su boca y te permite llegar fácilmente a todos los dientes. Yo uso el eléctrico porque he estudiado y calculado que es el más eficiente porque tengo más dientes que una cabeza de ajo y porque mis encías sangran mucho. Creo que cada día pierdo 2 mililitros de sangre aunque la recupero con mucha facilidad.
Después me visto. Siempre tengo un color preferido de camisa para cada día y así me es más fácil recordar que materias me tocan porque en cada una de ellas guardo el horario de clases que corresponde a ese día. Mis amigos ya saben que es viernes al verme de camisa roja y que además ese día salimos más temprano y que además no nos dejan tareas porque la maestra Canuta (así le decimos) es adventista del séptimo día y dice que los sábados deben ser sagrados porque “El bondadoso Creador”, después de los seis días de la Creación, descansó el séptimo día e instituyó el Sábado para todo el mundo como recordativo de la Creación. ― Deberían saber ― Así nos dice, que el cuarto mandamiento de la inmutable Ley de Dios requiere la observancia de este séptimo día sábado como día de descanso, es por eso que el sábado es un día de agradable comunión con el Señor y de unos con otros. Es por eso que yo no entiendo nada, porque los sábados yo me lo paso jugando en el XBOX y Dios nunca ha venido a hacer ninguna comunión  conmigo. ¿Será porque todos dicen que no soy normal? No se me hace justo Dios. Yo aún te sigo esperando a ver qué chingado día te apareces.
Una vez vestido, bajo las escaleras contando cada uno de los 20 escalones que tiene. Si me equivocara (cosa que no es normal) subo y empiezo a bajar de nuevo. Puedo decirles que cada escalón tiene 4 medias losas lo que hacen un subtotal de 80, que a su vez dan un gran total de 40 losas completas. Específicamente el día de hoy me crucé con dos hormigas y como sé que esta especie no pica, me dije como otros días: “Amor y paz” (Aunque no sepa que es el amor...) Si no pican y no causan otras molestias, puede ser útil dejarlas ahí. Ellas harán una limpieza profunda de la casa que ni la mejor trabajadora doméstica (Doña Celeste mi nana) podría hacer. Cuando terminan su trabajo, no quedará ni la basurita más pequeña.
Al llegar a la cocina mi madre ya me espera con mi lunch preparado. Abro la lonchera y cuento que haya 16 uvas y que ninguna esté manchada y que todas estén unidas en ramillete, y además reviso que a mi emparedado de jamón y queso no le hayan embarrado mayonesa. Odio la mayonesa, porque engorda y porque yo soy un tipo sano y porque desde chico mi madre me metió la mentira más infantil que yo haya escuchado en mi vida: Bartolo, el que come mayonesa con el tiempo se vuelve mentiroso. Tal vez por eso será que yo no digo mentiras o que mi mamá comió mucha mayonesa cuando era chica.
Subo al auto, me pongo mi cinturón de seguridad, anoto el kilometraje que marca, cuanta gasolina hay y mi madre no arranca hasta que mi padre no haya checado la presión de aire de cada llanta. Una vez listo todo, nos ponemos en marcha con la restricción de que no se puede poner el radio para no entorpecer mis cálculos mentales.
Y como ya deben estar un poco agotados con mi extenso monologo, mejor me despido, no sin antes recordarles que mi nombre es Bartolo y soy un adolescente de 14 años o lo que es lo mismo 5,110 días, o 122,640 horas, o 7,358,400 minutos o para hacer más exactos, 441 millones 504,000 segundos (no olviden de sumar los 20 minutos que me he demorado en explicarle todo esto) y que lo único que me hace diferente a los demás es que tengo síndrome de Asperger.



PD: de seguro que como no son tan cuidadosos como yo, no se dieron cuenta mientras leían que cuando daba el porcentaje de personas que iban en los autos, que el porcentaje correcto de hombres era el 26.2% y no 35%. ¡¡¡Ay, y después dicen que yo no soy normal!!!

viernes, 28 de marzo de 2014

Confesiones de un Presidiario


Lo vi llegar y dejarme la comida por debajo de la puerta. Creo que era su primer día de trabajo y debe haberse extrañado mucho de ver que yo era vegetariano. ―Increíble ― dijo en voz alta. Y sí, me volví vegetariano después que...

***
La conocí un día en el bosque y no puedo quejarme porque desde ese día me volví famoso. Pasé del anonimato a ser un despiadado personaje y hoy cumplo cadena perpetua porque nadie ha querido escuchar mi versión de los hechos.
Es cierto que me encantaba la carne y sobre todo la humana. Pero de ahí a decir la cantidad de cosas que se han dicho de mí, sin darme ni tan siquiera el beneficio de la duda, creo que no es justo.
Soy una víctima más de todo un mecanismo legal y despiadado que se dice justo, pero que no ha tenido ni piedad ni justeza conmigo. Ni un abogado, ni derecho a réplica, ni tan siquiera el mejor de los tratos. Todos le creyeron más a Charles… Pinche Charles se dedicó a contar a su manera la historia. Y Yo, ni la engañé, ni le di falsas pistas, ni abusé de ella. Todo fue lo contrario.
Ella llegó a mí, mientras yo disfrutaba de una buena siesta recostado a ese viejo roble. Sin yo decirle nada, ella empezó a coquetearme.
― ¿Qué haces aquí solito guapo?
― Descansando. ¿Es que acaso no ves bien?
―Es que todos dicen que eres muy malo. Yo no te tengo miedo. ―Y diciendo esto se acercó a mí y empezó a acariciarme el pelo y no les cuento más porque no quiero gastar energías en convertir esta confesión en algo erótico. Pero solo les diré que fue tanta mi excitación, y por supuesto la de ella que… Para que describir lo que hicimos en la alfombra de pasto, si basta con resumir que le bese hasta la sombra, y un poco más... (Perdón Arjona pero se me hizo muy adecuada esta poética) Y desde ahí me enamoré perdidamente de ella.
Y así todos los días llegaba a la misma hora y repetíamos nuestras escenas de sexo, unas veces tierno, unas más pasionales y otras casi brutales… hasta que un día salió embarazada y armó un pancho que me desconcertó por completo.
Corrí bosque adentro y llegué a aquella casa del bosque y les juro que fue mi último instinto por comer carne humana. Fue cuando me comí a la madre de su madre. No sé si por venganza, por miedo, por instinto… pero me la comí. Me acosté en aquella vieja cama y la esperé…
Y ya ustedes saben lo demás. Es su versión, es su historia y su palabra contra la mía. Y hasta los días de hoy sigo encerrado en una jaula, mal oliente, mal atendido y con la desgracia infinita que Perrault murió en 1703 y nadie se ha animado a escribir mi verdad.

Soy un lobo feroz, pero no abusé de Caperucita Roja… Y sí, me volví vegetariano después que me enamoré perdidamente de ella. 

miércoles, 26 de marzo de 2014

Confesiones intimas.


Era de noche, muy tarde, quizás las once o las doce. No recuerdo con exactitud, pero además no importa. Estaba solo, pero rodeado de algunos cuantos bodrios de bar, que como yo, andaban al asecho de alguna aventura. Aunque me considero un bodrio especial. Lo mío era diferente. No buscaba un simple ligue. No. No soy de los que busca una aventura por el único y exclusivo placer del sexo. Es más, y esto puede resultar extraño, pero no es el sexo lo que me interesa realmente.
Esa noche y como en todas las anteriores que he salido de pesca, yo buscaba algo diferente. Algo que me garantizara el inminente vacío que estaba a punto de dejar mi aventura anterior. Podía estar hasta tres meses, y hasta más, sin sexo. Tal vez no me entiendan o traten de esforzarse por hacerlo. Pero así crecí. Para mí el sexo real estaba en la post imaginación después de lo carnal, en el delirio íntimo de pensarlas, de visualizarlas, de soñarlas, y por qué no de hasta degustarlas haciendo uso de cada uno de mis sentidos.
Era de noche, muy tarde y ella se acercó después de escanear a los demás bodrios que como yo estaban al asecho.
― ¿Me invitas algo?  
― ¿Por qué yo entre tantos?
― Eres el único que observa y no se precipita… eso me da confianza. ―hizo una pausa y después de escanearme nuevamente, soltó con impaciencia. ― ¿Me invitas o no?
―Tengo mucha hambre. No sé si quieras que te invite a cenar.
― ¿Solo a cenar? ¿Acaso eres extraterrestre? ¿No te apetece un buen sexo?
―Me apetece un buen sexo y después cenar. ¿Vamos a mi casa?
La seducción es una de mis virtudes más refinadas. Debo confesar que una mirada segura, una voz bien entonada, varonil y firme, junto a una sonrisa espontanea, es el mejor anzuelo que nunca me ha fallado. Así que sin reparos, dijo que sí.
Era ya de madrugada cuando terminamos lo que puede llamarse un sexo descomunal. Y no quiero usar adjetivos más potentes, porque nunca suelo hacerlo bien y reparo ante la duda si en ese momento me convierto en un pobre hombre avasallado por el sexo, o en un hombre pobre que busca adjetivar lo que para mí no es importante. Entiéndase el sexo.
―Puedo imaginar que eres escritor. ― me dijo después de un largo suspiro post orgásmico.―Tus manos han dibujado con un técnica muy refinada, lo que solo puede decir alguien que se dedique a las artes. Tus caricias son los adjetivos que buscas en tu mente, tu sexo es una especie de simbiosis entre lo normal y lo extraordinario. ¿Me equivoco?
―Soy escritor, o tal vez, aprendiz de escritor. Pero debo confesarte que no es mi fuerte. Lo mío, lo mío, es otra cosa…
―Pero aún así, ¿Escribirás mi historia algún día?
―No lo dudes. Te lo prometo, pero antes de contestar una pregunta más de tu excitada imaginación, debo confesar que si no cenamos, caeré en un coma muy profundo.

***
Hoy, tres meses después, amanece y cumplo mis promesas. Aquí estoy, sentado frente a mi compu, pensando en ella por última vez y escribiendo su historia.
Después que terminamos de coger, me levanté para preparar la cena, abrí una botella de mi mejor vino y me dirigí a la nevera en la que guardaba la carne. Solo quedaban dos piezas de mi anterior víctima. Había tiempo para degustarlas con ella y después convertirla en una más que ha saciado mis delirios una y otra vez.
Ya estoy listo para olvidarla. Solo me quedan dos piezas de su cuerpo y debo ir en busca de la siguiente. Respiro profundo porque sé que de seguro habrá sexo. Ese sexo que solo me sirve para darles confianza, para seducirlas, disfrutarlas, matarlas y después saborearlas lentamente.



lunes, 24 de marzo de 2014

Ausencias


Es increíble lo rápido que pasa el tiempo. Ya está a punto de ser tu cumpleaños y en este anochecer en la que el calor es agobiante, me acuesto, cierro los ojos y vienes a mi mente. Sabes, es inevitable no pensar en ti después de haber vivido unos días maravillosos con tus nenas queridas, ni recordar que han pasado ya cuatro años desde que recibí tu último beso y tu último abrazo. Tus ojos dijeron lo que tus palabras ya no podían. Tú lo sabías mejor que yo.  Sabías que aún no yéndote en ese instante, sería la última vez. No había tiempo para otro encuentro ni para seguir dilatando tu agonía.
Ese día, te dejé en la espera de un descanso necesario. Tus fuerzas se agotaban y tu cuerpo no podía soportar tanto dolor. Tu aliento perdía por segundos la frecuencia precisa. Tu mirada se extinguía. Tu risa se apagaba. Pero algo brillaba desde tu interior, porque el tiempo ― ese que corre cada vez más rápido ― había sido piadoso y justo con nosotros y aletargó su curso para darnos la oportunidad de ese último encuentro que duró lo necesario para remendar nuestras culpas.
Hoy extraño tu ausencia. Parece ilógico, pero el saber que ya no estás ahí en donde contestabas mis llamadas y me soltabas el más nuevo concierto de tus quejas y reclamos, me hace sentir un nudo en la garganta. Debí ser más disciplinado y constante, pero la vida nos envuelve y sin darnos cuenta descuidamos las cosas que no debemos descuidar. Una simple llamada semanal y un te quiero bien sonado escaseó en los últimos meses de tu vida. Debiste pensar que ya te había olvidado ― con justa razón― pero no fue así.
Sabes de sobra que expresar mis sentimientos, no estaba incluido en el índice que describe mis mejores virtudes. Incluso hoy que intento hacerlo, no me sale como querría que fuera. Podría decirse que es un lastre permanente en ese repertorio de defectos. Tal vez, lo aprendí de ti y créeme que está muy lejos de ser una queja. Simplemente que debiste conocerme demasiado para no darte el lujo de dudar por instante la profundidad de mis sentimientos. Somos casi proyección de lo que fueron ustedes en sus tiempos, incluso de lo que no fueron ni dijeron.
Hoy extraño tus gritos, tus mimos despegados, tus celos incoherentes. ¿Te acuerdas como solías alejar de mí todo aquello que amenazara con desplazar tu lugar en preferencias y atención? Ahí te desdoblabas en una autentica Agripina y tu ingenio volaba hasta el Olimpo de los dioses. Zeus se volvía pequeño.
Hoy extraño tu comida, tus postres y tu envidiable café. Ese arte con tintes de gourmet sin saber que era en realidad el gourmet. Sólo te costaba encontrar el punto exacto del arroz para satisfacer mis gustos. Como odiaba ese que te quedaba amazacotado y bajo de sal. De lo demás, no tengo quejas.
Hoy extraño tus extraños gustos y tu maniática dedicación por la limpieza. Tu intransigencia desmedida cuando concentrada en tu costura, no dejabas que nadie se acercara.
Hoy en medio de este intenso calor, extraño todo lo que de ti venía. Supongo que en parte se deba a tu ausencia. Hoy no hay sol en los hijos de tu hijo, porque no hay luna en una noche sin tu estrella. Hoy no habrá sueños para verte en tu apogeo, ni tragos que lleven tus regaños. Hoy no habrá música alta que te agobie, ni un día largo sin olvidos. Hoy no dirás 10 nombres hasta pronunciar el mio ni pensarás en aquellas amantes de mi padre. 
Irremediablemente te extraño toda madre mía y feliz cumpleaños.

martes, 25 de febrero de 2014

Entre el miedo y el dolor.

Fotograma del documental: Soldados cubanos en Angola.
Caminaba lentamente envuelto en mis miedos. Era una noche del mes de noviembre de 1975. Comenzaba La Operación Carlota y con ello el traslado del primer contingente de tropas cubanas a Angola. Ahí empezó mi calvario. ¿Quién no tuvo miedo en esa guerra? Me pregunto una y otra vez. Debe ser normal porque el miedo suele ser una emoción excitada por la proximidad de un peligro, que para nosotros era real y no imaginario. Sentir como te silbaban las balas, a menos de un centímetro de tu oreja, caminar esquivando aquellas minas que podías ver o imaginar, evitando caer prisionero de aquellos enemigos que ni tan siquiera conocíamos. Todo se confabulaba para que ahí estuviera ese instinto común de todos los seres humano del que nadie está completamente libre y que aparece en formas tan diversas que van desde la simple timidez hasta el pánico desatado, pasando por la alarma, el miedo y el terror. Había que disimularlo y muy bien. Y esa era mi forma de vencerlo para que mi compañero del MPLA no cayera en pánico, aunque yo me estuviera cagando por dentro. Respiras profundo, caminas, corres, te haces dueño de una posición que te libere de la muerte. Disparas a no sabes dónde y piensas que frente a ti hay un enemigo que también siente lo mismo. Cargas la AK, acaricias las granadas, vuelves a disparar y avanzas. A una señal, él me sigue y escucho lo que no quería escuchar. Una bala penetra en su abdomen al mismo tiempo que una mina terrestre destruye sus dos piernas. No lo puedo dejar. Regreso y siento que el dolor lo aniquila. A mí también. Sus ojos me imploran algo, un sálvame y no me dejes aquí o un termina pronto con esto. Me hinco de rodillas y me olvido del silbido de las balas que armonizan el entorno. Su mirada se clava en mis ojos. Balbuceo… amigo… y un grito desgarrador inunda su garganta. El dolor que siente me conmueve. Respiro profundo y empiezo a hablar lentamente. Solo él me escuchaba: Amigo, hay dos tipos de dolor. El primero, es ese dolor que nos hace fuerte y el segundo es aquel que solo nos hace sufrir. Este último es un dolor inútil que solo es aceptado por aquellos que tienen paciencia para las cosas inútiles. Yo no puedo aceptarlo y estoy seguro que tú tampoco puedes. Son momentos en los que se requiere de valor para hacer lo desagradable. Lo que es justo y necesario. Y sin pensarlo dos veces le apunto al centro de su frente y disparo mi arma. No sentí miedo y nunca más lo he vuelto a sentir… 
Aunque confieso que hoy, 35 años después, el dolor me mata y cuando en las noches cierro los ojos tratando de conciliar el sueño, aún veo aquel rostro de aquel amigo angolano del MPLA que me imploraba algo; un sálvame y no me dejes aquí o un termina pronto con esto. ¿Será esto que siento un dolor inútil? Todavía no encuentro las respuestas. Solo sé que más fuerte no me ha hecho. 

Este relato (de ficción) lo dedico a un estudiante que tuve hace muchos años en Cuba. A los 19 años, fue reclutado para ir a la guerra de Angola. Allí perdió su corta vida como decenas de miles de cubanos que entre el miedo y el dolor, cayeron en combate. 

viernes, 21 de febrero de 2014

Insomnio.


Cada vez que pienso en el amor, me pega este horrible insomnio. Son las tres de la madrugada y decido salir de la casa y caminar por el jardín. Subo por el empedrado que conduce a la palapa y desde lo alto contemplo el mágico paisaje de puntos multicolores que se impone ante mí ojos. Las luces interiores de la alberca reflejan su esplendor. Sus aguas parecen erizarse por el paso de la fría brisa de la noche que llega también a mi rostro, humectándolo con su rocío.
Estremecido frente al barandal de hierro forjado soy atrapado en mi clásico black hole y me transporto inesperadamente veintisiete años atrás…
…Caí desempolvándome en el centro del parque Ampere. Así le llamábamos a una pequeña glorieta con bancas de concreto, ubicada frente a la cafetería de la universidad y a un lado de la facultad de física, donde yo estudiaba. Ahí nos íbamos en cada receso a comernos un pastel de guayaba y un yogurt. Y mientras comíamos presenciábamos el desfile. Sin duda era la mejor pasarela del mundo. ¡Qué Naomi Campbell ni Claudia Shiffer! Aquello sí era una pasarela. Nada de top ten. No… aquello era el top thousand. Por eso Ampere se sonríe desde su magistral monumento imaginario. Por ahí pasaba, no un Coulomb por segundo, sino miles de “culones” por segundo. Eso sí era una corriente, no eléctrica, pero sí de mujeres. ¡Qué mujeres! Y nada de operadas, ni exageradamente maquilladas. ¡En Cuba no existía eso! Eran “naturalitas”.
¡Coño…! Las más feas eran las que estudiaban física. Mucha física, pero nada de físico. Ahí ni para escoger. Recuerdo cuando un “cerebrito” de mi clase, enunció una ley que pasó a la historia de nuestra generación, como la ley física que probaba la autenticidad del refrán “en casa del herrero, cuchillo de palo”.
Pero qué decir de las de filología, las de arquitectura, las de historia del arte, las de derecho, las de ingeniería. Todas tenían que pasar frente a nosotros para ir a sus facultades. Y ahí estábamos, cual más experto jurado detallando la belleza femenina y como fieras esperando la presa para lanzarnos a la conquista.
¡Qué tiempos aquellos! Corrían los últimos años de los setentas. Años gloriosos de mi historia y de las de mis amigos. Esa época crucial, donde el presente es lo único que importa y se vive bajo la consigna de que el mañana no ha llegado, y será mejor mientras mejor se viva el presente.
¡Qué iba a pensar uno en el Amor! Es más el amor en aquellos tiempos, y para nuestros conceptos, era una mala palabra. Recuerdo a otro amigo que decía que el amor es una palabra de cuatro letras, que encierra todo lo contrario a lo que supuestamente significa… Una palabra que empieza con la A, letra amarga con la que terminan los amores. Con A de angustia, de arrepentimiento, de ausencias. Después sigue la M, mugrosa letra que trae consigo, melancolías, mentadas de madres y la muerte de un sentimiento. Continúa la O, ojerosa vocal que en el mejor de los casos trae olvidos, pero la realidad se ostenta en el odio y la ofensa. Y por último la R, ruidosa consonante que al término de una relación te regala renuncias, rabia, rencores. ― Y después de dar su definición exclamaba ― ¡Y qué lastima que no tiene una H intermedia!, porque además de todo lo que digo es “Horrible”.
Claro que yo no pensaba así, pero de alguna manera sus palabras siempre influenciaron en mí, al extremo de huirle al sentimiento. Uno se sentía sin ataduras, sin complicaciones. ― Bueno esto de sin complicaciones se mantenía mientras no se te ajuntaban tres novias al mismo tiempo en el mismo lugar ― ¿Qué hubiera dicho Heisenberg de la validez de su principio de incertidumbre? En esto de la conquista y la fidelidad, estaba cañón aplicarlo. Aunque yo sí podía determinar con exactitud qué cantidad de movimiento tenía al salir corriendo y hacia dónde iba al mismo tiempo.
¡Esos tiempos serán inolvidables! A esa edad no se perdona. Y mal afortunado quien no haya sabido aprovecharla. Porque después que viene lo serio, la vida cambia.
Pero el sentir que ya piqué el medio siglo y un poco más, desde esta palapa a las tres de la madrugada, me hace ver todo diferente. Ya a nuestra edad uno se creé el ridículo hombre maduro, se cree responsable, y quiere ver en el amor… ese Amor de cuatro letras lo que no vio cuando se casó por primera vez, una A que encierra la astucia, para saber sobrellevarlo todo, la amabilidad, el andar tranquilo, el anidarse a una vida sin locuras sin que deje de ser loca. Esa M que te envuelve en la moral, en el matrimonio, en mantener a una familia, a mimarte y a mimar al que te rodea y a desprenderte del terrible matriarcado que en nuestra vida de solteros querían imponernos en nuestras casas. Bendita la O de la osadía para tratar de hacerlo todo aparentemente bien para que una esposa siempre esté feliz, O de orgullo, de esa mística orgía en la que nos adentramos en pareja, una orgía de sentimientos, detalles, inteligencias, es una O más redonda, más reformada, más perfecta. Y que decir de la R, ¡Alabado sea el señor…! responsabilidad, reconocer los defectos y las virtudes, tuyos y de tu pareja, replantearte una actitud ante la vida, resistir los embates del destino, rectificar si es necesario. Qué malo que no tiene H intermedia porque yo le agregaría que el amor es como un “Homenaje” a la mujer, sin las que jamás, podríamos amar a nadie...

… Pero coño, en realidad ya todo es diferente. Si al menos tuviera esta inteligencia de ahora con quince años menos, ¡cuántas cosas podría hacer!… qué diablos Brad Pitt ni Richard Gere… No haría falta ser bonitos. Simplemente lo que se necesita es tener ese verbo poderoso, acompañado de esa lucidez que te permita hacer cosas sensatas y saber hasta donde entregar los sentimientos. Si yo tuviera quince años menos de seguro no perdería tiempo soñando a tenerla, ni dejaría que se fuera sola a una fiesta y de seguro, ahora mismo saldría y sin que lo esperara, le tocaría a su puerta y le gritara: “Aquí estoy” y mandaríamos las dudas al carajo porque a pesar de mis cincuenta para mi el amor, es hoy, esa hermosa palabra de cuatro letras en la que la A representa la aventura, un alivio de pasiones, es alimentar el alma y ahuyentar la rutina, es agradecer que gracias Dios estamos vivos. Ahora la M es la madurez con la que sabemos valorar a quien nos quiere, es momificar las miserias, esas miserias diferentes que reducen tanto el alma que puede llegar a caber en un grano de arroz, es conservar la memoria, matar al egoísmo, y no mendigar un cariño, sino saber cuando se entrega con sinceridad. La O, ya pierde el glamour y se convierte en orgasmos, esos orgasmos que nos hacen flotar y saborear cada cosa que se hace como si fuera la última vez, es una O que llama al orden (pero sin reglamentos), es O ser O no ser si quieres olvidar lo que fuiste tratando de reivindicar las hazañas, O simplemente, seguir siendo quien eres pero dando más. Y qué decir de la R, es la revolución del amor sin condiciones, sin límites, sin dogmas, sin requisitos, es el respetarse a uno mismo haciendo lo que se desea hacer, es renacer ante lo nuevo, revivir ante lo muerto, reírle a la vida porque nos demuestra que ella está hecha para eso, para vivirla. Y aquí me niego a que haya H intermedia, porque no suena y no hace falta para saber que el amor a estas alturas de la vida es algo más que decir un simple “Hermoso”, es más que eso, es el éxtasis, el saber que existo, siento y después preguntarme, ¿como podré quitarme este horrible insomnio…? 
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